¡Tu carrito está actualmente vacío!
Suscribite
Nuevos lanzamientos y promos solo para suscriptores. ¡No te lo pierdas, suscribite hoy!
Luego de una primera entrega dedicada a la tensión entre la ética y la transgénesis para el manejo de agrotóxicos, un nuevo texto se propone para analizar el desempeño actual del trigo transgénico y qué nos deparará su aplicación en el futuro.
La tecnología transgénica actúa sobre organismos animales o vegetales con el propósito de adicionar, reemplazar o suprimir un segmento de ADN (ácido desoxirribonucleico) en uno o más genes para inducir nuevas, diferentes o nulas funciones en los organismos intervenidos. (24) El resultado de esa operación modifica diferentes propiedades y expresiones de los genes, y puede ser útil o perjudicial. (25) Pero, ¿qué pasa si sobre un efecto beneficioso, se agrega un agrotóxico? Usualmente, resulta en ganancias monetarias con riesgos para la salud humana y planetaria. La conocida dupla soja-glifosato es un claro y conocido efecto paradójico que enriquece a individuos, países y empresas, pero incrementa el cáncer y anomalías embrionarias en personas expuestas. (5, 10, 15, 17, 19, 20, 21, 22, 23, 24)
Las Revoluciones Verdes y el Trigo HB4
El trigo es el cereal más usado en el mundo para alimentar seres humanos, supera los 700 millones de toneladas, sumando 1.3% cada año según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). De allí, el interés, desde épocas prehistóricas, en mejorar su rendimiento, mediante cruzamientos empíricos en los tiempos remotos. Ya en la etapa científica, en el siglo XIX, se combinó con centeno dando el “trigo triticale” y la “variedad semienana”, lo que aumentó su resistencia impulsando la Segunda Revolución Verde. En la década de 1980, la ingeniería genética con transgénesis impulsó la Tercera Revolución Verde, con el trigo como un importante protagonista. (25, 26)
En la empresa argentina Bioceres-Indear, investigadores del CONICET, INTA y de la Universidad Nacional del Litoral crearon el trigo transgénico HB4 en 2017, cultivándose a partir de 2020. Fue desarrollado con genes hidroreguladores del estrés por sequía o inundación, con importante ventaja para zonas o épocas poco apropiadas y para obtener ganancias. (11, 27)
Al comienzo, quizás no hubo interés en asociar este trigo transgénico con herbicidas. Pero, en 2019, ocurrió lo que era previsible y ganó la codicia: se estrenó el binomio trigo HB4-glufosinato de amonio, prohibido por la Unión Europea y, según dicen, más tóxico que el glifosato. Y la desmedida ambición de lucro cerró otro capítulo perturbador para la especie humana y el planeta. (2, 3, 4, 9, 13, 14)
¿Y después?
Actualmente, el debut del trigo HB4-glufosinato de amonio no parece preocupar mucho, aunque no está destinado a alimentar cerdos como la soja-glifosato, o a fabricar vestimentas como el algodón-glifosato. El nuevo combo ingresará al pan y el daño no será únicamente para las familias fumigadas, sino en los consumidores de harinas. Es decir, para casi todos. (2, 3, 4, 9, 13, 14)
La búsqueda de ganancias a toda costa, primero con Brasil como principal comprador (18), luego con Estados Unidos y, próximamente, con China, sin duda coexistirá con el discurso agrícola de las megaempresas supranacionales, de los medios de comunicación hegemónicos y de los gobiernos beneficiarios acerca del resultado económico del cereal con agrotóxico. ¿La salud humana y planetaria? Bien, gracias.
Como en otros temas, suenan dos campanas en mundos supuestamente separados. Campanas suficientes per se para revolucionar debates muy sólidos cuando se combinan. Por un lado, el avance científico, y, por otro, el desarrollo económico. Ambos ya considerados no-neutros, ni puros y cristalinos. Las ciencias duras y blandas y, en un plano superior, la economía como ciencia social que intenta separarse del mote de exacta, a pesar de muchos economistas.
Hoy, el mundo vive los coletazos de la terrible pandemia por Covid-19; así como del acelerado cambio climático; de una sequía ecuménica; de la guerra, de hecho, mundial; del encarecimiento de los cereales, entre otros alimentos; y de previsibles y próximas hambrunas. Y Argentina se posiciona con un pan debajo del brazo. (1, 6, 7, 8)
Y…, ¡una de arena!
En la narrativa Bioceres de una “agricultura verde”, el trigo HB4 tolerante a sequías fue defendido como productor de riqueza, pero su combinación agrotóxica potenció las ganancias. De poco valió advertir que los agricultores podían no usar la segunda parte de la tecnología. De poco sirvió a la Dra. Raquel Chan, creadora del HB4, decir al comprador de semillas, que no está obligado a desmalezar con glufosinato. (16, 25) La avaricia es más fuerte.
Así, el trigo HB4 y su primera patente nacional debutó cuando ya existían más de 60 patentes de semillas transgénicas autorizadas por el Ministerio de Agricultura, casi todas propiedad de Monsanto-Bayer o Syngenta-ChemChina. Pero la corriente ecológica y parte del progresismo político se opuso al vernáculo trigo HB4 con más fuerza que la desplegada en decenas de eventos previos con patentes extranjeras. (2, 3, 4, 5, 12, 16, 25)
¿Cómo se explica esa opinión contradictora que converge con el conservadurismo neoliberal y con los grandes acopiadores-exportadores de granos, Monsanto y Syngenta? Una vez más, se pone todo en la misma bolsa, y no se implementan ni exigen controles adecuados, medidas de contención, sistemas regulatorios razonables y mejor divulgación científica. (6, 7, 8) Y se sigue favoreciendo al mercado informal, a semilleras truchas y a las empresas supranacionales de tecnología transgénica que lucran, no con las semillas saludables, sino con los agrotóxicos.
Los regímenes de facto y muchos gobiernos de democracias formales nunca apoyaron al sistema científico, privilegiaron la división internacional del trabajo y la exportación de bienes primarios con importación de manufacturas de frecuencia superfluas. Por su parte, las industrias endebles nunca necesitaron la ciencia y tecnología vernáculas, mientras pagaron regalías a países centrales.
La agricultura tradicional de los viejos gringos y de los más viejos autóctonos, nunca armonizó con el mundo científico, aunque el Triángulo de Sábato, es decir, Estado-Ciencia-Producción, podría integrar la biotecnología, democratizar la información satelital, racionalizar la tenencia y uso de la tierra, y lograr plantas resistentes a sequías y plagas, sin agrotóxicos. No sería retroceder al medioevo, como suele decirse, sino producir en forma humana y saludable, neutralizando monopolios extranjeros.
Si el Estado no orienta una agroecología para el bien común, el mercado seguirá beneficiando la explotación megaempresaria. Y el discurso hipócrita seguirá soslayando lo científico y disimulando el modo tóxico del desarrollo agropecuario como un mal necesario. En un mundo neoliberal globalizado, con una ciencia neutra privilegiando ganancias, el debate debería clarificar quién hace ciencia, para qué y para quién.
Referencias:
Profesor Emérito de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), donde también se ha egresado de Comunicador Científico, e Investigador Principal del CONICET, actualmente jubilado.
Etiquetas:
Deja una respuesta