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Reflexión compartida en el marco de la materia Movimientos Estéticos y Cultura Argentina, la cual forma parte del programa de la carrera Licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Córdoba.
La economía en múltiples ocasiones se presenta como una obstrucción al acceso de lo cultural. En este filtro de lo cultural, el libro es de los mayores materiales culturales que, en la actualidad, se ven afectados. Con la caída en ventas -o compras, si se trata de lectores que debemos sacrificar un aspecto enriquecedor de la vida en la priorización de necesidades-, y la consecuente reducción de producción de libros, podría decirse que no estamos sólo ante una crisis económica, sino también ante una crisis cultural.
Las puertas del -y al- libro
El libro es, si no actualmente, a nivel histórico, el mayor dispositivo de circulación, producción, profundización, intercambio e interconexión de ideas. Es a través de la lectura de libros que se desarrolla, en gran parte -y solo en gran parte, porque cederle la totalidad de esta capacidad al libro sería negar el aporte de otras experiencias de la vida social y humana- la intelectualidad, la reflexividad y la creatividad de la mente de los sujetos. Esto sin considerar aspectos puramente emocionales o de dimensiones espirituales, incluso, que implican y despiertan en cada proceso de lectura subjetivo.
Actualmente, en Argentina, el libro es un lujo. Si bien particularmente en el presente con la creciente inflación que, como monstruo inminente se ha ido asomando poco a poco desde cada esquina oscura, podría decirse que el libro se ha alzado como dispositivo privilegiado especialmente en la última década (Lambertucci, 2024). Esto lleva a que los lectores se hallen en aprietos al momento de obtener acceso a material de lectura, sea este de origen ficcional, teórico o cualquiera de los géneros literarios existentes. Es así que se debe pensar en alternativas o modos de acceso que habiliten la continuidad del hábito, el crecimiento intelectual y la satisfacción del espíritu.
En general, son diversas las problemáticas que atraviesan y se identifican en torno a los libros como obra, arte, bien, servicio y/o producto. Como se ha mencionado previamente, en Argentina, una de las principales problemáticas que envuelven al libro y lo alejan de las manos de los lectores está establecida en el costo de estos. Por supuesto, existen alternativas de acceso gratuito o de menor costo que ese del libro nuevo que saluda, brillante y emocionado desde la vidriera de una librería. Y no es que todos los lectores apunten a conseguir ese libro nuevo para interiorizarlo y transformarlo -y transformarse- como propio desde un contacto puro o libre de otros, a pesar de que este tipo de contacto desde cero que podríamos llamar el hegemónico, por ser la apuesta del lector como sujeto generalizado, es el camino que parece ser preferencia de la comunidad lectora. Hay quienes prefieren una lectura llena de huellas ajenas, huellas extranjeras a su subjetividad. Hablamos así de libros de segunda mano, en mejor o peor estado, con o sin anotaciones, pero habiendo transcurrido ya por las, valga la redundancia, manos de otro lector. Hablamos también de libros adquiridos en bibliotecas, preservados del mejor modo posible que el traspaso por cientos de manos lectoras permita. Esas son las puertas cuyo acceso económico es más alcanzable a las manos populares, y que, además, carga con la esencia de múltiples lecturas e interpretaciones encima. La alternativa es la dimensión digital.
Al hablar de lo digital, por supuesto que se debe hacer referencia a otro mundo que integra tanto ventajas como limitaciones. La ventaja principal, la más clara, es la apertura, la amplitud de puertas que un celular con acceso a Internet, por ejemplo, significa para su portador. A su vez, la principal limitación es una puerta previa en el pasillo de oportunidades: ¿puede uno acceder a tal dispositivo? En la era digital que nos atraviesa -y que, por ende, inexorablemente atravesamos-, una experiencia social que se ha establecido como necesaria y casi obligatoria es la posesión de un celular con acceso a Internet, o, al menos, con acceso a datos móviles. Pero esta limitación, de ser superada, da paso a la ventaja de la apertura. En esta se hallan otras posibilidades para el lector, quien, ante dificultades de acceso al material físico, puede recurrir al libro en su estado digital.
El libro digitalizado: los audiolibros
El primer libro digitalizado, o ebook, se registra en 1971 bajo el nombre eText #1, nacido del Proyecto Gutenberg lanzado por el estadounidense Michael Hartl, cuyo objetivo era facilitar obras literarias para todo el mundo. El primer audiolibro se remonta incluso décadas antes, por 1920, a partir de una iniciativa inglesa del Real Instituto Nacional para Ciegos del Reino Unido, como una alternativa al braille que garantizara el acceso a personas con discapacidad visual a la lectura; así es que surgieron los primeros “libros parlantes”.
El audiolibro es, junto al libro digitalizado, otra de las alternativas más económicas (Vitoria-Gasteiz, 2022) con la cual mantener el hábito de lectura. Este formato se halla disponible, con gratuidad o a partir de una suscripción por montos reducidos, en bibliotecas digitales, sitios web y aplicaciones o plataformas de streaming (transmisión de contenido digital) como Spotify, Audible, Storytel, Sonolibro, entre otras. Muchos audiolibros, sobre todo y generalmente las adaptaciones de libros clásicos o de best sellers, suelen hallarse completamente gratuitos en estas, mientras que las novedades literarias o las lecturas de géneros específicos suelen ser pagas. No obstante, el ebook y el audiolibro muchas veces se proponen como opciones más asequibles que el libro físico.
Entre la comunidad lectora -y aludo a ella como un gran paraguas en el cual se podrían distinguir, posiblemente, subdivisiones según categorías referidas a lo etario, a los géneros de preferencia, entre otras-, el audiolibro suele ser el material al que se recurre cuando se atraviesa un “bloqueo lector”, cuando se pretende dinamizar la lectura, cuando se busca aprovechar el momento de dedicación a otras actividades como tiempo de escucha, y, cómo no, por facilidad de acceso o simple preferencia, y otras posibles consideraciones. Como tal, este formato presenta, inevitablemente, tanto ventajas como desventajas; estas, sin embargo, no reducen su utilización y consumo.
Una de las mayores controversias o problemáticas que emergen cuando se habla de los audiolibros es su legitimidad como “real lectura” por parte del lector. En la comunidad lectora hay una división entre quienes sostienen que escuchar un audiolibro no es leer per se, ya que no implica hacer contacto físico con el libro ni recorrer sus palabras con los ojos, mientras que la otra parte afirma, bajo un lente más científico (Rodríguez Reséndiz, 2022), que el contacto con un audiolibro no deja de ser una lectura porque exige un proceso cognitivo por el cual los datos oídos son procesados o leídos por el sistema nervioso. Lo que cuenta como instancia última es que la información sea procesada, ¿no? Al fin y al cabo, ¿acaso la literatura no es descendiente de la oralidad antigua? Antes de que aparecieran los registros escritos, las ideas, las historias, la intelectualidad se desarrollaba y transmitía por boca de los oradores, como en la Antigua Grecia con los aedos, que producían, reproducían y mantenían tanto cultura como intelectualidad, sin ir más lejos, a partir del canto de mitos y leyendas (Aguirre de la Luz, 2020). La oralidad, en este sentido, ha sido y es el principal modo de comunicación que da significación a la experiencia humana, a su dimensión simbólica y cultural; la tradición oral es constructora y reforzadora de la identidad cultural y de la memoria colectiva.
No se puede negar que todo lo oral, por su carácter de efímero, puede y suele convertirse en una digestión de información que no se ancla a la memoria a largo plazo, a menos que integre las fórmulas necesarias para grabarse en ella. Es así que la lectura oral de un libro muchas veces acaba por ser un recuerdo que, con el paso del tiempo, pierde fortaleza y se desvanece, dejando en el lector una simple vibra de lo que se desarrolló en el libro escuchado. Este formato, entonces, es de mayor accesibilidad, da una libertad física -mas no mental- ya que se vale de un único sentido, y puede evocar sensaciones de esa manera que sólo la narración en voz alta o la voz en el aire y en la cercanía del oyente puede hacerlo. La mayor desventaja señalable es la fugacidad del texto oído en la memoria porque si hay algo que no vence al libro en papel es la permanencia de las palabras escritas, que se enraízan en la mente con la fuerza de una planta trepadora.
La distancia en la cultura
La digitalidad nos ofrece acceso a la cultura si en una primera instancia somos capaces de poseer o utilizar dispositivos digitales. Esta barrera inicial, de ser traspasada, nos permite experimentar el gran mundo de lo digital y sus múltiples posibilidades, entre las que hallamos los ebooks y los audiolibros.
Como experiencia que acerca al lector a la cultura, el audiolibro es un formato al que, poco a poco, se acude cada vez más en el país. Si bien implica sus propias complicaciones -como cuánto material está disponible en nuestro idioma nativo, cuánto es literario, cuánto es teórico, contemplaciones varias según el uso que cada lector quiera darle u obtener de él-, el hecho es que, en el presente argentino, un audiolibro es una puerta de acceso a la cultura, una cultura que el estado de la economía actual aleja de las manos del lector.
Queda preguntarnos de qué manera podemos acortar la distancia que se abre entre los sujetos y la cultura, de qué manera podemos habilitar la continuidad del crecimiento intelectual. ¿El acceso a la cultura sólo puede verse reducido a los aspectos económicos? ¿De qué otras experiencias se puede participar, o a cuáles acudir para entrar en contacto con uno de los nutrientes del espíritu: el libro? ¿Y cómo podemos asegurarnos de que la cultura como material simbólico -pienso en la baja producción de las editoriales, en la baja venta de libros en, por ejemplo, la 48ª Feria Internacional del Libro- no se paralice y fracture en esta crisis?
Leylén Flory, nacida en Paraná, Entre Ríos, es estudiante de Comunicación Social en la Universidad Nacional de Córdoba. Durante la pandemia, se integró a la comunidad de bookstagram para compartir su amor por la lectura como @esalectoracaotica. En su tiempo libre, le apasiona escribir y sumergirse en las distintas formas de cultura que la vida ofrece.
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Excelentes consideraciones que posibilitan entender los diferentes y posibles modos de la lectura.
Gs y felicitaciones
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