Escribir la vida. Vivir la escritura

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Una experiencia increíble de lectura. Única como toda experiencia pero excepcional por la vida que sustenta. Reseña escrita en el invierno de 2024 en Córdoba sobre Cuentos reunidos, el libro que recopila la trayectoria completa de relatos breves de Raúl Dorra, en una co-edición desarrollada por la Editorial Universitaria Villa María (Eduvim) y Ediciones BUAP de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. 

Parece un juego de palabras. Un intercambio de sonidos. Una de tantas experiencias lúdicas. Resulta, en cambio, una conjunción de significaciones, donde la mirada se desplaza -ubicua, lentamente- en ese mundo posible de quien vive, pero también, en los múltiples mundos posibles que otros han escrito. La literatura se enreda así, con lo real acontecido. Lo existente -o que existió alguna vez-,  se diluye en las imágenes  que nombran los signos que diseñan realidades que son ahora… tan solo discursos que se escriben. 

Y entonces, sucede que al tomar nuevamente el libro que nombra esa cierta paradoja -escritura y existencia- me deslizo en la memoria, me lleno de nostalgia porque siento la voz empecinada de Raúl Dorra, nombrando sus mundos, recorriendo las letras que remedan las voces de otros escritores, pero enfatizando la maravilla que solo puede dar la creación de los humanos.  

El libro -como su nombre lo señala- compendia la producción de sus cuentos. Los cuatro volúmenes ya publicados -entre 1967 y 2011- se indican al final del texto y posibilitan ordenar la necesaria cronología de los dieciocho textos. Permiten, a su vez, atisbar la simbiosis entre los acontecimientos de su vida y las significaciones de la escritura. Se diseña así, esa paradójica relación entre la vida y la literatura, no solo como producción propia, sino como ratificación de su  identidad -como docente e investigador- en las referencias a otros autores.

El mundo posible resultante, aúna así los tiempos de su vida, signados por su pertenencia a una generación, la errancia por distintos espacios culturales, la adscripción a las distintas experiencias estéticas de una incipiente contemporaneidad. De ahí, la compulsión de permanentes búsquedas que explican la experimentación y los cambios en su producción. 

El concepto de mundo posible, nos remite a esa conjunción que señalábamos entre la escritura y la vida. Simbólica significación que deriva en realidades discursivas, porque ese es el sentido último de la ficción. Ya no la invención, la quimera, la ilusión, la fantasía. En esta contemporaneidad, la ficción es un mundo que aúna lo real con lo imaginado en lo posible.

Una construcción perfecta en su estructura de fragmentos con el sentido de mundo único. Una unicidad que resulta de total autonomía. Existe en las palabras, se ordena por reglas que son propias, exclusivas, permanece idéntico en el tiempo que solo es escritura, pero puede transformarse en el acceso a la metáfora que siempre arrojan las palabras que se leen.

Un mundo que establece relaciones con la espesura de lo real acontecido… pero también, con la desmesura de lo solamente imaginado. Y entonces, entendemos la construcción de ese mundo posible que muestran estos cuentos. Construcción -que aseguramos- contiene también lo real imaginado de otros humanos que alguna vez, escribieron otros textos. Un avance más. La contemporaneidad se hace de muchos, se pluraliza en esas voces que se dicen, se transforman, se interpretan y llegan aún a interpelarnos. 

Cuatro bloques se corresponden con las publicaciones anteriores  de los cuentos. Percibo traslaciones… cambios… diferencias que explicitan el paso de los años, las transformaciones de los contextos políticos y culturales. Un reconocimiento de la vida transcurrida.  Quizás quede explicitado ese reconocimiento, cuando dice en uno de sus cuentos. “No faltan quienes piensan que comenzar la biografía de un hombre señalando el lugar y la fecha de su nacimiento es incurrir en determinismo grosero cuando supersticioso pues tanto una circunstancia como la otra más bien dependen del azar…..” y después completa. “Por nuestra parte nos declaramos más propensos a considerar que ya no la biografía de un hombre sino su propia vida, pensada en su conjunto, puede con ventaja ser vista como un discurso retórico, tosca o virtuosamente elaborado.”                                                                 

De escribir la vida a vivir la escritura como señalábamos en el título. Una transformación que podría metaforizarse en situaciones. Momentos que también implican los espacios porque aluden no solo al tiempo que se vive, sino también a los contextos que se habitan.                                               

Reseño, pues, sus cuentos, ese tiempo de la vida. Los bloques de los textos se organizan así. En el comienzo, “Transcursos”. Después y en el siguiente orden, “Otros tiempos diferentes” y “Las búsquedas de una belleza que consuele”, para concluir con “Vivir en la escritura de uno mismo y de los otros”. 

De la experiencia vital a remontar el abandono de lo existente para recluirse en las palabras que se dicen y que alguna vez fueron dichas por otras voces. Las imposibilidades primeras se diluyen en la ferocidad entrevista de otros tiempos distintos. La contemporaneidad requiere otra estética que se incuba en una generación diferente, la suya, revolucionando ese mundo que, ahora, es solo palabras. De ahí a totalizar la escritura solo hay un paso… ese que ancla en los textos que pueden leerse pero también se reescriben.

Transcursos
La vida se cuenta desde ese yo narrador que no solo habla de sí mismo sino que interpela en esa segunda persona en que se transforma, en esa tercera en que, finalmente, incursiona. Anclado en un espacio y un tiempo indaga la futilidad de la existencia, la inconsistencia de los sentimientos, la precariedad del mundo y sus acontecimientos.   

Se rememora, desde una memoria inquieta que anhela que todo hubiera sido diferente…. Y que resulta en los hechos casi inalcanzable, casi parte de los sueños. Los sesenta, como década de cambios y transformaciones, atraviesa esas imposibilidades, refuerza la esteticidad de los enunciados, promueve la libertad de recursos, presiente la inutilidad de las propuestas generacionales. 

El último de los cuentos avizora lo que sucederá en la década siguiente: “Aquí en este destierro”. Ese no lugar que se pronuncia y se metaforiza en el inicio del relato. Palabras que dibujan esa despersonalización que significa el exilio o el destierro. Ambos impuestos, no buscados ni aceptados. Por eso, las palabras que solo pueden rezumar incertidumbre. “Y acaso yo me hubiese ido, hubiese viajado lejos y conocido lugares, tal vez hasta ciertos países, y hubiese olvidado, olvidado todo, o al menos me hubiese acostumbrado a vivir con esta insatisfacción que seguramente iría suavizándose hasta ser apenas un malestar en el vientre, una boca abierta y caliente, no demasiado grande, no demasiado insoportable, que llevaría para siempre pero que no impediría que yo trabajara o me desplazara o estudiara algo útil, cualquier cosa pero lejos, para siempre lejos de este lugar perdido”.     

Un discurso fuertemente poético rebasa las significaciones no solo en esa aprehensión de la subjetividad sino que se explaya en las descripciones de esas ciudades donde se vive y donde también, se sueña. 

Otros tiempos diferentes
Llamo así a esos dos cuentos que integran el libro Sermón sobre la muerte. Una síntesis perfecta de las significaciones que enuncian los dos textos. Un adentrarse en ese tiempo diferente, donde subyace la muerte como muda presencia. En los testimonios del pueblo como resabio posible. De ahí la perentoriedad del título con que fue publicado. Su innegable certeza.     

Si antes el título, señalaba lugares -en ese “aquí” del último cuento, “Aquí en este destierro”- es el tiempo condensado en ese ahora lo que actualiza una y otra vez en la lectura, lo innombrable, lo inhumano, lo sin vida. “Ahora la oscuridad”.        

Una maravillosa metáfora enuncia ese tiempo que se viene. La leo. Me subyuga. La significación que adquieren las palabras que no pueden ser dichas en ese tiempo oscuro. “No he querido hablar en la oscuridad porque en la oscuridad me dan miedo las palabras. Las siento desprenderse de mi boca y andar entre lo negro, golpearse en las paredes y en el techo como grandes murciélagos o grandes mariposas y de eso tengo miedo, de que sean murciélagos y que puedan volverse sobre mí, sorprenderme la cara o no sé qué, sobre todo de eso tengo miedo”.

Y entonces, parece que la poesía puede dar posibilidad a que las palabras se pronuncien y cuenten y relaten como es ese tiempo diferente. Un tiempo que ha transformado hasta el cotidiano suceder de la naturaleza, porque es un tiempo de muerte que lo abarca todo. No se cuentan sucesos, no se describen escenas. Solo se enuncian metáforas que logran ese mundo posible sin luz, sin vida, con solo desazón y nada. 

Así, murmura: “Es como si la luna se quemara en el cielo. Como un agua de llamas recorriéndola. Se siente el resplandor y que huele a metales enterrados. Antes había un pájaro, más allá, que sobre el mar andaba. Después la oscuridad tapó la tierra, las palabras llenaban el silencio como grandes murciélagos o grandes mariposas y a veces yo las oigo golpearse en las paredes, andar entre lo negro buscándome la cara y de eso tengo miedo o de otra cosa. Mamá entra despacio, pensativa. Cierra la puerta. Yo digo: «Afuera está la luna y es muy grande y en la plaza la sangre se entibiece»…….Mamá llora y llora. A veces, me parece que otra cosa no sabe”.      

El cantar de Ismael” es un regreso a los tiempos primeros. Una forma de acallar el presente y volver a esos otros tiempos donde aún brillaban luces… donde aún las palabras podían pronunciarse y además eran de todos. Por eso el impersonal que pronuncia en el relato: aseguran, refieren. Como un intento de traer la épica de los comienzos en un relato que acalle la tristeza de estos tiempos. 

Las búsquedas de una belleza que consuele. Y quedan las palabras. Es necesario nimbarlas de hermosura. Que logren eclipsar oscuridades. Que puedan desterrar la muerte. Que puedan crear una memoria indestructible. Que sean ese mundo posible que une la vida y la escritura en la composición de una estética diferente, necesaria a los nuevos tiempos que se viven. La narradora es Ofelia que desvaría y en ese desvarío, no solo concreta diferentes enunciaciones, sino que se acerca a otros discursos: la volatilidad del cine. Las imágenes de una ciudad que alguna vez fue suya. La memoria como ese espacio que mira y es mirado.

Quizás sea “Donde amábamos tanto”, el relato que sintetice esas búsquedas. Córdoba que vuelve. Se refracta en imágenes que aúnan la vida y la escritura. Ese espacio de un tiempo que una vez, fue suyo. Antes… en la plenitud del verano. “Me he dicho: hay este bar, ahora, estos rumores, hay esta gente entorno de las mesas, tranquilas, vagas cargando la desdicha como una compañera, silenciosa: entonces, para que dramatizar: hay esto y esto, he repetido: es todo. ¿Por qué te agotarías persiguiendo quimeras ahora que el verano se acaba y no hay brotes falaces ni las flores efímeras sino tu cuerpo suavemente doblándose para entrar al otoño como a una buena casa que estaría esperándote? ¿Porque te extenuarías?”.

Ahora en este presente pervive la memoria. Una memoria que aún sigue interpelando, que aún no se resuelve. “Ha transcurrido el tiempo. Yo escuchaba esas voces que seguían llegándome en el aire desde una lejanía donde todo era sombra y ansiedad, ramalazos. Recuerdo -era un crepúsculo- que en ocasión llegué a extraviarme en el silencio oscuro y que había, ahí sobre todo, la ingravidez del tiempo. No sé ahora por qué, no sé si alguna vez lo supe. Aún recuerdo…”.

Una idea, una imagen de la vida. “La vida es esto, al fin. ¿Qué otra cosa podías esperar o imaginarte? La vida es la incesante, la innumerable pérdida”. 

Vivir en la escritura de uno mismo y de los otros
Un pequeño texto introduce los relatos últimos. La mirada en el trazo explica la tarea del calígrafo. Ese homenaje a las letras y a lo que contienen. Y así dice: “Mucho más que detenerme –vanamente, superado siempre- a preguntar si esto o aquello, me interesa decir que pensando estos textos como obra de calígrafo he creído acceder a ese lugar en el que siempre estuve: la fiesta vasta y plural de la literatura”. Y agrega: “Fiesta o consuelo. Palabras que reverdecen en un mundo que no deja de armarse contra todo verdor”. Está todo dicho. Solo queda vivir en la escritura.  

Se  suceden entonces, las voces de los otros. Entremezcladas a veces. Transcriptas, otras veces. La suya, la voz del narrador poeta enuncia, cambia, copia, transforma. Porque ahora son textos distintos. Textos que huelen a nuevo, porque son solo eso. La gratuidad de la fiesta. La fiesta de la literatura. Jorge Luis Borges, Ítalo Calvino de la mano de Julien Greimas, los trovadores del amor y la melancolía, Franz Kafka y sus múltiples protagonistas, revividos, interpelados y presentes en ese vértigo que la vida incorpora cuando es solo escritura. 

Un sinuoso y maravilloso recorrido por la vida y la escritura. María Teresa Andrueto en el prólogo enfatiza la permanencia de la poesía en estos textos. Siento la justeza de dicha afirmación. Pero, también siento que esa conjunción de vida y escritura que habitó los días de Raúl Dorra, mantienen intacta la esperanza en un mundo un poco más humano. 

Hasta más vernos. Un abrazo. María.

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