Oda para la Tuti

La Editorial Universitaria Villa María (Eduvim) llevó a cabo un nuevo encuentro del ciclo “Libros y lectura en familia”, organizado conjuntamente con el Centro de Promoción del Adulto Mayor (CEPRAM). En esta ocasión, se presentó el tercer libro de la Colección Caterva: Emboscada, de Susana Stutz.

El jueves 26 de octubre a las 17:00 horas se realizó la presentación del libro Emboscada, de Susana Stutz, el tercer libro, en orden de aparición, de la Colección Caterva. La fecha no fue azarosa: desde Eduvim, decidimos honrar a la autora en el segundo aniversario de su fallecimiento, acontecido el 24 de octubre del 2021.

El sentido homenaje tuvo como marco el ciclo “Libros y lectura en familia”, una propuesta co-impulsada con el CEPRAM, para presentar los títulos que conforman la Colección Caterva, dedicada a reivindicar obras, escritores y escritoras que han dejado huella en la cultura cordobesa. Se trata de encuentros celebrados los últimos jueves de cada mes, de agosto a diciembre, en las instalaciones de David Luque 430, pleno barrio General Paz.

En este escenario, quisimos recordar la cálida figura de Susana Stutz, con los comentarios sobre su libro por parte de Mónica Ambort, la lectura de uno de sus cuentos en la voz de Andrea Lucca, el cierre musical de Alejandra Seimandi y la moderación de Carolina Wild. De este registro, rescatamos los testimonios familiares compartidos por Claudia y Marcela Revelli y Belén Mondati, hijas y nieta de la autora.

¿Qué significa para vos presentar Emboscada? Nos referimos al único libro que publicó en vida tu madre, en 1998, y que hoy es reeditado por Eduvim.
Claudia Revelli: A nosotras nos toca presentar, para nuestra familia, amigos y amigas, a nuestra madre escritora y contar lo que significa el libro Emboscada y esta reedición.

“Hoy muy al alba, 
nació la niña, 
le de mi verso la bienvenida”.

La recibió una poesía el 30 de abril de 1935, de su tío Carlos Stutz. La despidió de este mundo otra poesía, de su amiga Mercedes Vendramine, hace dos años.

Entre una poesía y otra, la vida, con todo lo que trae. A veces, mucho dolor, como el que ya conocemos que la atravesó cada día de su vida, pero también esa vida, su vida, llena y vivida con mucho amor, ese  amor con el que construyó una familia, disfrutó y amó a sus nietos. Y, por supuesto, el amor por sus alumnos. 

Después de jubilarse, en medio de búsquedas y conquistas, encontró los talleres literarios. Por eso, ella se presentaba primero como tallerista. En el taller de Tere Andruetto, tan querida por mi mamá, maduró Embocada.

Estudio Letras, pero fue en los talleres donde encontró la libertad para escribir. El escribir y la lectura creo que la rescataron de momentos de tristeza, y la ayudaron a expresar tantas cosas que tenía guardadas en su interior. La palabra, los libros, estuvieron siempre presentes.

Presentarla hoy especialmente, también como escritora, es un gran orgullo. La veo también investigando, sobre lugares, palabras, plantas, para enriquecer con profundidad el contenido de cada uno de sus cuentos.

Cuando leo los cuentos de Emboscada, veo esas búsquedas hechas relatos. También veo en algunos un poquito de algunas historias, anécdotas de la vida de mi mamá: así me pasó cuando leí “El candelabro”. Para nada habla de ella, pero se me viene el recuerdo que mi mama contaba, de cuando una monja no la dejó cantar porque desafinaba, en el Colegio 25 de Mayo. Eso le pasa a Matilde, la protagonista del cuento.

Algunos cuentos me asombran, otros me dan escalofríos, otros me dan repugnancia, otros me dan tristeza. Me sorprendo y digo: “Wuauuu, qué intenso lo que trasmiten. ¡Cuánta imaginación!”.

Como lectora leía tanto. Siempre nos contaba alguna lectura, como para entusiasmarnos. Todos sus libros subrayados, con frases que agregaba, hasta también algún error de ortografía que encontraba en las ediciones. Admiraba y leía ávidamente a todos los escritores y escritoras de Córdoba.

¿Cómo era Susana Stutz para los suyos?
Marcela Revelli: Susana para los conocidos, Susi para los más cercanos. Tuti para los nietos, los amigos y la familia, y nada más y nada menos que mamá para mí. 

Que puedo decir de esta “mujer celeste/mujer de espuma y ternura/hilandera de palabras y vuelos”, como la recuerda su amiga Mercedes. Puedo contarles como plasmaba lo cotidiano en palabras, en oraciones y metáforas.

Una bañadera llena de espuma cuando bañaba a sus nietos, se transformó en un escrito dedicado a Duilio: “Espuma y ámbar”. Los momentos de tareas y estudio dedicado a Leo con “ Voz pasiva”, manos tejiendo o amasando, la casita de adobe de Claudia con “Adobe rojizo”.

Todo se transformaba en un escrito, que siempre lo compartía y dedicaba con una florcita seca pegada en un ángulo de la hoja, que había secado muy bien en algún libro de su amada biblioteca.

¿Cómo recordás a tu abuela?
Belén Mondati: Cuando me invitaron a decir unas palabras en esta reunión hoy, la consigna que me dieron es que tenía que contarles cómo era la Tuti, Susana, sin decir que era generosa, intelectual, amorosa. Es decir, sin mencionar ningún adjetivo descriptivo. “Un desafío para nada fácil”, pensé. Pero luego comencé a recordarla y a pensar en esos gestos que significan mucho más que una palabra.

Con ella compartí muchísimos momentos. Además de abuela, con todo lo que eso significa, era mi guía literaria-cultural. Era quien me llevaba a presentaciones y obras de teatro, quien me aconsejaba qué leer y también a quién no prestarle libros.

Pensé en su lista de libros prestados. Me pidió ayuda para confeccionarla: decía claramente quien era el deudor, la fecha de préstamo y también de promesa de devolución, y el teléfono, por si había que ajustar a alguien. Amaba su biblioteca, sin embargo, su amor por ella no impedía que, cada vez que la visitaba, me llevara un libro bajo el brazo con la irracional confianza de no anotarme en esa lista. Un real acto de amor.

Pensé en uno de los primeros cuentos que, a mis 10 años, me dio para leer: “El almohadón de plumas”, de Horacio Quiroga. Para los que no lo conocen, y esto es un spoiler-alert, muy resumidamente cuenta sobre una mujer que comienza a sentirse muy débil hasta no poder levantarse de la cama, y muere de una lenta agonía. Nadie sabe que en el almohadón de plumas en el que recuesta su cabeza se esconde un bicho enorme y horrible que cada noche le chupa la sangre hasta vaciarla. Reitero, yo tenía 10 años. Hasta el día de hoy lo recuerdo, sobre todo cuando uso almohadas ajenas. 

Es que ella me proveía de literatura de todo tipo y color, y creo que a veces, un poco aunque sea, no tenía dimensión del impacto de las historias. Ella quería que todo lo leyera. Disfrutaba tanto de leer que quería compartir ese disfrute con cuanta persona pudiera. Y para mí, lo que ella me daba para leer era incuestionable. 

Pensé en las tardes de tareas de ortografía y gramática. Llegaba a mi casa con una bolsa rebosante de criollitos que solo podíamos degustar con la condición de hacer la tarea y responder correctamente el pretérito pluscuamperfecto del verbo ir. Yo solo pensaba en el futuro inminente del verbo comer. 

Agradezco su compromiso en enseñarme porque ahora que trabajo en una editorial y estoy rodeada de libros, soy una diseñadora que dice queramos y no querramos. O aprieto en vez de apreto. Un legado invaluable en los tiempos que corren, sin dudas. 

Pensé en las ferias del libro recorridas, siendo el plan salir a caminarlas. Le encantaba dar vueltas y cruzarse con colegas. No nos perdíamos ni una presentación. La saludaba la sala entera, y yo la admiraba por su soltura y su simpatía. Ella me presentaba orgullosa frente a sus conocidos, y yo la miraba con mis ojos púberes sin entender muy bien la importancia de aquel paseo literario, pero con la convicción de que acompañarla era todo lo que, para mí, era una infancia feliz.

Pensé en su biblioteca gigante. Pensé en los libros que tengo con su firma y que guardo como un tesoro. Pensé en esos días en que ir a merendar a su casa y encontrarme con sus recortes de diario en la mesa eran el privilegio de ser su nieta. Pensé en que generosa, intelectual y amorosa le quedan muy chico, porque mi abuela, la Tuti, era esos gestos que no pueden traducirse en palabras. 

¿Cómo viviste la reedición del libro Emboscada?
Claudia Revelli: Hace un año, recibimos una llamada de Carlos Gazzera, Director General de Eduvim, la Editorial Universitaria Villa María. Nos llamó para pedirnos autorización para reeditar el libro de mi mamá, Emboscada. ¡Y obvio que dijimos que sí! Fue un gran orgullo para nosotros, porque mi mamá siempre reivindicó las universidades nacionales y la educación pública. Seguramente, estaría muy feliz. 

¡Imagínense nuestra felicidad! El libro de nuestra mamá, seleccionado para formar parte de la Colección Caterva, donde están autores que mi mamá leyó, releyó, se enriqueció, aprendió. La biblioteca heredada está llena de libros de Juan Filloy, Daniel Moyano, Susana Aguad, a quienes ella admiraba. Ahora, ella como escritora, está junto a ellos en esta colección. Doblemente feliz por mi mamá, que está dando vuelta entre nosotros.

Por eso, no queremos dejar de agradecer a: Carlos Gazzera, de la Editorial Eduvim, a Antonio Oviedo, por seleccionar Emboscada para esta colección, lo cual nos llena de orgullo y agradecimiento. Al CEPRAM, este lugar que reúne a tantos, que cumple el sueño a tantos que se acercan a sus talleres, gracias por recibirnos. A Carolina Wild, por toda la preparación y la guía, a la querida Mónica Ambort, por querer tanto a mi mamá, por leerla y transmitirnos su mirada. Gracias a las escritoras y escritores que están aquí, y los que no pudieron venir, que apoyaron a mi mama, y a los cuales mi mamá admiró, y con quienes aprendió y se formó. Aquí, un gracias a la querida Tere Andruetto, que fue en su taller donde surgieron los cuentos de Emboscada, gracias por el seguimiento, la escucha, las correcciones, y, sobretodo, el sacar esas historias de adentro de mi mamá. Gracias a la familia, los que pudieron llegarse, los que están por otros lugares del mundo y nos están acompañando desde lejos, y a los que ya no están en este mundo y seguro están por allí sentados siendo felices con nosotros. A las amigas y amigos de mi mamá, a nuestros entrañables amigos que hacen de nuestra familia chiquita una familia muy grande, llena de ustedes, de su amor y compañía. ¡Qué felicidad que muchos estén acá! Gracias a Andrea Lucca, por toda su amorosa dedicación para leernos el cuento “Tía Clementina” y gracias Ale Seimandi, por tu voz, canto y amor.

Finalmente, gracias a Susana Stutz, que, con su libro, ha convocado este momento de abrazo y de fiesta. 

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