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En el centenario de su nacimiento, continuamos celebrando a Edith Vera: la inolvidable, la que dejó su huella en un sinfín de poemas, papelitos, servilletas y dedicatorias, que hoy forman parte –junto a testimonios y fotografías– de Me atravesaba un río. Testimonios, recuerdos, imágenes en torno a Edith Vera, coordinado por Beatriz Vottero.
Para algunos, Edith fue amiga, familia, compañera o maestra; para otros, una voz que dio nombre a su infancia. Sus versos e imágenes fueron tejiendo un legado disperso y diverso que hoy Vottero reúne en este libro, junto con testimonios recopilados por Sofía Martínez, Emanuel Molina y Jésica Mariotta. En continuidad con el trabajo del Colectivo Edith Vera, el libro busca mantener viva la obra y la memoria de la poeta villamariense, no como ícono distante, sino como presencia inagotable.
En el año 1996 se publicó Con trébol en los ojos, escrito por Marta Parodi, en compañía de la propia Edith, quien participó del proyecto aportando material para su propia biografía. Este libro –que cuenta con algunos testimonios– es una puerta de entrada a la trayectoria vital y artística de la autora. En este sentido, Vottero señala en el prólogo: “Aquel libro tiene tanto que da la impresión de que se le fueran agregando párrafos cada vez que volvemos a leerlo. (…) Pero también deja, cada vez, la sensación de que hay tanto más para escuchar. Como si nos tirara de un hilito invitando a indagar, a imaginar, a seguir el juego”.
Del dejarse llevar por aquel hilito emerge Me atravesaba un río. Un libro que rinde tributo a la obra de Parodi y nos presenta nuevos testimonios que, a modo de caleidoscopio, nos acercan a una Edith amiga, poeta y maestra, pero, sobre todo, humana: la de los consejos, los chistes, y los detalles. A modo de texto coral, este trabajo reúne más de 60 testimonios de personas que trataron, conocieron o estudiaron a Edith y su obra, creando así una intervención múltiple: un atlas rico y plural que es, en definitiva, un anecdotario tan diverso, como su protagonista.
Al adentrarse en los testimonios, es interesante observar las subjetividades que en ellos se configuran, dando lugar a un espacio en el que Edith es convocada en diferentes contextos, edades y sentires, para animarnos a continuar tejiendo la compleja pieza que fue y sigue siendo. Un collage en el que distintos géneros y formatos fluyen, y cuyo común denominador –la escritura– es el barco que nos permite atravesarlo. Porque aun en lo que no es palabra –fotos, imágenes, dibujos–, la hay. Quizás, por lo performático que habita en su escritura, y que hace de su persona una asunción de la misma: “Como si anduviera por la vida escribiendo, como si las palabras manaran como extensiones de sus manos, de sus brazos abiertos, de su corazón”, escribe Vottero.
Como una suerte de personaje cortazariano, Edith se paseaba con carpetas, papeles, folletos y collages, desprendiendo su halo mágico por donde anduviese. Sin embargo, más allá de la poeta maga y hechicera, hubo tiempos oscuros y difíciles. Una mujer por momentos quebrada y atravesada por la feroz maquinaria de la dictadura. Durante este periodo, Edith sufrió saqueos y allanamientos en su hogar y, en 1979, fue destituida de su cargo como directora del Jardín de Infantes de la Escuela Víctor Mercante, quedando bajo “inhabilitación en Educación y Cultura con aviso a todas las provincias”. “La recuerdo tímida y temerosa, con un dejo de tristeza en la mirada que me llamó la atención, debo decir que sabía poco de la vida de Edith, ella era una poeta (…)”, escribe Graciela Perriconi. Con el retorno a la democracia, no fue restituida a su puesto. Sumida en la angustia y la soledad, Edith interrumpe la escritura hasta los años 90’, cuando retoma, paulatinamente, su senda creativa. “Nada de la tristeza que encerraban esos ojos estaba en esos versos, tampoco de la dura situación que atravesó en la dictadura militar”, agrega Graciela.
A través de las voces de quienes trabajaron junto a ella o fueron sus alumnos, el libro evoca también a la Edith educadora, revelando a una docente cuya visión de la educación mantiene plena vigencia. Tal como expresa Adriana Busca –quien fue su alumna en el Profesorado de Jardín de Infantes–, Edith tenía una “concepción del niño como un ser libre, pleno, a quien no hay que poner bajo ‘control’ o disciplina sino respetar, estimular en su creatividad y en su modo de relacionarse con el mundo”. Alejada de un ejercicio autoritario y vertical de la educación, su objetivo no era controlar, sino contribuir en el cuidado y desarrollo de los niños a partir de sus particularidades. “Ella respetaba la libertad y educaba para la libertad”, escribe Adriana.
Gracias a una pregunta disparadora, percibimos un rastro que se multiplica y encuentra resonancias en cada una de las voces que componen este libro: “Qué es Edith para vos, me preguntaron, y me sorprendí diciendo: es una huella indeleble”, expresa Fabiana León. Mosaico de testimonios, Edith es narrada desde todos los puntos, simultanea e infinita: “(…) y en el terreno de las especulaciones daba la impresión de que confiaba en sí misma, que no les temía a las incertidumbres, que había cruzado las fronteras del miedo”, añade Fabio Cardarelli, quien la describe como una creadora insistente, de lectura suave.
En las voces que la narran se asoma la ternura. En ella y en su universo simbólico: “Edith: seguís aquí, estás presente y por eso quiero preguntarte, con emoción y asombro: ¿algún día, en algún lugar me contarás y al fin sabré por qué me decías siempre que yo llevaba un pajarito azul en el corazón?”, recuerda Susana Alínez. La ternura de un espíritu libre, y su poesía, “la poesía de un espíritu libre, la palabra de un ser no esclavo entre las cosas, la palabra de alguien libre de mirar sin velos, verdaderamente”, señala María Teresa Andruetto.
Hay una organicidad, entonces, entre Edith, la enseñanza y la palabra. Particularmente, entre la naturaleza, la poesía y la minuciosidad al servicio de los detalles. Su espíritu anticonvencional, también, y un ejercicio de la escritura al margen de lo comercial. El Citroën amarillo, sus labios rojos y un libro: Las dos naranjas.
“Qué suerte que tuviste Villa María con Edith, no sé si la merecimos del todo. Pero estamos haciendo el esfuerzo”, escribe Javier Morello en su testimonio.
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