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Una nueva entrega de nuestro ciclo de reseñas sobre el catálogo de literatura de Eduvim vuelve a convocarnos, en esta oportunidad, para la lectura acerca de El último zelofonte, de Luisa Mercedes Levinson, pieza correspondiente a la colección Narradoras Argentinas, dirigida por María Teresa Andruetto, Carolina Rossi y Juana Luján.
Una experiencia de lectura diferente. El texto oscila entre una contemporaneidad que lo actualiza y la adscripción a una atemporalidad que resume siglos de cultura. Eduvim insiste en recuperar, o mejor, poner a nuestro alcance esos textos que siempre están presentes. Textos que desafían los momentos y sus tiempos para permanecer a la espera de los lectores que son sabios y no buscan el brillo, los estruendos, ni las recomendaciones de expertos o de críticos. Buscan en la escritura esa recurrencia a la humanidad que nos define.
Y, entonces, es que leo El último zelofonte, de Luisa Mercedes Levinson. Publicado por primera vez en 1984, esta edición que tengo entre mis manos es del 2018. Más de treinta años entre una y otra edición. Este es un siglo diferente. Se dan transformaciones importantes en el hacer y decir de la escritura. Este texto, sin embargo, permanece. Es el puente que une, que comparte las posibilidades de encontrar esa totalidad, la de antes, la de siempre, con esa fragmentariedad de lo nuevo, lo de ahora.
Y cavilo. Continúo cavilando mientras les digo y les escribo. Les muestro así las marcas que me permiten insistir en esa permanencia. Tres prólogos abren el libro. Son como miradas que guían la lectura, pero fuera del texto que prologan. Tres acercamientos que, desde distintas perspectivas, abren interrogantes, preguntas sin respuestas definitivas para nosotros, los lectores.
El primero se titula “Lisa y el zelofonte”. Escribe Luisa Valenzuela, hija y escritora también. Logra singularizar la aventura que significa la escritura. Mostrarnos la cotidianidad de esa aventura que, no solo es una actividad creativa, sino que forma parte de la vida, de la existencia que se tiene. De ahí el título. Enfatiza la relación entre la persona y ese mundo posible. Es Lisa y la ficción. Ella y el texto.
El segundo prólogo, “El último zelofonte”, lo escribe María del Carmen Gutiérrez, estudiosa de Levinson y escritora. Otra particular perspectiva que agudiza la mirada sobre las modalidades escriturarias. Logra diseñar la posibilidad de acceder a la escritora y a su texto.
El tercer prólogo de Guillermo Saavedra, “La vigencia de una obra inclasificable”, enfatiza dos aspectos: su actualidad a treinta años de su primera edición, además de su singularidad escrituraria. La posible coyuntura se diluye en esa adjetivación con que titula. Hermosísima y profunda recensión que no escatima en informaciones, ni recomendaciones. Así concluye: “Dichosos los que retomen, desde las páginas que siguen, esa travesía”.
Y, recién entonces, llegamos al texto. Nuevamente el epígrafe nos sorprende: “Para los amigos y amigas zelofontes y para Wille Zelofonte”. Se privilegia así a los lectores partícipes de una modalidad, ya que son definidos como zelofontes. Se esboza así, de esta manera, ¿una singularidad que nuclea a los posibles lectores? Supuestos. Inferencias de mi parte. Yo se los comento.
Cincuenta y dos fragmentos titulados estructuran el texto. Cincuenta y dos fragmentos que resultan autónomos como discurso. Escritos en tercera persona, Levinson no vacila en irrumpir como la voz que escribe y dice. Voz que simula otorgar cierta veracidad al relato en una suerte de testimonio: “Son fantasmas, pero todavía no se han dado cuenta. Uno de esos fantasmas, a lo mejor soy yo”.
Esa primera persona también posibilita la interpelación que profundiza y permite, a su vez, la enunciación de sentimientos, de emociones. Interpelaciones que dinamizan la narración, además. Aparecen de pronto. Posibilitan comprender mejor esa totalidad que se pretende referenciar. Un primer fragmento –el único sin título– introduce a ese mundo posible que es el relato. Así dice: “La realización de un sueño es más de lo que un ser humano puede soportar”. Así, escuetamente, define el periplo a realizar en la lectura. Un periplo que supone un espacio particular de recorrido: el de los sueños.
Y, entonces, derrapamos en busca de una totalidad que se nos esboza, se nos propone, que inferimos de cada fragmento. Y digo derrapamos porque podemos ir de uno a otro fragmento sin un ordenamiento prefijado. Sin secuencialidad alguna. Una estética refinada, única, armoniosa es el nexo que aglutina, da consistencia, estructura lo posible de ese mundo que leemos. Es la materia de los sueños, lo que confiere esa unidad que paradójicamente es la totalidad que se busca, inquiere, se persigue. Todo, desde la identidad de ese zelofonte que no solo es la materia narrativa, sino que está en los lectores a quienes el epígrafe interpela.
El zelofonte como una especie de personaje mitológico contemporáneo, que se acerca a los hombres comunes en sus capacidades, ya que lee y escribe, además de caminar erguido sobre sus dos piernas. Personaje que inciertamente pertenece a otros tiempos muy lejanos pero que es la supervivencia de esa singularidad que define a los mitos que subsisten. Y entendemos que la materia de los sueños, del viejo científico ganador de un Premio Nobel, es el hallazgo del último zelofonte que aún pervive. Y accedemos a rasgos sucintos, levemente enunciados que lo muestran como una posible síntesis entre contrarios. Particularidades que enfatizan su serenidad, su persecución de la armonía, su persistencia en una identidad que es lo que define a esa raza de seres en extinción.
Y si Levinson nos introduce en el espacio fantástico, lo hace mezclando personajes mitológicos de otros tiempos, personajes de textos emblemáticos de la cultura y logra una especie de diálogo entre Oriente y Occidente. Profundiza aún más este encuentro y particulariza en Argentina, más precisamente en Buenos Aires, una modalidad de identidad que se explaya no solo en las cavilaciones del último zelofonte, sino en las experiencias vividas en los barrios porteños con sus habitantes. De ahí, la transcripción de tangos, estribillos, rimas sueltas que definen claramente una identidad particular. Pero es la inclusión de Eva Perón –su embalsamamiento– lo que jerarquiza esta inclusión de lo argentino especialmente. Eva como la continuidad de las Evas protagonistas en el texto que sirve de nexo metafórico entre el origen de la humanidad y este presente.
Y me desordeno en lo que quiero decirles. Es tan apabullante la densidad y cantidad de fragmentos, que derrapo yo también en la escritura, no solo mientras leo. El zelofonte como resabio de la persistencia en una conducta que lo lleva -en la defensa de la integridad de una adolescente y como una manera inclaudicable de la ética- a su autoajusticiamiento, en un recurso poético increíble.
El zelofonte que trasciende no solo los tiempos, sino también la muerte en esa escena final donde presentiza la permanencia y logro del amor. “A los pies de la cama, sentado en el suelo, erguido, con su mirada guardadora un poco irónica, un poco angélica, un poco y bueno no es para tanto, está el o la. ¿Qué importa?, el de siempre, el de hoy y el de pasado mañana, el último zelofonte”.
¿Una síntesis también de la naturaleza y la civilización? ¿Una síntesis que prorrumpe en esa época de transformaciones y de cambios que vivía Levinson y que alertaba sobre el bastardeo de simbolismos y utopías? ¿Un enaltecimiento del amor como sentimiento que logra esa totalidad buscada, requerida, exaltada vanamente? “Rosri y Nikos en ese momento abarcan el mundo en su abrazo, abracan el fuego, el aire, los árboles, las piedras, las nubes, las aguas y la tierra con sus peces y animales”.
Y siempre emerge la belleza como correlato de los sentimientos que mejoran el mundo. La belleza como el exorcismo que diluye lo impuro, lo malo, lo viciado. Las descripciones lo señalan. Detenerse en los juegos de esa niña en el rostro de esa madre -entre otros- representan un ascenso a la belleza que deviene de ese zelofonte. Como protagonista de siempre y para siempre.
Podría seguir enfatizando mi recorrido en la lectura. Podría seguir aventurando destellos de las últimas proposiciones del texto. Les dejo a ustedes, lectores, esa aventura. Inclasificable, también. Seguramente, las palabras de Levinson seguirán presentes como entonces, como son ahora y serán después, en esa búsqueda de la totalidad desde las posibles posibilidades hasta de la fragmentariedad como recurso.
Quedo con la certeza de que se preguntarán –desde la lectura– cómo es posible alcanzar una totalidad que nos haga más amable esta precariedad que tenemos los humanos. Precariedad profundizada en este siglo que vivimos.
Hasta más vernos. María
María Paulinelli es Licenciada en Letras Modernas por la Facultad de Filosofía y Letras (FFyH) y Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea por el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Profesora Adjunta de Literatura Argentina II en la FFyH, Profesora Regular Adjunta en Literatura Argentina en la Escuela de Ciencias de la Información (ECI) y Profesora Titular Plenaria en Movimientos Estéticos y Cultura Argentina de la Facultad de Ciencias de la Comunicación (FCC). Investigadora y directora de proyectos de la Secretaría de Ciencia y Tecnología (SECYT-UNC).
Autora de Relato y memoria: la dictadura militar en Córdoba (2006). Ha escrito capítulos de libros y artículos en revistas científicas. También ha compilado y coordinado volúmenes colectivos.
Primera directora de la ex Escuela de Ciencias de la Comunicación desde el retorno democrático argentino, cargo que ocupó en dos mandatos. Primera Profesora Emérita de la FCC designada por el Honorable Consejo Superior de la UNC.
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Felicitaciones María Paulinelli.
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