Una mágica concurrencia de metáforas

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Con la llegada del 2025, también retomamos el ciclo de reseñas sobre las novelas que pertenecen al catálogo de la Editorial. En esta nueva entrega, nos adentramos en la historia de Sepultura, de Fabián Severo, perteneciente a la colección Eduvim Literaturas Latinoamericanas y publicada en 2022.

Fabián Severo escribe Sepultura. Eduvim lo publica en una cuidada edición que invita a la lectura. Yo lo leo. Compruebo la maravilla que pueden suscitar algunos textos. Los invito a que ustedes también lo hagan. Descubrirán la mágica concurrencia de metáforas que Severo enuncia en su discurso. Y al decir concurrencia siento que me desplazo desde la enunciación, en una lengua que es múltiple, a la singularidad que significa la palabra y los relatos en la vida de los humanos, a la particularidad de ser latinoamericanos y ser habitantes de esta tierra con sus sueños, sus tristezas y su historia. Y, entonces, les propongo las miradas que solo pretenden inducir a esa lectura imprescindible, necesaria en este tiempo de uniformidades, de vaciamiento de mitos y utopías, de cada vez más desconocimiento de las peculiaridades de los pueblos y su gente. Y allá vamos.

Fabián Severo es un poeta uruguayo. Ha trabajado y trabaja con el lenguaje como un orfebre que cincela, como un tejedor que trama sus historias, como un hombre que musita, recita, deletrea. Experimenta transcribir, en la espesura que tiene la escritura, la experiencia vital que solo da el lenguaje. Recurre a la posibilidad que confieren las fronteras, de construir identidades desde la palabra misma que nombra, que denota, que connota. Por eso, es que Sepultura está en el mismo límite que, ahora, los humanos han dispuesto. Un límite que metaforiza la destrucción de Latinoamérica como un único, particular territorio, y su compartimentación en distintos espacios con variadas identidades. Ese límite que antes no existía. Un límite que marcó y sigue marcando la existencia de Soledade y de Sepultura, ahora dos pueblos separados. Así dice: “Ese pedazo de azul inriba del cerro, ya es Brasil. Desde acá, puedo istar en mis dos nido. Tengo los pies en la tierra de mi país, más mis ojo están en el cielo de mi otro país”.                                                        

Por eso, es que recurre a un habla que es la síntesis de dos lenguas. Español y portugués. Ambas en el remedo de una oralidad que simula ese monólogo. Monólogo que es a la vez la respuesta a la interpelación de una presencia muda. Esa voz va y viene. Se enreda. Se corrige. Se muestra mientras dice. Quizás por eso el texto es sobre la palabra y su capacidad -exclusivamente humana- de dar vida. Una y otra vez, lo afirma, lo declara. “Ellas no nacieron para morir en uno. Son como el agua, hay que dejarlas correr… … Las palabras son como el río de mi vida. Mis compañera. Andan por mí igual que cuando el Yaguareim resbalaba por los cerro. Me diluvian”.

Esas palabras hacen los relatos. Los relatos que no solo narran las historias sino que delinean la identidad, la singularidad de quien habla y es de todos. “La única forma de saber sobre su abuelo, sobre cómo brotó este pueblo, es que yo le cuente, si no, usted no tiene onde saber, porque estos pueblo no aparecen en los libro. Si usted quiere saber cómo se vivía en esta esquena, ¿onde va buscar esa información? Por eso yo le cuento. Nosotros vinimo al mundo para contar. Un viejo que transmiete para un joven, un amanecer despues de la noche, si no es así, ¿Cómo?”.

De ahí que reconocer la relevancia de la palabra y de los relatos que las hacen sea afirmar la existencia de singularidades identitarias. Por eso, remite necesariamente a Latinoamérica como el espacio único que ha sido fragmentado. Y dice: “Nadies sabía leer ni escribir. Pero todos escuchaban u contaban historias. La voz correteaba por las calle del pueblo. Nosotro ombaba las palabra como si fueran la leche de una madre. Palabras que fortalecían los hueso de nuestra memoria”. De ese tiempo feliz, de voces sumándose, encontrándose, solo queda el silencio. “Sepultura es un costado marchito, un huevo deshabitado, un error en el límite de la cerrazón”.          

Y con la maravilla que puede ser la resistencia de todo un pueblo es que troca ese costado marchito. Por eso, bucea en otros relatos, se inmiscuye en las posibilidades que otras voces urdieron y retoma la tradición latinoamericana con las voces de los muertos que insisten en narrar. La sombra de Juan Rulfo con ese sin fin de voces, relampaguea en nuestra memoria, mientras se corporiza esa resistencia de seguir diciendo, de continuar denunciando, de permanecer contando. “Nadie muere mientras queden sus palabra en los otro”.               

Y desde esa primera persona que dice, que supuestamente responde a la interpelación de esa nieta que pregunta por su abuelo y por su historia -que es la historia de Sepultura y de otros tantos pueblos dispersos en este continente- se desgranan los hechos que, escalonados, referencian la lenta destrucción de esa época feliz. La escuela con esa uniformidad del lenguaje y de saberes es el primer hito que socava la libertad de ser ellos. Por eso dice: “Antes da escuela, los niño sabían iscutar. Oían las planta, los pásado, el trompezar del arroyo nas pedara”. Entonces, la resistencia emerge espontánea. Libremente. “Fueron los niño los primero en escuchar los muerto”.

De ahí que continúe. “Así nació este pueblo. Se enllenó el cementerio. La ruta era una fila de entierros. Los familiar se esparramaban por las casa de los escuchador buscando lo que faltó decir, completando la frase que la muerte dejó por la mitad. Si usted quería seguirse comunicado con sus muerto los tenía que interrar acá. En Pueblo Sepultura istaba viva”. Y la historia continúa con la resistencia del pueblo que destruye lo que considera el comienzo de otro tiempo ajeno a ellos. De ahí el rechazo. De ahí también la represión. El inicio del tiempo de oscuridad, de las desapariciones, de esas soledades absurdas, inexplicables. Por eso, explica: “La gente vive como si la guerra tiviese erminado. Se acostumbraron con las patrulla, los grito, el vacío. Nu inicio todos creían que era una tormenta pasajera, más después, el nublado se transformó en nuestro sol. Se fuimo amoldando a las sombra”.

Los dos pueblos se separan con un muro. Marginados. Separados. Ahora pertenecen a dos países diferentes. Ahora no entra nadie. Solo hay muertos recitando sus historias. Pero alerta: “¿En su ciudad pasa igual? ¡Qué increíble! El mundo es del tamaño de mi calle. Ciudades repetidas. Espejo de gente”. Las historias se entrecruzan. Se completan. Se susurran. La historia de Yoni, el abuelo de la presencia muda que escucha el monólogo que es el texto, es el núcleo que permite conocer cómo fue que sucedió todo. Así dice: “El Yoni era raro. Thnha nacido con las idea dada volta. Tenía los miolo aiberto. Sabía leer y escribir. Letra que encontraba ponía dentro de su cabeza. Yo nunca pude. Pero ele meio loco, soñador…..Pur iso colgó aquella bandera en el frente, porque leyó en un diario viejo, que en otras ciudades istaban colgando banderas”.        

De ahí a la insurrección frente a la negativa de las maestras a reconocer las voces de los muertos hubo un paso. Solo uno. “Alguien atiró una piedra en una venta y despós… ¡Vio como es el juego! Una chispa llama a la otra, el comienzo del infierno. Esa tarde la escuela ardió. Las vija de la Doblevía llamaron la policía, los bomberos de Soledade, pero ya era tarde, las página de la escuela se tenían quemado”. Y llegó la represión. Las desapariciones. La muerte. El silencio. La carencia de vida. La soledad. La voz narra, rememora. La memoria se hace historia. Disímiles rostros aparecen, se deslizan, toman cuerpo en la voz que sigue hablando. Esa voz que exclama al final de su monólogo: “Asves me parece que usted es más de uno, como si fuera un pueblo y yo solo fose una sepultura. A veces me imagino que sigo vivo. Si no… ¿para qué sirven estas palabras? Aunque más allá no haiga más allá, yo me isparramo fantasiando”.  

Las palabras se cargan de poesía. El lirismo se hace imagen. Recupera la sabiduría que tienen los pueblos cuando son libres y son ellos. Sin prohibiciones, sin límites en la identidad que los anida en esa manera de existir como personas, como grupo. Transcribo algunos. “Para uno que nunca salió de estes mapa, siempre bis queda una isperanza de que lejos isté lloviendo presente para que mañana brote la futuridade con todos los verde”. “Me gustaría creer que ainda sigo con vida y que no soy solo un barullo atardecido que habla en la noche de sus sueño. Si nuestros hijo dejan de tener oído, ¿Para quién van a cantar los pájaro mañana? ¿Vio que el sol no envejece? Nunca se cansa de salir todos los días. Siempre hay un panadero amasando el pan de cada día”.

Y seguiría. Seguiría. Un bello texto de palabras y de historias. Lleno de magia y de metáforas. Un texto imprescindible para entender Latinoamérica. ¿Hace falta algo más? Hasta más vernos, un abrazo. María.   

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