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Lo que dice Serres
Michel Serres, ( Francia 1930-2019), filósofo e historiador de las ciencias, sostiene, a partir de 1960, que la sociedad de la producción iba a dar paso a la sociedad de la comunicación.
En su conferencia en la Sorbonne en 2013, habla sobre la generación Pulgarcita o Pulgarcito homologando los personajes de Andersen y Perrault respectivamente, (valientes, imaginativos y corajudos ellos para realizar hazañas por encima de sus posibilidades), con la generación de los 80 ligada a las tecnologías de la información. Esta, ha perfeccionado un pulgar capaz de mandar textos a una velocidad inusitada, lo cual reinventa las instituciones y un modo de ser, conocer y estar en el mundo, a la vez que profundiza una brecha que genera temor y distancia nunca visto entre dicha generación y la que le precede.
La tensión y crisis que esta brecha provoca, recuerda otras revoluciones, dice, como aquella que da paso de la oralidad a la escritura, a la aparición de la imprenta y finalmente a la informática.
Cada uno de estos pasajes comunicacionales han sido vividos de manera amenazante.
Los temores existen, porque efectivamente las crisis, en particular las del conocimiento y comunicación implican pérdida de control de certezas, tanto más, cuando ésta en particular, la digital, excluye a los adultos aferrados a un modo de ver y pensar el mundo, de otro nuevo e incomprensible, que abarca a los nativos digitales en posesión del universo entre sus pulgares.
Contexto sociocultural de la generación digital
Si tomamos en cuenta las investigaciones de Serres, no habremos de sorprendernos de nuestra dificultad como adultos para comprender esta burbuja impermeable en la que nuestros jóvenes están atrapados haciendo usos múltiples en ella con sus celulares en mano.
Se comunican entre ellos y con ajenos, se informan de actualidades remotas y globales según intereses que hasta hace poco los satisfacían no más allá de la vuelta de la esquina: youtubers, música, juegos, ídolos de rock y deportes etc.,con lo cual, dejarlos sin el dispositivo sería entonces amputar un modo comunicacional que les es propio y necesario aunque incomprensible para las generaciones que los precede.
Por otra parte, el universo digital, en tanto los encapsula, les permite preservarse de intromisiones adultas que los enoja y desencanta.
No corresponde a este texto analizar la representación que los adolescentes tienen de sus mayores, pero para síntesis basta decir cuán desvalorizados y desautorizados están ante ellos, además de provocarles decepción.
En este contexto, pedirles que dejen el celular sería no sólo un imposible sino también una injusticia.
Sin embargo, el uso del celular tiene su lado oscuro. Nuestros chicos son hijos de padres que no pudieron escapar de la cultura de los 90. El concepto de felicidad se asoció al de goce, al placer a corto plazo, a tenerlo todo ya en desmedro de la espera y la sublimación, al no dejar para mañana lo que se puede disfrutar hoy, al descreimiento en el futuro y proyectos a largo plazo, a la evitación de la frustración y el displacer necesarios para en desarrollo intelectual, del lenguaje y los vínculos sociales.
En este contexto facilitaron en la crianza de los hijos conductas adictivas y dificultades en los vínculos sociales, particularmente en lo que refiere al lenguaje y la escucha fuera de la virtualidad.
El celular, más que otros dispositivos, a través de los juegos y las aplicaciones de entretenimiento, produce un letargo e inactividad mental definitivamente adictiva y como toda adicción resistente al autocontrol.
Debemos considerar además, el empoderamiento y tentación que ejerce su uso comunicacional respecto del impacto a terceros a quienes casi desde el anonimato se los expone, muchas veces de modo cruel, a maltratos que desde lo presencial no se haría.
Estos efectos son vividos por los chicos con la dualidad de cualquier adicción, por un lado un placer al que no pueden renunciar por voluntad propia y por otro, agobio, ansiedad y alteración.
Sobre la prohibición del celular en las escuelas
Tomar postura frente al debate sobre la prohibición del celular en las escuelas sin considerar el análisis propuesto, seria arriesgarnos a desaprovechar una opción interesante para los estudiantes.
Son muchas las instituciones que han resuelto restringir su uso a los espacios académicos que se ven beneficiados por la rica información que los dispositivos proveen, aunque coinciden en prohibirlos en recreos o cuando no es necesaria tal información.
Los resultados han sido exitosos en ganancias que solo el espacio escolar brinda.
La escuela hoy es el único lugar en el se impone pensar, esperar, conversar, tolerar la tensión de estar con otros, aceptar las diferencias y fundamentalmente en la adolescencia, conocerse y representarse a sí mismo frente al cuerpo del otro mientras construyen ciudadanía. Estos aspectos fundamentales del desarrollo se escapan entre los dedos de pulgarcitos con un celular en sus manos.
Susana Amblard es Licenciada en Psicología por la UNC, especialista en Psicología clínica y Educacional. Desde el 2002, es responsable de los espacios «Seminario sobre la Psicopedagogía en la Niñez», «Seminario sobre la Psicopedagogía en la Adolescencia» y «Seminario sobre la Psicopedagogía en la Adultez» de la Lic. en Psicopedagogía, y de «Teoría de los Aprendizajes» de la UNVM. Además, fue exdocente e investigadora de la UNVM. Co-autora, junto con Silvia Cartechini, de Desde la constitución subjetiva al aprendizaje escolar. Un libro para docentes. Asimismo, es autora de artículos y libros sobre la temática infancias / cultura / educación. Algunos de sus últimos libros sobre la temática son: Aquello de la crianza que no debe cambiar (2012) y Portarse mal en la escuela (2023), publicados por la Editorial Universitaria Villa María (Eduvim).
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