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Nueva entrega de la serie de reseñas sobre literatura, en esta oportunidad, para conocer de qué se trata El maestro asador, de Antonio Tello, un libro co-editado por Eduvim y UniRío.
Antonio Tello escribe El maestro asador. Y, entonces, explico porque titulo así esta reseña. Es un texto de memoria. Mejor, es un texto de memorias. Se entrecruzan distintas, variadas que transitan desde el reconocimiento de la propia –individual–, a la de un espacio y un tiempo que construye –la grupal, la colectiva. Quizás el título, nos incita a registrar este periplo. Un periplo que pasa de reconocer el sustantivo y el adjetivo como funciones del lenguaje. Uno y otro resultan indiferenciados. Se intercambian. Maestro aparece calificado por asador que confiere una especialidad, la de hacer asado. Especialidad que remite a los sujetos habitantes de un tiempo y un lugar determinado.
Asador como el sustantivo que realiza una acción modificada por el calificativo maestro, quien enseña. Es, a partir de esta acción que lo define –asar– que se modifica por la cualidad resultante del sujeto: quien enseña. Una y otra significación enuncian en el texto la memoria individual de quien relata en esa primera persona que lo expresa, pero también referencia la memoria de un grupo humano con modalidades que lo identifican y que visibilizan el espacio de Traslasierra, en Córdoba, a mitad del siglo XX. Espacio que se ensancha en la apelación a lo nacional que implican las distintas referenciaciones del relato. Es así que el texto transita en sus enunciados ambas significaciones que –reitero– explican su estructura.
Distintos fragmentos lo componen. Fragmentos que se inician con el eje medular que el título señala: el aprendizaje de hacer asado. Esto se reconoce en el inicio de cada fragmento. La condición de asador que, en definitiva, es la transmisión de una identidad asociada a la mayoría de edad que es, a su vez, la identidad colectiva que se procura no solo en la adquisición de esta habilidad, sino que se expande como una forma de estar en el mundo, a través de las enseñanzas implicadas en las variadas situaciones.
El reconocimiento de dicha habilidad a los veintitrés años, en esa historia que se continúa en el otro asado –ahora el de un cordero–, ratifica esa condición adquirida. “El acto de asar la carne era asimismo para el maestro asador la liturgia de una particular poética en la lucha por la vida; un camino en cuyo recorrido el individuo debía aprender. Con paciencia y voluntad, a dominar las fuerzas primarias para sentir el placer de comulgar con la naturaleza, un camino de conocimiento y comprensión de los secretos códigos que gobiernan al ser humano y al universo”.
Pero el inicio del texto referencia su condición de escritor y, particularmente, un escritor de memorias. Así dice: “A eso de las seis de la tarde oí que un coche paraba frente a la casa y dejé de escribir. Las teclas de la máquina quedaron inmóviles como si nunca, nadie, las hubiera tocado”. Y continúa: “Sin darme cuenta puse un punto en la última frase inacabada y al hacerlo comprendí que de este modo consumaba lo que había decidido al oír la Ford A de mi padre (…)”. “(…) Lo hice, puntuar la frase, digo, porque presentí que algo había empezado a ocurrirme, después de lo cual, aunque siguiese siendo el mismo, ya no miraría las cosas del mismo modo. Tampoco escribiría como lo había hecho hasta entonces”.
De ahí esa estructura que prioriza el recuerdo como sustento de esa poética del texto. Por eso, si bien se vuelve una y otra vez a priorizar esas historias fundantes –que hemos mencionado–, el relato se interna en distintos tiempos que aúnan el presente, el pasado y hasta el futuro, para indicar la posibilidad que tienen las palabras para crear realidades discursivas –los mundos posibles– que anclan en la memoria y, a su vez, construyen nuevas memorias que se revierten en cada lectura que hacemos los lectores. De ahí la maravilla que es el texto. De ahí que musite esa poética: “Hijo, las palabras no se derrochan, las palabras se gastan y es feo hablar con palabras gastadas”. De ahí que sea un texto de memoria en esa creación que implica la lectura. También así lo enuncia: “La realidad siempre achica las cosas que el recuerdo agranda”.
Y, entonces, en esa aventura de avanzar página tras página, recuerdo tras recuerdo, se ensancha la memoria. La experiencia vital del narrador se entremezcla con la sabiduría simple pero profunda de su padre, las reconvenciones de su madre, las historias cargadas de sentido de los abuelos, los personajes que viven, porque Nelo –la voz de quien escribe– los llena de la existencia que tuvieron y que tienen ahora a pesar de la distancia. Todo sintetizado en esas reflexiones que hablan de la vida y que se transcriben de los protagonistas como del mismo narrador. “Cuando usted comprenda lo que las cosas dicen, sabrá lo que ahora quiere saber”. “Pero no me entretenía, sino que, sin darme cuenta aún, intentaba acomodar mi tiempo al tiempo del mundo”.
“Con el tiempo llegué a creer que la espera del boxeador era como la paciencia del asador, pero apenas se reflexiona sobre una y otra, uno cae en la cuenta de sus hondas diferencias”. “En la espera hay acechanza de algo que pretende y tensa inmovilidad para actuar con eficacia sobre él y en el espacio que delimita, cuando se presenta la oportunidad. En cambio, en la paciencia no hay acechanza ni inmovilidad sino acción serena que se nutre de la confianza en la natural acomodación del alma a las cosas del mundo. Parecen semejantes porque ambas se manifiestan a través de la conducta, sin embargo, la espera está ligada al instinto, y la paciencia, al conocimiento”. “La visión en el rostro de mi madre de aquel que iba camino de ser me ayudó a saber que el verdadero poder de un hombre no emana de la fuerza con que se imponga a los otros, sino del respeto que éstos le dispensen”.
Y muchas más. El asado alcanza una significación especial. “Pero lo que distinguía a este asador de los otros, en un país donde la sola nacionalidad parece llevar consigo tal condición, era la sencillez con que hacía de su trato con el fuego y la carne algo muy especial. Algo en lo que tenía que ver su modo de entender el mundo y relacionarse con los demás. El acto de asar la carne era asimismo para el maestro asador, la liturgia de una particular poética en la lucha por la vida”. “La carne asada a la bartola está para llenar la panza y el asado –no lo concebía sino bien hecho– para alegrar el cuerpo”.
Asimismo, el maestro se reconoce en esa relación así enunciada: “El nuestro era un vínculo que nacía de un profundo respeto y admiración mutuos, pero también de una identificación entrañable con el saber”. También la poesía se muestra como “impulsada por ese movimiento interior que da coherencia al ser individual con el que todo tiende a traspasar las fronteras verbales y alcanzar los territorios de otros lenguajes que la acercan al conocimiento de la verdad, que es su destino”.
Por eso a medida que el texto avanza, emerge la condición de escritor, no solo en las referencias a otros escritores, sino también, en el trabajo minucioso, bellísimo que tienen las palabras y le permite mostrar el mundo desde la poesía que lo hace más hermoso. “La Vía Láctea es un rebaño de estrellas detenido, en espera de la voz que lo guíe hasta el confín donde arde la llama. Generaciones que fueron, que en otros tiempos fueron, orbitan inseminando el vacío. Algunas batidas por los vientos seculares, dejan con cíclica insistencia sus brillantes cabelleras colgadas de las retinas del mundo. La mirada del hombre se agota en la infinitud, más su alma sueña con el retorno. Es su hambre de ser lo que resplandece en el firmamento”.
Podría seguir transcribiendo y seguir compartiendo la maravilla que Antonio Tello escribió y que Eduvim certeramente, publicó, junto a UniRío. Podría, podría. Los dejo para que inicien esa aventura que significa la lectura. Una lectura que se multiplica cuando el texto no solo es de memoria, sino que apela a una identidad que se comparte. Una identidad que logra traspasar la particularidad de una persona para trascender en el nosotros. Las palabras son responsables de esta maravilla como he llamado al texto.
Y, entonces, los dejo. Volveremos a estar juntos. Un abrazo. María.
María Paulinelli es Licenciada en Letras Modernas por la Facultad de Filosofía y Letras (FFyH) y Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea por el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Profesora Adjunta de Literatura Argentina II en la FFyH, Profesora Regular Adjunta en Literatura Argentina en la Escuela de Ciencias de la Información (ECI) y Profesora Titular Plenaria en Movimientos Estéticos y Cultura Argentina de la Facultad de Ciencias de la Comunicación (FCC). Investigadora y directora de proyectos de la Secretaría de Ciencia y Tecnología (SECYT-UNC).
Autora de Relato y memoria: la dictadura militar en Córdoba (2006). Ha escrito capítulos de libros y artículos en revistas científicas. También ha compilado y coordinado volúmenes colectivos.
Primera directora de la ex Escuela de Ciencias de la Comunicación desde el retorno democrático argentino, cargo que ocupó en dos mandatos. Primera Profesora Emérita de la FCC designada por el Honorable Consejo Superior de la UNC.
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