Un saber hacer con la crisis

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Texto leído en el “Taller sobre crítica literaria”, organizado por la Cátedra Libre de Cultura Brasileña de la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, ocasión en la que se presentó Señales de vida. Literatura y neoliberalismo, de Fermín Rodríguez, libro perteneciente a la Serie Zona de Crítica que edita Eduvim. El evento tuvo lugar el martes 26 de septiembre a las 18:00 horas en el Museo de Antropologías.

Señales de vida. Literatura y neoliberalismo, de Fermín Rodriguez, publicado en la Serie Zona de Crítica dirigida por Roxana Patiño en Eduvim, se ocupa de indagar y explorar un conjunto de ficciones latinoamericanas recientes, subrayando la capacidad de la literatura para entrever antes que otros discursos “una serie de transformaciones de los regímenes de poder y de sentido, que desde fines del siglo XX, vienen alterando de manera imperceptible los modos de producción de realidad y de subjetividad”.

El ensayo pone en primer plano la capacidad de la literatura para captar y registrar lo real de un cambio de sentido, reuniendo una serie de ficciones que anticipan lo que vendrá. En la activación de esta operación crítica, que hace lugar a múltiples voces de escritores y escritoras que prestan su imaginación para atender a la vulnerabilidad de lo viviente, lo que se pone de manifiesto es el poder de la literatura para ubicarse “en la otra cara del progreso para mostrar, en vivo y en directo, la modernización neoliberal como catástrofe”.

El libro se organiza en torno a una serie de escenas de lectura que, a decir del crítico, “enlazan textos, momentos de la cultura, la literatura y la política”. En ellas se conjuga un trabajo de lectura que se activa en torno a las ficciones seleccionadas conjuntamente con la tarea del hacer crítico. Dicho en otros términos, el ensayista lee de la mano de las ficciones, haciendo lugar a un entramado complejo de saberes provenientes de distintas sedes: la teoría literaria, la filosofía, la crítica latinoamericana reciente, por mencionar solo algunos. Cada una de las escenas diagramadas -que funcionan de modo independiente pero con fuertes interacciones entre sí a partir de operaciones de enlace que se activan en la escritura- da lugar a los cinco capítulos que vertebran el ensayo.

Señales de vida compone una cartografía que habilita trayectos de lectura considerando novelas de Fogwill, Sergio Chejfec, Matilde Sánchez, César Aira, Gabriela Cabezón Cámara, Gustavo Ferreyra, Diamela Eltit, Washington Cucurto, Laura Meradi, Roberto Bolaño, Fernando Vallejo. En todos los casos, se trata de hacer ver una serie de transformaciones y desplazamientos de lo que la literatura supo captar para entrever un derrumbe que hace foco en la precarización de la existencia de la mano del avance del dispositivo neoliberal.

La primera escena centra su atención en tres novelas de Fogwill que el crítico lee sucesivamente, destacando la capacidad de Los pichiciegos. Visiones de una batalla subterránea para anticipar “en clave picaresca ‘el sálvese quien pueda’ de las ‘democracias de mercado’ de los años 90, radicalizadas más tarde, bien entrado el siglo XXI, por la ola de neofacismo, racismo y sexismo que barre el continente” y la de Vivir afuera que, en enlace con la anterior, logra poner en evidencia cómo el dispositivo neoliberal de dominación social “subió del subsuelo de la guerra de Los pichiciegos a la superficie de lo real público, para instalarse en el Estado vestido ahora con ropajes democráticos”. La última inflexión crítica se centra en la novela póstuma de Fogwill, La introducción, para considerar cómo en el dispositivo de escritura del autor, en tanto “máquina que registra y conecta todo con todo”, se despliega una imaginación espacial que, en este caso particular, se alimenta de los desarrollos inmobiliarios para el aislamiento de los ricos. La atención puesta en la conjunción entre cuerpos y territorios atraviesa transversalmente los recorridos críticos presentes en el libro, atendiendo a los espacios singulares que diagraman las ficciones y leyendo ahí “un recurso y un procedimiento (…) por el que brotan materiales y sentidos”. Así, el ensayista se detiene en los emplazamientos singulares tramados en las novelas, tales como la cueva de Los pichiciegos, las aguas termales de La introducción, las napas saturadas de los campos de El desperdicio, el estanque comunitario de La virgen cabeza, por mencionar algunos.

La segunda escena, que remite al capítulo II, se centra en El aire, de Chejfec y en El desperdicio, de Matilde Sanchez, para leer en ellas, y en cruce, las transformaciones tanto del espacio urbano como del espacio rural en unas coordenadas en las que, como apunta el crítico, la novela revela una vez más su capacidad de dar cuenta “de cosas que están pasando materialmente en la vida, al ras de los cuerpos y las prácticas del territorio”.

La tercera, diagramada en el capítulo III, hace lugar a la entrada de una serie de ficciones que exploran el territorio de la villa como un espacio otro en el sentido foucaultiano, una heterotopía de la crisis que funciona “en el reverso de la ciudad neoliberal, reflejándola e invirtiéndola”. Centrado en La villa y Las noches de Flores, de Aira, y en La virgen cabeza, de Cabezón Cámara, el ensayista activa un modo de leer estas ficciones en las que explora tanto el régimen de visibilidad que activan en sus múltiples conexiones -lo que hacen ver- como su capacidad para diagramar -en la invención de nuevas formas de lo común- otros posibles que se generan en el marco de un saber hacer con la crisis. 

La cuarta escena, que toma cuerpo en el capítulo IV titulado “El aguante. El trabajo después del trabajo”, reúne una serie de ficciones que ponen en el centro la figura de los  trabajadores precarizados de nuestro tiempo. Disueltas las fronteras entre lo laboral y lo vital, el ensayista rastrea las mutaciones del régimen del trabajo tal como se presentan en El amparo, de Gustavo Ferreyra, Mano de obra barata, de Diamela Eltit y Alta rotación, de Laura Meradi. Nuevos modos de configuración del cuerpo se activan en estas ficciones que producen un saber en torno a “una nueva forma de valorización y explotación de la subjetividad de los trabajadores basada en la rentabilidad de los afectos, una nueva economía afectiva, apoyada en el registro de lo anímico y codificada como servicio, que toma cuerpo a través del entusiasmo emprendedor ‘del empresario de sí mismo’ del neoliberalismo”.

Hacia el final del recorrido, con la inclusión del texto del escritor Álvaro Bisama, “La lengua alien”, -que reúne las consignas impresas en los muros de Santiago de Chile en octubre de 2019-, se abren otras posibilidades que dan cuenta del horizonte que se activa cuando los cuerpos se reúnen y salen a la calle para reclamar juntos. 

La quinta escena, correspondiente al último capítulo, da cuenta a partir de la lectura de Boca de lobo, de Chejfec, 2666, de Bolaño y La virgen de los sicarios, de Vallejo, de una escalada y de un pasaje a la violencia que nos acerca a las coordenadas de nuestro presente más próximo. Porque interrogando a la literatura, dando cuenta de su capacidad de hacer ver, captar, emitir y registrar señales antes que otros discursos, este libro nos acerca y nos ayuda a considerar y profundizar ese horizonte que nos interpela hoy bajo la figura y la intensificación de una nueva amenaza que recoge los signos del neofacismo.

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