Lo que puede un cuerpo

Texto leído en la presentación del libro Cuadernos de anatomía de Carlos Alonso, el jueves 1 de junio a las 11 horas en el Auditorio del Hospital Regional Dr. Louis Pasteur de Villa María, ante la presencia del autor del título, Carlos Presman; Carlos Gazzera, Director General de Eduvim; y otro de los presentadores, Carlos Gagliano.

En un recorrido rizomático de este libro, van a encontrar referencias a la cultura popular, a la vida cotidiana, a los orígenes del hombre, pasando por un montón de citas a escritores, filósofos, médicos, artistas, científicos, todo a partir de la descripción de un órgano, desde lo micro hasta la prehistoria de la humanidad, de lo molecular a lo molar.

Tanto Presman como Alonso nos ofrecen su mirada, en los múltiples lugares de encuentro que tienen, sobre un aspecto que me parece central: no nos muestran órganos, un organismo; nos muestran un cuerpo, cuerpos. Es de allí donde parten o donde llegan, desplazando la idea de organismo biológico independiente del otro, de los efectos del lenguaje, de la cultura; y de esa tarea imposible que consiste en delimitar la frontera entre lo cultural, lo social, lo biológico, lo político. Ambos subrayan ese misterio.

El libro comienza con un acontecimiento de ribetes analíticos. Hace años que repito que el recorrido de una vida se puede analizar, cartografiar, con el análisis de algunas decisiones importantes que no son más que un par de sí y algunos no. El libro comienza con la anécdota del nacimiento del proyecto editorial que nace con un no y el análisis de ese no que llevó tres años.

A medida que recorría las páginas del libro me resonaba la sanción de Spinoza que reza: “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”. A mi criterio, el libro comienza y termina haciendo homenaje a esa afirmación. Siguiendo a Spinoza y a su desarrollo sobre las afecciones, sostengo, desde la clínica que practico, que lo psíquico es el cuerpo porque: ¿en qué lugar es sino donde sentimos las afecciones?

En la página 24, leemos una cita a Sigmund Freud: “A fines de 1800, S. Freud revolucionó el pensamiento de la época con la teoría psicoanalítica. A partir de él sabemos que el inconsciente afecta el funcionamiento del cuerpo e influye en nuestros hábitos y conductas. Actuamos y luego damos sentido a nuestros actos. Las acciones afectan nuestro cuerpo”.

En el capítulo “Tórax”, Presman cita a Carrillo, quien afirma que “frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”.

Hoy, dice Presman, ampliamos la mirada microscópica del bacilo, en referencia a la tuberculosis, a los determinantes sociales de la enfermedad, aprendimos que todo enfermo es político. Y se pregunta: “¿Cuántas enfermedades dejamos de ver por el microscopio? La más frecuente, dolorosa y visible: el hambre. El hambre que consume todo el cuerpo y en el tórax hace visibles las costillas. Y la que más nos duele, en el pecho: la desigualdad. El hambre es la enfermedad más antigua, más política y fatal de la humanidad”. El capítulo cierra con otra pregunta: “¿Podrá el arte conmover y hacer pensar a la ciencia?”

En el capítulo “Cerebro”, Presman relata algunos acontecimientos en torno a lo sucedido con el cerebro de Albert Einstein luego de su fallecimiento y esa fascinación del sueño positivista de encontrar en el órgano la clave de la inteligencia y su persistente fracaso.

Leemos: “No hay resonancia cerebral, por sofisticada que sea, que nos muestre el dolor o el amor, la angustia o la satisfacción, la depresión o la felicidad. Tampoco se ve el insomnio, la anorexia, la compulsión, el deseo, la ira, las adicciones o la locura. Ningún órgano habla. Tampoco el cerebro. Habla la persona, el ciudadano. Hoy sabemos que las palabras tienen representación en toda la corteza cerebral (Homúnculo de Penfield). Se trabaja en un mapa semántico del cerebro, pero aún es misterio”.

Presman cita al neurólogo y psiquiatra Víctor Frankl en su trabajo El hombre en busca de sentido. Sobreviviente desde 1942 hasta 1945 en los campos de concentración nazi de Auschwitz y Dachau. “No eran los más fuertes biológicamente, sino aquellos que sostenían una idea de destino: religión, amor, odio, arte, humor, política, ciencia o naturaleza. El cerebro contiene todos estos sentidos de la existencia, si el hombre es un animal que cuenta historia, es el cerebro donde éstas se crean. En él construimos el mundo que habitamos: el infierno y el paraíso. En ese escenario de cambio eterno, se crea la pregunta existencial de la humanidad: vivir muriendo, o morir viviendo”.

El último capítulo del libro está referido al cuerpo entero y cita, para finalizar, un estudio sobre la población longeva que demuestra que apenas “el 10% depende de la genética, el 30% de las enfermedades y el 60% de la cultura: los hábitos de comida, la actividad física, las expresiones creativas, la relación con el ambiente, y, sobre todo, la convivencia social. Los habitantes centenarios de hoy saben que el secreto de la longevidad no reside en la ciencia ni la tecnología, sino en el arte de vivir y de convivir. Desde el origen de los tiempos, el cuerpo del hombre necesita aire, agua, alimento, abrigo, amor, aventura y arte. Estos 7 elementos cuyos nombres comienzan con A son la esencia para la continuidad de la especie. Acá en el sur vive nuestro Carlos Alonso… La octava A.”