Páginas leídas, cuerpos escritos

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Texto leído en la presentación del libro Lejana y oscura, de Susana Aguad, en el marco del ciclo “Libros y lecturas en familia”, organizado por la Editorial Universitaria Villa María (Eduvim). El evento se desarrolló el jueves 28 de septiembre a las 17:00 horas en el Centro de Promoción del Adulto Mayor (CEPRAM), donde también participaron Francisco Samuel y Theo Naishtat, hijo y nieto de la autora, bajo la moderación de Carlos Gazzera, Director General de Eduvim.

El título de este comentario sobre la novela Lejana y oscura, de Susana Aguad, podría probablemente remplazarse por Literatura y revolución, la serie de ensayos de León Trotski sobre esos temas. Sin embargo, no digo esto porque Susana haya sido trotskista durante toda su vida, ya que se acercó a esa corriente solo al final de sus años. Lo digo porque el desarrollo de su novela va trazando contrastes y similitudes o, simplemente, paralelismos cronológicos, entre las lecturas que los diversos personajes realizan -desde la adolescencia y juventud en Córdoba hasta la adultez en París, aproximadamente entre 1966 y 1978- y el desarrollo político de dichos personajes siempre en torno del marxismo, cuyo máximo episodio es la huelga general del Cordobazo, en mayo de 1969. Ese Cordobazo relatado con precisión, pero mediante escenas y referencias parciales, como una cámara de televisión que captara imágenes para noticiario, y da la sensación de un archivo premonitorio.  

Desde temprano en sus vidas, la opción por la lectura es tal, que en unas vacaciones de su adolescencia las protagonistas deciden no dejarse “tentar por las salidas y leer todo lo que tuviéramos a mano”. Este “todo” se despliega a lo largo del texto nombrando una variedad de estilos e ideologías: Nicolás Guillén, Federico García Lorca, Walt Whitman, Luis José de Tejeda, Rosa Luxemburgo, Simone de Beauvoir, Mayakovski, John Reed, Anatole France, D. H. Lawrence, Charles Dickens y otro sinfín de autores.

La influencia política del entorno familiar también fue temprana, aunque no todos los tintes fueran de izquierda e incluso llegaran al fascismo. Los ecos de la Segunda Guerra atraviesan esas voces, pero la República Española se filtra mediante las modulaciones de una amiga tan joven como las hermanas de esta historia, ya que es hija de exiliados españoles en Córdoba y, con ella, aparece la voz de García Lorca. La presencia de exiliados europeos en Córdoba, tras la Primera y la Segunda Guerra, tanto como del franquismo, fue durante años una realidad cotidiana y tangible, tal como hoy puede serlo la presencia de venezolanos, colombianos, senegaleses, con nuevas historias de migración para contarnos. 

La objetividad de los adjetivos
Desde que leí el título, me llamó la atención que Susana hubiera elegido dos adjetivos para nombrar su novela. Me sonó raro porque su preferencia de estilo narrativo era la objetividad, que no cuadra bien con el uso de adjetivos. Al adentrarme en la lectura, percibí un posible porqué de la elección: el tránsito de los personajes por obras de autores que van desde el ensayo hasta la poesía, un género que en los años donde comienza la historia, los ’60, tenía en la Argentina una popularidad que ha ido perdiendo, pese a que ahora la escribe y la lee tanta o más gente que entonces. Esta afirmación también puede sonar rara, pero no lo es si consideramos que, en esa época e incluso muchos años antes, el poema formaba parte de la comunicación familiar y social. No solo estaban los libros en algún estante de la casa, sino que saber poemas de memoria se consideraba una virtud. Los versos podían llegar a formar parte de alguna conversación cotidiana, como lo señala Susana Aguad al hablar de cartas amorosas en las que se citaba y hasta plagiaba a algún poeta. 

Hablo de hechos que en los días actuales se verían incluso como anomalías psíquicas. Alguien diciendo poemas de memoria en una fiesta de cumpleaños podría significar que los amigos del recitador le busquen turno con un psicólogo. La poesía es actualmente un arte muy difundido, pero en reuniones específicas, entre un público acotado, rara vez una expansión de la tía o el abuelo, o alguien joven, que disfrutan de los versos de un autor. Me refiero a que los lectores de poesía no eran necesariamente público especializado ni mucho menos académico. La difusión de la poesía gauchesca, amorosa, social, había alcanzado a estratos que prácticamente se podrían denominar populares. Y eso ocurre con casi todos los personajes de Lejana y oscura

Volviendo al título, la lucidez de Susana la habría inclinado a elegir esos dos adjetivos que retratan la imagen de la Argentina bajo la dictadura militar, tanto sea vista desde aquellas migraciones forzosas o desde nuestro presente, opuesto en general al terrorismo de Estado y los gobiernos de facto, pese al avance momentáneo de la derecha. No encontraríamos dos sustantivos para remplazarlos sin caer en un frío diagnóstico, en vez de transmitir la sensación de pérdida, de desgarro, de duelo, que supongo que habrán sentido los exiliados desde la distancia. 

Sé que casi todo lo que afirmo va en calidad de conjetura, puesto que nunca hablé con Susana de esta u otra obra suya o mía. Nuestra amistad se desarrolló sin referencias literarias propias. Solo nos obsequiamos nuestros libros una vez publicados. Colaboramos en el desarrollo de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA), hablamos de muchísimos autores y obras mientras comíamos o tomábamos café, pero jamás nos dimos a leer ningún original, o emitimos juicio sobre nuestros propios textos. Cuentan que así se desarrolló, por ejemplo, la gran amistad entre el peruano César Vallejo y el español Juan Larrea.

Sabemos por su biografía que antes del exilio Susana Aguad formó parte del Taller del Escritor, junto a Juan Croce, Francisco Colombo, Julio Castellanos, Daniel Moyano, Susana Cabuchi, Daniel Vera, Ofelia Castillo, Rafael Sucari y otros. No obstante, en la etapa que va del ’66 hasta fines del ’75 había primado su actividad como abogada y militante política, causando sus encarcelamientos y posterior salida del país. Será la distancia, el extrañamiento, la atmósfera que la llevará a abrazar la actividad literaria en paridad con la legal: “Sin querer, y acaso por haberlo deseado siempre, me convertí en escritora”, afirma en una nota del 2015 en Clarín. Eso sí, en la misma nota agrega que “…militando siempre, con gran ayuda de los franceses que habían sido muy solidarios con nosotros y con los argentinos en general.” 

Es por esto que recordaba el título de Trotski, que sugiere el equilibrio dinámico entre ambas ocupaciones o, quizá, pasiones: literatura y revolución. En París, Susana formó parte de un grupo de abogados que luchaba contra la desaparición de personas y a su regreso a la Argentina integró la CONADEP, entre sus principales actividades; años después luchó por los derechos de los escritores, como ya comenté, y también por derechos de los jubilados. Nunca cedió a la pasividad política. Es por ello que pensé que la experiencia transmitida por Lejana y oscura es de las páginas leídas que se van, de alguna manera, escribiendo en el cuerpo, pero no a la manera de un quijote privado de distinguir entre realidad y fantasía, sino del lector crítico, que lee y relee. 

En la relectura se producen las modificaciones, los enriquecimientos, las percepciones de detalles en la interpretación. La relectura no es una obsesión, es una tarea de reconstrucción de imágenes y significados teniendo en cuenta que, a cada momento, algo se deteriora o cambia en las cosas y en nosotros mismos. Volver a leer es reconstruir, como lo hizo Susana Aguad al evocar las lecturas que acompañaron las trayectorias de estos personajes marcados por la historia argentina de los años ’60, ’70 y ’80 del siglo pasado. Una Argentina lejana y oscura que debemos volver a leer, si deseamos que la actual se vuelva luminosa y cercana.

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