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Universidad Roma Tres
Profesor Honorario UNVM
(Traducción para Eduvim Augusto Gazzera)
El debate sobre el uso de tabletas y teléfonos inteligentes en las escuelas tiene más de diez años (el primer iPhone salió al mercado en 2007, el primer iPad en 2010), pero no muestra señales de perder fuerza ni de conducir a un consenso razonablemente amplio. Por el contrario, las partes parecen cada vez más polarizadas y la oposición cada vez más acalorada, en un contexto en el que prevalecen ampliamente los apocalípticos –que ven el uso de dispositivos digitales en la escuela como una especie de invasión diabólica del campo–.
Para comprender mejor los términos del debate, puede ser útil un poco de historia. Hace casi diez años, cuando se presentó el Plan Nacional de Escuela Digital (PNSD) 2016, el Ministerio impulsó una acción específica (la Nº 6) para desarrollar una reflexión sobre las políticas BYOD (acrónimo de Bring Your Own Device, la propuesta de realizar algunas actividades de aprendizaje, en la escuela, utilizando dispositivos digitales que ya poseen los estudiantes). Un tema complejo, pues presupone no sólo la identificación de herramientas, actividades y metodologías adecuadas para promover un uso productivo, consciente y no distractor de tabletas y teléfonos inteligentes, sino también la garantía de evitar disparidades entre quienes tienen a su disposición un dispositivo de alta gama y quienes utilizan un clon de bajo costo. La acción Nº6 del PNSD partió de una premisa clara: “La escuela digital, en colaboración con las familias y las autoridades locales, debe abrirse al llamado BYOD, es decir, a políticas que permitan el uso de dispositivos electrónicos personales durante las actividades docentes y su integración eficiente”. Para desarrollar estas políticas se programó la elaboración de unas directrices específicas, confiadas a una comisión que incluía a algunos de los mejores expertos italianos en el campo de las nuevas tecnologías de aprendizaje.
La comisión había trabajado sobre las directrices, previstas en un decálogo que, en mi opinión, es muy sensato y que todavía se puede encontrar en el sitio web del Ministerio (https://www.mim.gov.it/doc; en el clima actual vale la pena echarle un vistazo, antes de que lo eliminen…).
Percibido como una especie de legalización de los smartphones en las escuelas, ese decálogo había suscitado una dura polémica y el documento final de la comisión que debía desarrollarlo y motivarlo metodológicamente, articulándolo respecto a los diferentes grupos de edad, nunca fue publicado por el Ministerio.
El tema volvió a cobrar actualidad durante el período de COVID-19: en 2020, algunas de las personas que habían trabajado en el tema promovieron un “Manifiesto por la tableta en la mochila”. El Manifiesto, escrito por Roberto Maragliano y Alessandra Rucci, nació de la idea de que, a pesar de su carácter dramático, la pandemia podría ser una oportunidad para repensar el uso de los dispositivos digitales en las escuelas. Y en la emergencia hubo cierto replanteamiento. Pero tan pronto como pasó la tormenta (o amainó), volvimos no sólo a los temores del pasado, sino también a una especie de prohibicionismo digital, acompañado de la apoteosis de la tradición. Los indudables efectos negativos sobre el aprendizaje debido a la pandemia se han atribuido no a la interrupción abrupta de la relación educativa, que la educación a distancia de emergencia solo pudo mitigar en parte, sino al uso “excesivo” de lo digital. Sin considerar que ese uso, de emergencia (y por tanto muy diferente de lo que podría hacerse en un contexto educativo “saludable”) y fuertemente penalizado por la falta de competencias, de infraestructuras, de preparación, tanto de las escuelas como de las familias, representaba de hecho la única respuesta a la emergencia educativa, y ciertamente no su causa.
Pero ¿tiene realmente sentido mantener fuera de la escuela los dispositivos en los que no sólo los estudiantes, sino nosotros mismos, pasamos gran parte de nuestro tiempo?
No hay duda de que los teléfonos inteligentes y las tabletas pueden perturbar la atención en clases (y de hecho lo logran). El ecosistema de apps y herramientas que construimos en nuestros smartphones es muy a menudo –también por falta de formación y reflexión sobre el tema– fruto no sólo y no tanto de nuestros intereses personales, como nos gustaría pensar, sino de la penetración, comunicación y capacidad de “venta” de grandes empresas tecnológicas, que operan en un mercado oligopólico y no regulado y luchan por conquistar y monetizar nuestro tiempo y atención.
Pero la idea de que las escuelas deberían desentenderse de esto –en lugar de trabajar para mejorar la comprensión, el conocimiento y la concienciación en la gestión de este ecosistema, y promover el uso de herramientas digitales mejores y más funcionales– es muy ingenua. Numerosos estudios muestran los efectos negativos de la dependencia excesiva de las redes sociales, la fragmentación del tiempo y de las actividades favorecida por el uso continuo de los smartphones y la granularidad de los contenidos. Pero el prohibicionismo digital en la escuela no ayuda: una investigación reciente dirigida por Victoria Goodyear de la Universidad de Birmingham y publicada en The Lancet (The Economist también habló de ello hace un par de meses) presentó resultados bastante claros: “No hay evidencia de que las políticas escolares restrictivas se asocien con un menor uso general de teléfonos inteligentes y redes sociales ni con un mejor bienestar mental en los adolescentes. Los hallazgos no respaldan la eficacia de las políticas escolares actuales que prohíben el uso de teléfonos inteligentes durante el horario escolar y sugieren que dichas políticas necesitan mayor desarrollo”.
Educar a las personas para que utilicen los teléfonos inteligentes y las redes sociales de forma más consciente, y utilizar los dispositivos digitales también por su potencial para apoyar el aprendizaje (un tema aún más relevante a la luz de los avances actuales en el campo de la inteligencia artificial) debería ser una prioridad para nuestro sistema escolar y de formación. Hace una década aproximadamente, parecía que estábamos empezando a entenderlo. Hoy nos olvidamos de ello otra vez.
Este artículo se publicó en italiano en el periódico Domani, pág. 12 el lunes 7 de abril de 2025.
Gino Roncaglia es profesor titular de Filosofía de la Información, Publicidad Digital y Humanidades Digitales en la Universidad de Roma III. Es autor de numerosos ensayos de los nuevos medios con un enfoque particular en el futuro de los libros y la lectura en el nuevo ecosistema digital, así como en el uso de la inteligencia artificial generativa en las humanidades.
Fue uno de los expertos involucrados en la redacción del Plan de Acción de Educación Digital y colabora desde hace tiempo con RAI CULTURA. Ha formado parte del Comité de Bibliotecas e Instituciones Culturales del Ministerio de Cultura italiano (MIBACT) y es miembro del Consejo Científico de la Fondazione Scuola dei Beni e delle Attività Culturali.
Gino es profesor honorario en la Universidad Nacional de Villa María en Argentina y entre sus libros más recientes se encuentran: L’architetto e l’oracolo. Forme digitali del sapere da Wikipedia a ChatGPT (Laterza 2023, 5ª reimpresión 2024); L’età della frammentazione. Cultura del libro e scuola digitale (Laterza, primera edición 2018, segunda edición ampliada 2020); y La quarta rivoluzione. Sei lezioni sul futuro del libro (Laterza 2010, 5ª reimpresión 2022). Este último fue publicado en español por la Editorial Universitaria Villa María (Eduvim) en el año 2012, con el título: La cuarta revolución.
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Durante años se nos dijo a los docentes que era parte de nuestra tarea enseñar el uso responsable del celular. También de eso nos tenemos que ocupar en el aula? Actualmente y después de muchos años de “pelear” con esta gran distracción, hemos descubierto que necesitamos estudiantes que se “desconecten” de las redes y que “conecten” con el aprendizaje. Nadie duda de que usada con fines pedagógicos es una gran herramienta, pero no es esa la utilidad que los chicos le dan la mayor parte del tiempo.
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