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Confrontado las diferentes formas (culturales, antropológicas, políticas, estéticas) del desarrollo, que fue desentrañando en varios de sus textos como una […]
Confrontado las diferentes formas (culturales, antropológicas, políticas, estéticas) del desarrollo, que fue desentrañando en varios de sus textos como una tendencia nefasta e irreductible hacia la unificación y la destrucción de lo arcaico, Pasolini se pensó a sí mismo como una fuerza del pasado.
Desde sus primeros textos en los años 40, y de manera cada vez más radicalizada hasta su muerte en 1975, hay en Pasolini algo que es del orden de lo no integrado, de lo irreductible, de lo que no llega a encajar del todo con el presente. No se trata, por cierto, de un posicionamiento melancólico. No es la puesta en juego de una pasión triste, como diría Spinoza, un filósofo al que el autor italiano, no casualmente, se acerca en sus últimos años. Es más bien algo del orden de una anacronía deliberada, programática, como si Pasolini interviniera desde la poesía, desde la narrativa, desde el ensayo, desde la filología, desde el teatro o desde el cine como una suerte de testimonio, como un sobreviviente, en un momento en que Italia, y con ella gran parte del mundo que se define como occidental, vivía su miracolo: un momento de expansión económica, de bienestar y, al mismo tiempo, de aumento creciente de las tensiones sociales y políticas. Ese tiempo que acaso sea todavía el que habitamos que él llamó de la mutación antropológica y del genocidio cultural.
Una posición irreductible, híbrida, atenta a los ecos del pasado, a los rostros de lo arcaico, a lo contaminado: desde ese lugar, desde esa arqueología, desde esa ética, hoy, a cincuenta años de su muerte, la voz de Pasolini nos habla todavía.
| Peso | 0,3 kg |
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| Dimensiones | 3,0 × 22,0 × 15,0 cm |
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