Manual de desarrollo local y regional

Lucas Giusti

Manual de desarrollo local y regional

Manual de desarrollo local y regional

EDUVIM

Lucas Giusti




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Cita sugerida: Giusti, Lucas (2022). Manual de desarrollo local y regional [Preprint]. Villa María: EDUVIM. DOI: https://doi.org/10.52550/278WF6

Preprint: 2022

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PRESENTACIÓN

La Licenciatura en Desarrollo Local-Regional es una carrera novedosa en Argentina que, desde el año 1997, comenzó a dictarse en la Universidad Nacional de Villa María. Se trata de una propuesta que implica la conjunción de distintas disciplinas para comprender la realidad socioterritorial e imaginar, diseñar y proponer posibles derroteros para la mejora de la calidad de vida de los pueblos en clave de “lo local-regional”. Propuesta que se inserta en una universidad de raigambre territorial, que se plantea como uno de sus interrogantes de partida, el pensar cómo se producen lazos sociales que tiendan a perdurar en el tiempo y permitan dar continuidad a las acciones conjuntas efectuadas entre la universidad y el entorno, en vistas de fortalecer su impacto territorial.

La propuesta pretende formar trabajadores académicos que tengan como perfil de egresado la posibilidad de “resolver en su complejidad”, los problemas que afectan pública y colectivamente a las sociedades situadas en medios locales y regionales, integradas a un contexto global, a fin de colaborar en la búsqueda de su buen vivir, siendo capaces de intervenir en la interpretación, diseño, aplicación y administración de programas referidos al desarrollo local-regional.

En estas más de dos décadas de historia mucho se ha trabajado, muchas y muchos fueron construyendo una comunidad de desarrollo, que tuvo sus primeras egresadas y egresados a mediados de la primera década del siglo XXI y que, promediando la segunda década, comienza a incorporar a los mismos a sus equipos docentes. Asimismo, es posible ver a nuestros primeros estudiantes transitando y culminando sus posgrados, insertándose en ámbitos laborales y, como en esta ocasión, animándose a producciones académicas, como lo es, este libro escrito por el Magister Lucas Giusti, un hijo de la casa.

Este libro es el fruto de una consolidación comunitaria, escrito con dedicación y entusiasmo, que muestra los progresos de nuestra universidad y que propone un recorrido introductorio de la temática que pueda acompañar a las y los estudiantes que se desafían a comenzar a transitar los caminos del desarrollo.

La propuesta compila los idearios e historia del concepto de desarrollo, revisa las problemáticas locales y regionales, observando la dimensión territorial del concepto para abordar, en un segundo momento, diferentes y plurales enfoques teóricos sobre la cuestión.

Es un verdadero acierto, comenzar por la evolución histórica del concepto de desarrollo, de las ideas que lo componen, de su multiplicidad, de sus disputas de sentido, reconociendo también la temporalidad de su constitución y la característica de ser un concepto que se va construyendo y disputando a lo largo del tiempo. El autor propone como objetivo observar la evolución del concepto de desarrollo y su aplicación en distintas circunstancias y contextos históricos.

Durante la carrera, el estudiante afrontará permanentemente la necesidad de abordar, comprender y pensar soluciones sobre problemáticas sociales y sobre oportunidades de transformación, darle un capítulo a este tema en la primera sección del libro es necesario y acertado. Retomando ideas fuerzas de los primeros docentes que forjaron la carrera emerge con fuerza la idea de “pensar global y actuar local”.

La dimensión territorial, “lo local-regional”, el espacio disputado, sentido, construido, son aspectos presentes en el trabajo y que acompañan siempre a un “practicante del desarrollo”. La descentralización del Estado y la globalización ponen de manifiesto la necesaria comprensión de procesos constitutivos de la realidad actual. Se retoman autores que valorizan las identidades, las configuraciones, lo “vivo” del concepto territorio.

Pensar el desarrollo desde lo económico, lo productivo, la sustentabilidad, desde lo humano e institucional son los desafíos planteados en la segunda y última parte del libro. Es importante esta propuesta introductoria para comprender las complejidades del desarrollo y sus dimensiones.

Trascender la disputa crecimiento versus desarrollo es el comienzo de la segunda parte al proponer un camino que va desde ideas clásicas del desarrollo económico hacia propuestas de una economía más “humanizada”.

Las crisis del modelo de desarrollo productivista implican poner en discusión la necesaria comprensión entre modelos de desarrollo y sostenibilidad medioambiental, una sección destinada a este tema que trae reflexiones de distintos cortes y muestra herramientas a tener en cuenta pensando en el respeto medioambiental.

La última estación que propone Giusti refiere a las instituciones y el desarrollo humano, centralidad del Estado, importancia de los pueblos, sociedades organizadas, disputas territoriales que serán parte de las reflexiones en el devenir de la carrera que se encuentran presentadas en este apartado.

Dice el autor, “…después de todo, mi misión en la docencia se basa en acompañar y contener al estudiante, en el inicio de su vida universitaria, y orientarlo en la interpretación sobre “qué es lo que estudiamos”.

En sus manos, encontrarán un escrito que refleja un devenir institucional, que enorgullece a quienes hemos tenido la misión de forjar las primeras décadas de la licenciatura en desarrollo local-regional, a los que ya no están y a los que compartimos el camino de la docencia junto a esta primera camada de docentes/egresados de la carrera. Creemos en la importancia de fortalecer la universidad pública, de acompañar la construcción de trayectorias y de insistir en la necesaria disputa y construcción del sentido del desarrollo.

Los invito a recorrer y disfrutar las páginas de este libro, con la seguridad que encontrarán un esfuerzo genuino del autor para introducirlos en la temática del desarrollo.

Gabriel Suárez Fossaceca

INTRODUCCIÓN

Desde los “orígenes del capitalismo”, con la conquista de América, comenzó a instalarse la idea de progreso infinito, avance ilimitado de la tecnología y la necesidad de consumo y cambio permanente. Más adelante, con la ilustración, tuvo lugar la primer mirada occidental. En ese contexto, se afianzó el Estado nación, como soporte institucional y jurídico. Al mismo tiempo, nacieron las ciencias sociales y la economía, también… ¡Las teorías del desarrollo!

Partiendo desde los idearios del desarrollo, como resultados históricos del ser humano, de sus instituciones y de sus contextos, este libro pretende reseñar las transformaciones históricas que tuvo el concepto de desarrollo, desde el año 1492 hasta el año 2030.

En ese sentido, repasamos diferentes teorías y enfoques surgidos, mayormente, luego de la segunda guerra mundial. Estos enfoques, reflejan distintas alternativas desde las cuales los países y regiones “más pobres” podrían alcanzar el tan mentado desarrollo o “volverse más prósperos”.

Ahora bien, más allá que existan diversas teorías y enfoques, ciertos postulados universalistas han cobrado mayor fuerza. Reproducidos, en forma acrítica, por las instituciones de enseñanza de la economía, o por los principales medios de comunicación, quienes se encargaron de instalar una percepción incompleta acerca del desarrollo.

En otras palabras, existen autores, por fuera de una lógica industrial centrada en el beneficio económico, que plantean teorías opuestas a las instaladas por el discurso hegemónico. Sin embargo, desde el inicio de la edad moderna, ocurre sistemáticamente que, ¡siempre! Y en todos los períodos, predominan aquellos modelos de desarrollo que resultan funcionales al poder y al dinero.

Con ello, podemos deducir que el mundo “es gobernado” por el poder económico y los enfoques “alternativos al desarrollo” se comportaron como una capa superficial para reproducir los intereses de las instituciones surgidas en la posguerra, principalmente del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

Frente a esto, presentamos distintos componentes y miradas sobre el concepto de desarrollo, como herramientas para interpretar algunas de las problemáticas del mundo actual. Como podrán descubrir, a lo largo del texto, no existe un “modelo único” ni una sola “receta” para alcanzar el desarrollo de nuestras sociedades.

El libro se organiza en seis capítulos, divididos en dos partes. En la primera, en los capítulos uno, dos y tres, presentamos los “elementos centrales del desarrollo”.

De este modo, en el primer capítulo, observamos la evolución del concepto de desarrollo y su aplicación en distintas circunstancias y contextos históricos, desde el inicio de la edad moderna, hasta llegar a la Agenda 2030 y a la cuarta revolución industrial. En el segundo, presentamos los elementos y contextos que dieron origen a los procesos de desarrollo local-regional. Al mismo tiempo, contrastamos las problemáticas locales, de finales del siglo XX, con los desafíos que, actualmente, enfrentan los gobiernos municipales o, aquello que denominamos, las problemáticas “de principio del siglo XXI”. En el tercero, buscamos comprender por qué el territorio se torna una variable fundamental en los procesos de desarrollo local. También, identificar el rol de los profesionales del desarrollo, en las dinámicas y estrategias territoriales.

En la segunda parte, en los capítulos cuatro, cinco y seis, reivindicamos el “abordaje del desarrollo como un término pluridimensional”. Para ello, nos aproximamos a algunos de los “adjetivos que acompañan al desarrollo”.

En efecto, el cuarto capítulo está dedicado al desarrollo económico y productivo, donde repasamos diferentes teorías sobre el crecimiento económico y las contrastamos con estrategias de desarrollo más recientes e integrales. En el quinto, el desarrollo sustentable es el tema central, incorporando las preocupaciones por el cuidado medioambiental a nuestro debate. En el sexto, abordamos la dimensión humana e institucional del desarrollo, a través del análisis de las instituciones y el impacto que estas tienen en los niveles de desarrollo de un territorio.

Para culminar, en las consideraciones finales, presentamos un esbozo respecto a las lecciones aprendidas, ¡y a las que no!… Sobre algunas estrategias de desarrollo utilizadas a lo largo de la historia y acerca de algunos modelos que, de aquí al 2030, parecieran ser más viables.

Desarrollo endógeno es, en otras palabras, la habilidad para innovar a nivel local”.

Sergio Boisier.

PARTE I. COMPONENTES ELEMENTALES DEL DESARROLLO

CAPÍTULO I. LA HISTORIA DEL DESARROLLO: ORIGEN E IDEARIOS DEL CONCEPTO

1.1 Introducción

En el presente capítulo, observamos los diversos significados del concepto de desarrollo a lo largo del tiempo. Con énfasis en los resultados del ser humano, sus instituciones y los diferentes contextos, repasamos acontecimientos,1 trascendentales de la historia, y sus aportes a las diversas y múltiples ideas sobre, lo que Orgulloso Martínez (2004) denomina, la “cuestión del desarrollo”. En tal sentido, el inicio de la edad moderna constituye el “primer momento” de nuestro recorrido y, desde la óptica de Orgulloso Martínez (2004), analizamos el fenómeno de la modernidad, partiendo desde los orígenes del capitalismo.

Posteriormente, en el marco de “la ayuda al desarrollo”, continuamos el análisis con la teoría liberal, pero luego de la segunda guerra mundial. Asimismo, repasamos algunas ideas en contraste. Por lo tanto, utilizando la estructura cronológica de Valcárcel (2006), los aportes de Prats (1999) y Escobar (2005), presentamos los diferentes enfoques surgidos en la “era del desarrollo”, es decir desde la posguerra hasta el año 2000.

En el siguiente apartado, a través del argumento de Escobar (2005), nos remontamos a la “era del postdesarrollo” para, desde la crítica postestructuralista, completar los enfoques de nuestra propuesta.

Respecto al “segundo momento”, de nuestro recorrido, el punto de partida va allá del postdesarrollo. De este modo, interpelamos la visión de Quetglas (2012) y las Naciones Unidas (2015), sobre el desarrollo, luego del año 2000 y hasta el año 2030.

En la última sección, y para culminar, nos situamos en la actualidad y proponemos repensar la manera en la cual los países deben desarrollarse. De este modo, desde las conclusiones del Foro Económico Mundial (FEM), reflexionamos sobre los retos de la próxima reindustrialización. Es decir, mediante el argumento de Schwab (2018) y Pérez (2016), hacemos referencia a la Cuarta Revolución Industrial y la Industria 4.0, bajo el supuesto que estos paradigmas no solo están cambiando el “qué” y el “cómo” hacer las cosas, sino el “quiénes somos”. En consecuencia, abordamos un tema que resulta imperante en el debate hacia el desarrollo humano de los próximos años. También, incorporamos unas breves consideraciones que se oponen al neoliberalismo, y al dominio del mundo por el capitalismo, a partir de las ideas del Foro Social Mundial (FSM).

1.2 Objetivos

Generale

  1. - Observar la evolución del concepto de desarrollo y su aplicación en distintas circunstancias y contextos históricos, desde el inicio de la edad moderna

Específicos

  1. - Visualizar, en diferentes momentos y contextos, ¿para qué? ¿para quienes? y ¿en qué condiciones? Surgen los idearios de desarrollo

  2. - Promover la visión crítica sobre los principales enfoques de la era del desarrollo

  3. - Comprender los elementos centrales del postdesarrollo

  4. - Analizar diferentes alternativas, en base a los componentes y lineamientos que proponen para alcanzar el desarrollo, en los próximos años.

1.3 Génesis y evolución del concepto de desarrollo

En consonancia con los planes de estudios de las carreras propias del Instituto Académico Pedagógico de Ciencias Sociales (IAPCS), de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM), donde, mayormente, los contenidos “comienzan” desde la configuración del sistema mundo capitalista, y el desarrollo de las fuerzas productivas occidentales, proponemos el inicio de la edad moderna como el punto de partida para nuestro análisis. En consecuencia, para visualizar el recorrido histórico del concepto de desarrollo, nos remitimos a los procesos de industrialización y urbanización, iniciados con el periodo de la modernidad.

Para comenzar, previo al desembarco europeo en América, existía una manera sencilla de las comunidades que, con su labor, resolvían y mantenían las condiciones para la reproducción propia y la de su entorno. Martínez (2004), define esto como la “búsqueda del ser humano de mejores condiciones de vida”.

Ahora bien, posterior al año 1492, inicia lo que denominamos “orígenes del capitalismo”. Desde ese momento, comienza a instalarse la idea de progreso infinito, avance ilimitado de la tecnología y la necesidad de consumo y de cambio permanente. Asimismo, Valcárcel (2006) argumenta que, con la ilustración, ocurre la primera mirada occidental. Durante este período, es cuando surge el Estado nación, como soporte institucional y jurídico. Del mismo modo, las ciencias sociales y la economía nacen dentro de ese marco, como también, las teorías del desarrollo. En virtud de ello, intentaremos situar “los” conceptos de desarrollo, entendidos como resultados históricos del ser humano, de sus instituciones y de sus contextos.

Desde esta perspectiva, con las guerras coloniales se impulsaron los procesos de transformación que dieron lugar al ideario de progreso. Posteriormente, las condiciones científicas, tecnológicas y comerciales, nacidas específicamente para la producción, fueron quienes “moldearon” los procesos sociales. Las ideas mercantilistas y liberales, derivadas de estos acontecimientos, dieron como resultado una cultura universalista, donde desarrollo e industrialización, estaban asociados. Es decir, para el ideario de la modernidad, los países desarrollados eran aquellos que tenían industrias, desencadenando el capitalismo y las bases del mundo moderno.

Como consecuencia, los procesos económico-productivos eran fortalecidos, por encima de los factores sociales y políticos. El mayor consumo y producción, en un libre mercado, significaba mayor bienestar. En efecto, la aplicación de estos lineamientos occidentales, dieron lugar al modelo “eurocentrista” y singular de desarrollo, con la pretensión de ser válido para todo tiempo y lugar. Orgulloso Martínez (2004), sintetiza esta propuesta como el “desarrollo de las cosas y no de las personas”.

Ahora bien, para interpelar esta visión capitalista del desarrollo es necesario, por un lado, dar lugar a las “revoluciones socialistas”, con su impacto en la generación de otros enfoques sobre el desarrollo. Por otro lado, considerar la maximización del beneficio social, situando el “desarrollo de lo humano” en el centro. En palabras de Orgulloso Martínez (2004), esto implica romper con las carencias de un modelo universalista, orientado a maximizar beneficios económicos, donde el Estado nación no ha sido más que un marco jurídico. Así, partiendo desde el surgimiento de modelos alternativos, como el socialista, se han propuesto proyectos de gobierno con las políticas públicas como bisagras entre lo económico y lo social, posicionando al Estado como un actor decisivo de la economía, y en las relaciones de poder y sociales. Estas cuestiones, adquirieron mayor relevancia durante la primera guerra mundial y, fundamentalmente, luego del “crack” financiero del año 1929, cuando las respuestas keynesianas, a la gran crisis, dominaron la escena.

Más adelante en el tiempo, en los años 40 y 50, un determinado grupo de países, llamados del “tercer mundo” debían, desde el paradigma del desarrollo industrial, “desarrollarse”, en contraposición a otros países que, luego de segunda guerra mundial debían “reconstruirse”. Orgulloso Martínez (2004) denomina esta etapa como el inicio de la globalización neoliberal,2 mientras que, para Valcárcel (2006), se trata de la “posguerra” y, para Escobar (2005), “la era del desarrollo”. Entonces, si anteriormente hablamos de la configuración del mundo a partir de la conquista de América, ahora, daremos cuenta del cambio en las reglas de juego de la economía mundial, luego de 1945 y su “impacto” en el concepto de desarrollo.

Precisamente, podemos considerar el desarrollo como un tópico de la posguerra y, para Sunkel y Paz (1970), agregar que ha sido un tópico de las instituciones surgidas en este contexto, puntualmente, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Como antecedente, señala Boisier (2001), la Carta del Atlántico firmada en 1941, por Churchill y Roosevelt, expresaba que el único fundamento cierto de la paz reside en que todos los hombres libres del mundo puedan disfrutar de seguridad económica y social. Por lo tanto, se comprometieron a buscar cierto orden mundial, para alcanzar tales objetivos, una vez finalizada la guerra.

En sintonía, los discursos de George Marshall (1947) y Harry Truman (1949), proclamaron el desarrollo como un concepto que, según Valcárcel (2006), sirvió para justificar una serie de “recomendaciones”. Las mismas, dieron lugar al dominio del “mito prometeico” norteamericano del desarrollo. Estas ideas, reflejaban que las sociedades del “tercer mundo” dejaban de ser vistas como distintas e incomparables y fueron clasificadas en una única y progresiva “pista”, consideradas más o menos avanzadas, según los criterios de las naciones industrializadas de occidente. Simultáneamente, los nuevos lineamientos de la política exterior norteamericana, entre otras cuestiones, formalizaron un compromiso con el desarrollo de América Latina.

El plan, basado en fortalecer y consolidar la ayuda técnica, hacia el sur del hemisferio, tenía la premisa que el desarrollo económico sería alcanzado con una mayor participación de América Latina en el comercio internacional. A su vez, proponía la entrada de capitales extranjeros, para fortalecer la economía de los países “más pobres”. Este hecho tuvo importancia, sobre todo, al momento de articular una propuesta económica para combatir los efectos de la pobreza, considerando a esta un foco de politización, o “amenaza”, capaz de inducir a los países más pobres para adherirse al bloque soviético. En este contexto, se respiraba un elevado, o falso, optimismo vinculado con la posibilidad de que muchos países, incluso los recientemente independizados de sus colonias, pudieran “marchar firmemente hacia el mentado desarrollo”. Por consiguiente, se explica la aparición del novedoso y “evolucionista” término “países en vías de desarrollo”.

Por lo tanto, la imagen que las sociedades capitalistas habían adquirido de sí mismas fue proyectada sobre el resto del mundo. Rememorando las palabras de Harry Truman, graficamos esta cuestión:

Debemos embarcarnos en un nuevo programa para hacer que los beneficios de nuestros avances científicos y el progreso técnico sirvan para la mejora y el crecimiento de las áreas subdesarrolladas. Creo que deberíamos poner a disposición de los amantes de la paz los beneficios de nuestro almacén de conocimientos técnicos, para ayudarles a darse cuenta de sus aspiraciones para una mejor vida, y en cooperación con otras naciones deberíamos fomentar la inversión de capital en áreas necesitadas de desarrollo. (Harry Truman, discurso inicio de mandato: 1949)

Para culminar este “repaso de la historia”, destacamos el Plan Marshall, el acuerdo de Bretton Woods, la aparición del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), como acontecimientos significativos, cuya idea de desarrollo fue asociada, nuevamente, al aumento del ingreso, desplazando a las políticas del “New Deal”. Adicionalmente, la guerra fría y, en América Latina, la Alianza para el Progreso, fueron sucesos que también marcaron la época.

Precisamente, haciendo referencia a esa época, Prats (1999) nos invita a diferenciar la idea de desarrollo de la idea de la ayuda al desarrollo. Para el autor, la segunda no es, sino, uno de los aspectos de la primera. Argumenta que nunca se buscó que el desarrollo sea un efecto derivado de la ayuda al desarrollo, a veces mal llamada “cooperación para el desarrollo”. En ese sentido, destaca que el desarrollo depende, fundamentalmente, de un esfuerzo endógeno acompañado de un entorno externo favorable y que en ambas cosas puede contribuir la cooperación internacional comercial, industrial, tecnológica, financiera, educativa y cultural, entre otras. También señala, que no resulta fácil la distinción entre la cooperación en interés mutuo, de aquello que supone la ayuda al desarrollo.

1.4 La era del desarrollo: el surgimiento de los enfoques en la posguerra

Desde la perspectiva de Prats (1999), sería fácil describir el período de la posguerra como “la edad dorada de la ética y la ausencia de egoísmo”. Sin embargo, señala que el propósito de quienes lideraron el proceso ha sido ambiguo. Es decir, la política externa de los Estados Unidos ha perseguido, siempre, la defensa de un futuro mejor para ese país y la de sus intereses nacionales. En efecto, la Carta de la ONU y, seguidamente, la Declaración de Derechos Humanos tampoco ha sido tan "universal", indica el autor.

De esta manera, las instituciones creadas entre 1944 y 1945 fueron hechas “a la medida” de los intereses de las economías industrializadas y, especialmente, de la norteamericana, como aquella que emergió con mayor ventaja luego de la guerra. En ese contexto, la Escuela de la Modernización, sustentada por los postulados de las teorías evolucionistas, planteaba al desarrollo y el crecimiento económico como términos asociados. Sin embargo, la idea de un desarrollo ilimitado provocó consecuencias sociales y ambientales. En ese sentido, de acuerdo a la cronología de Valcárcel (2006), repasamos el enfoque de la modernización, y otras ideas en discrepancia con este, surgidas desde la posguerra hasta los años 90.

Enfoque de la modernización (1945-1965)

Desde la escuela de la economía del desarrollo, Barán (1910 - 1964) vinculó al desarrollo con la acumulación del capital y el aumento del Producto Bruto Interno (PBI).

Asimismo, Rostow (1916-2003) propuso cinco etapas y, de esta manera, influyó en la Alianza para el Progreso. En este sentido, el desarrollo era asociado con un proceso de “evolución” que, imperativamente, debían registrar los “países en vías de desarrollo”, considerados sociedades tradicionales, hasta llegar a ser sociedades modernas, es decir, urbanas, industrializadas y democráticas. Sólo siguiendo el camino de los países occidentales, y su proceso de modernización, este grupo de países lograría los efectos políticos y sociales derivados del crecimiento económico.

En resumidas cuentas, para este enfoque, el desarrollo era un proceso que debía emprenderse en América Latina, África, Asia y Oceanía, dirigido a sentar las bases que permitieran reproducir las condiciones que caracterizaban a las naciones económicamente más “avanzadas” del mundo. Paralelamente, suponía adoptar los valores y principios de la modernidad, incluyendo las formas concretas de orden, racionalidad y actitud individual.

Finalmente, señala Valcárcel (2006), el “mito prometeico” no se cumplió. A modo de reflexión, Europa no “descubrió” a los países subdesarrollados, por el contrario, fueran las secuelas de las conquistas las que los “crearon”, como veremos más adelante.

Enfoque de la dependencia (1965-1980)

Marca una ruptura con la modernidad, partiendo del enfoque estructuralista, para analizar al sistema económico mundial. De este modo, el sistema de división internacional de trabajo, es considerado el responsable de la dominación y explotación, por parte del capital. Se argumenta la existencia de relaciones desiguales entre el “centro” y la “periferia” y tanto desarrollo, como subdesarrollo, son las consecuencias de la expansión capitalista. López (s/f.) manifiesta que el subdesarrollo no era una etapa previa al desarrollo, sino una consecuencia de los factores externos del mismo. Es decir, el desarrollo de los países occidentales requería del subdesarrollo de los países del “tercer mundo”, para sostenerse. En respuesta, surgieron instituciones, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) por ejemplo, junto a las teorías del deterioro en los términos de intercambio, entre otras, para justificar una mayor intervención del Estado, proponiendo un Modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (MISI). En síntesis, desde este enfoque, se reivindica el historicismo, considerando que el término desarrollo debía ser redefinido. Por lo tanto, el desarrollo debía ser más que solo industrias y mayor producción, debía incluir mejoras en la calidad de vida e incorporar la dimensión social a la económica. Finalmente, la propuesta buscaba mitigar el predominio economicista, en los diversos usos y aplicaciones del concepto de desarrollo, a lo largo del tiempo. No obstante, una de las principales críticas a este enfoque, se asienta en la insuficiencia para poder explicar que el atraso de determinadas regiones era producido, únicamente, por una lógica sistémica. Según Gabay (s/f.), estas críticas sugieren mostrar cómo se supera la situación y sobre cuáles actores sociales hay que basarse para promover el desarrollo.

Aproximaciones ambientalistas (1970-1990)

El enfoque ambientalista emerge a partir de una desilusión con la modernidad, producto de la inviabilidad del modelo industrial. En ese sentido, a partir de los daños generados por el modelo economicista de desarrollo, la propuesta ambiental refleja la preocupación por las generaciones venideras, mediante un cálculo entre el crecimiento poblacional y los recursos. Como punto de partida, destacamos la primera Cumbre de la Tierra, en 1972, donde surge el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Asimismo, fue donde el director del programa, Maurice Strong, acuñó el término ecodesarrollo. Este concepto, marcó la antesala del desarrollo sostenible, entendiendo a este como "un desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras, para satisfacer sus propias necesidades” (ONU, 1987: 23).

De esta manera, el desarrollo sostenible reconoce la función que cumple el medio ambiente y los recursos naturales, como base de sustentación material, ecosistémica, ambiental y energética de los procesos económicos (López, s/f.).

Para culminar, más adelante en el tiempo, la Cumbre de la Tierra de 1992 dio origen a la Agenda 21. Este documento, estableció pautas orientadas a “encaminar el mundo” hacia el respeto con el medio ambiente.

Enfoque de las necesidades básicas y desarrollo a escala humana (1975-1980)

Cuando hablamos de “desarrollo humano”, noción propiciada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el objeto del desarrollo son los seres humanos y sus necesidades, fundamentalmente, salud y educación.

Partiendo desde estas ideas, en oposición al modelo industrial, lo central es el desarrollo de las personas y no “de las cosas”. Valcárcel (2006), centraliza dos ideas fuerza, la primera, consiste en replantear cómo “medir” el desarrollo. La segunda, pretende focalizar en los aspectos sociales, buscando disminuir la pobreza.

Enfoque neoliberal (1980-1990)

En un escenario marcado por la crisis del Estado de bienestar, la idea de que el crecimiento económico genera progreso social y desarrollo volvió a cobrar fuerza. Es decir, producto de las 10 recomendaciones del Consenso de Washington, nacieron los Programas de Ayuda Económica, para emprender en América Latina. Sin embargo, estas ideas quedaron establecidas como un modelo “indiscutible” para todo el mundo en desarrollo. En consecuencia, parecía prudente sacrificar en el corto plazo, si fuera necesario, las exigencias sociales de la población con la mira puesta en el posterior efecto derrame de la riqueza que, hipotéticamente, sucedería en el largo plazo. Tal perspectiva, fue alimentada por un entusiasmo generalizado, acerca del inevitable triunfo de la globalización occidental, algo que el intelectual Fukuyama (1992) denominó como el “fin de la historia”, ponderando a la globalización como el único patrón político creíble y posible.

Ahora bien, los resultados de este período no han sido otros que el aumento de la desigualdad, la pobreza y el desempleo. Valcárcel (2006), atribuye esto, entre otras cuestiones, a que los capitales extranjeros salieron de los países con la misma velocidad con la que entraron, sin cumplir “su misión”.

Enfoque de las capacidades y desarrollo humano (1990-2000)

Para esta visión, lo central es expandir las capacidades de la gente, considerando que “lo material” es, solamente, algo complementario. Como reflexiones, se prioriza aquello que la gente pueda ser y hacer, y no lo que pueda tener. Asimismo, la libertad adquirió un notable protagonismo, donde no es considerada solo un medio, sino que es el fin del desarrollo. Colocando al ser humano en el centro, la visión de mercado es desplazada por la siguiente:

El desarrollo humano es un proceso mediante el cual se amplían las oportunidades de los individuos, las más importantes, de las cuales son una vida prolongada y saludable, el acceso a la educación y el disfrute de un nivel de vida decente. Otras oportunidades incluyen la libertad política, la garantía de los derechos humanos y el respeto a sí mismo…(GARCÍA,1990:19)

De este modo, el “rol” de las oportunidades es crucial, Lucca (2009) sostiene que el 90% de la diferencia de ingresos, entre los adultos, se explica por las oportunidades que tuvieron en la niñez. En definitiva, ampliar las oportunidades, abordadas de manera integral y universal, resulta sustancial.

En conclusión, para este enfoque, el crecimiento económico es considerado, tan solo, un medio para que las personas puedan alcanzar una mejor vida y bienestar. En esa época, el PNUD, inspirado particularmente en ideas de Amartya Sen, de Mahbub ul Haq, de Richard Jolly, y otros, introdujo una nueva acepción y una nueva forma de “medir” el desarrollo. Se trata del Índice de Desarrollo Humano (IDH) que, como indicador alternativo al PBI, pone el énfasis en la calidad de vida, la esperanza de vida al nacer y el nivel educativo. En cuanto a los “actores”, y sus roles, el Estado debe recaudar e invertir, el mercado debe encargarse de introducir eficiencia, a partir de la competencia, y la sociedad civil estar dispuesta a capacitarse para competir como capital humano.

Adicionalmente, destacamos que, desde comienzos de los años 90, el PNUD ha publicado, sistemáticamente, el resultado de la aplicación empírica del IDH en los países y también a nivel mundial, enriqueciendo enormemente la idea de desarrollo.

Para culminar, más allá del repaso por los enfoques que propone Valcárcel (2006), nos parece acertado incluir la perspectiva de Escobar (2005), para sintetizar los tres momentos principales que tuvo el concepto de desarrollo, por parte de las ciencias sociales, en los últimos 50 años.

Los mismos, argumenta el autor, emergen desde tres orientaciones teóricas contrastantes: la teoría de la modernización, en las décadas de los 50 y 60, con sus teorías aliadas de crecimiento y desarrollo; la teoría de la dependencia y perspectivas relacionadas, en los años 60 y 70; y las aproximaciones críticas al desarrollo, como discurso cultural, en la segunda mitad de la década de los años 80 y 90.

En ese sentido, señala Escobar (2005), la teoría de la modernización inauguró un período de certeza, bajo los supuestos beneficios del capital, la ciencia y la tecnología. Esta certeza fue “golpeada”, por primera vez, desde la teoría de la dependencia, la cual planteaba que las razones del subdesarrollo estaban en la conexión entre dependencia externa y explotación interna, más que en una supuesta carencia de capital, tecnología o valores modernos. Para los teóricos de la dependencia el problema se hallaba más en el capitalismo que en el desarrollo. Luego, hacia los años 80, el número de críticos culturales que, en muchas partes del mundo, cuestionaban el concepto mismo del desarrollo, se fue incrementando. Para estos críticos, el desarrollo era analizado como un discurso de origen occidental, que actuaba como un fuerte mecanismo para la producción cultural, social y económica del “tercer mundo”. En definitiva, concluye Escobar (2005), los tres momentos mencionados pueden distinguirse según los paradigmas que le dieron origen, es decir, desde las teorías liberales, marxistas y postestructuralistas, respectivamente. Asimismo, destaca que hay un paradigma central que continúa informando, actualmente, a la mayoría de las posiciones, lo cual en ciertas “ocasiones dificulta el diálogo” (Escobar, 2005).

1.5 El postdesarrollo como punto de partida

Considerando los enfoques del desarrollo, presentados en el apartado anterior, retomamos a Valcárcel (2006), para contextualizar lo que es, según la estructura cronológica de su análisis, el último enfoque. Se trata del “postdesarrollo” (1990-2000), cuya pretensión consiste en reivindicar el derecho a la diferencia y, desde la perspectiva del autor, sostener que no existe un patrón universal de desarrollo, si no que este difiere de una sociedad a otra. Con el objetivo de no aceptar las propuestas de Europa y Estados Unidos, este enfoque critica los postulados universalistas, poniendo el énfasis en “lo local”.

De todos modos, en el debate sobre el desarrollo, coincidimos con Peemans (1996), cuando sostiene que el postdesarrollo es un punto de partida en vez de un punto de llegada. En ese sentido, recurrimos al argumento de Escobar (2005) para destacar algunas ideas centrales de esta visión. En primer lugar, hacemos referencia a lo visto en el apartado anterior, es decir, a los años considerados la “era del desarrollo”. Para Escobar (2005), esta época tuvo su fin y se preguntó ¿qué vendría después? Intentando responder esa pregunta, es cuando el autor comenzó a hablar de una “era de postdesarrollo”.

En consecuencia, dado que la noción de postdesarrollo proviene desde la crítica postestructuralista, es conveniente repasar algunos componentes elementales de este paradigma. Partiendo desde la lectura de Escobar (2005), el motivador principal de la crítica postestructuralista radica en interpelar el modo en que Asia, África y América Latina fueron consideradas3 como áreas “subdesarrolladas” y, en consecuencia, necesitadas de desarrollo.

Entonces, desde la perspectiva de Escobar (2005), los postestructuralistas no han pretendido mejorar los procesos de desarrollo, sino más bien, identificar y comprender los procesos históricos, y sus consecuencias, que determinaron que Asia, África y Latinoamérica fueran ideadas como el “tercer mundo”, desde los discursos y recetas para alcanzar el desarrollo. Este análisis, contempla diversos elementos, sin embargo, destacamos el discurso sobre el desarrollo que hizo posible, valga la redundancia, la creación de un discurso desplegado a través de un vasto aparato institucional. Es decir, el instrumento por el cuál la noción de desarrollo fue convertida en una “fuerza social real” y efectiva trasformando las realidades de las sociedades.

Con esto nos referimos a la variada gama de organizaciones, fundamentalmente aquellas surgidas en Bretton Woods y el sistema de Naciones Unidas. Según Prats (1999), a partir de todas las corrientes confluyentes en la Conferencia de Bretton Woods (1944), y en la de San Francisco de un año más tarde, nació la “nueva cooperación internacional”, en cuyo contexto fue generada la idea de desarrollo. Desde esta perspectiva, coincidimos con Escobar (2005), cuando se refiere a una red de organizaciones que “institucionalizaron el desarrollo” buscando facilitar una vinculación entre el conocimiento y la práctica, mediante proyectos e intervenciones particulares.

Desde la visión postestructuralista, también se destaca el análisis de las formas de exclusión a las que arribaron los proyectos de desarrollo, en particular, sobre aquéllos quienes, paradójicamente, deberían haber sido los beneficiarios del desarrollo, es decir, los habitantes de Asia, África y Latinoamérica, en situación de pobreza.

Como consecuencia, la idea del postdesarrollo deja a las claras cierto grado de descontento con las estrategias definidas para muchas partes del llamado “tercer mundo”. A raíz de ello, fue planteada la posibilidad hablar de “la era del postdesarrollo” bajo el supuesto, indica Escobar (2005), de abandonar el desarrollo como el principio organizador “central” de la vida social. En definitiva, valoramos la propuesta de no considerar, únicamente, al desarrollo desde el sesgo de occidente. Para ello, es necesario depender, en menor medida, de los conocimientos de los expertos y pensar más en intentos por la construcción de mundos más humanos, cultural y ecológicamente sostenibles. En ese contexto, resulta clave la revalorización de las culturas locales.

Desde estas consideraciones, el postdesarrollo no pretende constituirse como un período histórico al cual arribamos, por el contrario, Escobar (2005) da lugar al postdesarrollo como la posibilidad de que exista cierta diversidad de discursos, y representaciones, alejadas de la construcción “tradicional” del desarrollo. Más aún, destaca la necesidad de replantear las prácticas del saber y de saber hacer, partiendo de la multiplicación de los centros y agentes de producción de conocimientos. En otras palabras, las conceptualizaciones y estrategias de desarrollo “alternativos” constituyen, para el autor, ejemplos de postdesarrollo.

Finalmente, distinguimos, como elementos centrales del postdesarrollo, lo que podría denominarse una ecología política alternativa, que encarna nociones de sostenibilidad, autonomía, diversidad y economías, con cierto grado de disconformidad respecto al discurso hegemónico del desarrollo. Escobar (2005), plantea que, en todo el mundo, existen muchos ejemplos que, de esta manera, configuran un régimen de postdesarrollo. Es decir, se trata de manifestaciones que, para definir la realidad, reflejan la toma de conciencia sobre términos distintos a los del desarrollo, buscando como resultado que las sociedades puedan accionar en base a esas diferentes definiciones.

Para concluir, destacamos, de la propuesta de Escobar (2005), concebir el postdesarrollo como un proceso para repensar el desarrollo y la modernidad, lo cual implica abrir el camino hacia numerosas posibilidades. También, su visión acerca del fin del tercer mundo y, en ese contexto, del desarrollo desde allí derivado. Con estas reflexiones, es que intentamos proponer, siguiendo al autor, la posibilidad de imaginar más allá de la modernidad, de los regímenes de economía y guerra, de la colonialidad y de la explotación de la naturaleza y las personas.

1.6 Hacia el 2030: “nuestra” Agenda

Antes de continuar, recordemos que nuestra propuesta, sobre el recorrido histórico del concepto de desarrollo, inicia con la descripción del contexto previo a la colonización de América. Es decir, cuando se destacaban las labores de las comunidades, las ideas propias que tenían sobre el bienestar y las maneras que disponían para conseguirlo. Luego del año 1492, empezó a forjarse el ideario moderno del desarrollo que, en nuestro análisis, denominamos “el primer momento”, y abarca dos cuestiones. La primera, es los “orígenes del capitalismo”, en donde destacamos las guerras coloniales, las revoluciones agrícolas y técnicas, y la revolución socialista e influencia de Marx, como los acontecimientos que dieron lugar a las diferentes interpretaciones o conceptos de desarrollo. La segunda, desde los años 50 hasta el año 2000, es la globalización neoliberal, la posguerra o la “era del desarrollo”, donde abordamos el surgimiento de otros enfoques sobre el ideario de desarrollo.

Aclarado esto, en este apartado, llegamos al “segundo momento”, de nuestro recorrido. Se trata de un recurso que construimos para evidenciar la “situación de insuficiencia teórica”, que plantea Quetglas (2012), cuando nos preguntamos si, ¿de verdad, sabemos que es el desarrollo? Para este autor, “sabíamos” … Lo que era el desarrollo, pero actualmente no sabemos lo que es. En consecuencia, advierte una ruptura paradigmática donde, por ejemplo, el PBI es obsoleto para medir el desarrollo, pero los indicadores de reemplazo también lo son. Es decir, el fenómeno que buscamos “medir”, el desarrollo, “ya no es más el que era”. Quetglas (2012) argumenta que existía “un horizonte” que facilitaba la comprensión del desarrollo pero, en la actualidad, definir tal concepto supone un mayor desafío. De este modo, arriba a la conclusión de que, “probablemente, el desarrollo no exista”. Es decir, con la modernidad se instaló un paradigma singular que, como vimos, ha sido cuestionado. Sin embargo, tal paradigma parecía ser coherente, al asociar el desarrollo con una mayor producción industrial y con el crecimiento económico. Esta visión, estaba muy convencida y acrítica, algunos de los indicadores utilizados, menciona el autor, vinculaban al desarrollo con el incremento en el consumo de energía o en la producción de basura. En efecto, Quetglas (2012) nos invita a reflexionar sobre la “inoperancia” de estos indicadores ya que, actualmente, nos dirían que ciudades como Copenhague serían menos desarrolladas que Lima, por ejemplo.

Sin lugar a dudas, el paradigma industrial se encuentra “roto” y desdibujado, junto con el “horizonte” que planteaba la visión lineal del desarrollo. Sin embargo, si miramos alrededor del planeta, las sociedades se encuentran ensayando alternativas para emprender el camino hacia el “ideario central de desarrollo”. En consecuencia, puede que “el significado universalista del desarrollo no exista”, pero creemos que si existen “los” desarrollos.4 En tal caso, vincular el desarrollo a la diversidad contextual y suponer que no existe un horizonte “ideal” representa, según Quetglas (2012), un desafío majestuoso para las ciencias y la academia. Antes, con la premisa de industrializar, los esfuerzos para alcanzar el desarrollo se orientaban a “copiar como” … Ya que la respuesta estaba dada ¡había que industrializar! Ahora, en medio de cierta “ecología de la diversidad”, “es mucho lo que no sabemos”, aunque sí sabemos, que el desarrollo es un concepto en debate ideológico. En ese punto, la diversidad constituye un estímulo social para la creatividad, pensando el desarrollo, como una construcción cívica y de largo plazo, que requiere sentar las bases del proceso y sostenerlas en el tiempo.

Junto con el argumento de Quetglas (2012), el “segundo momento” de nuestro análisis, considera a la Agenda para el desarrollo después del año 2015. Acorde a esto, discutimos los lineamientos del documento final de la ONU, titulado “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”. Nuestra propuesta es debatir si los objetivos planteados constituyen un “nuevo horizonte”, que reivindica la diversidad y el respeto por las identidades locales.

Para contextualizar, la Agenda determina un plan de acción en favor de las personas, el planeta y la prosperidad. También, tiene por objeto fortalecer la paz universal, dentro de un concepto más amplio de la libertad. Asimismo, considera que erradicar la pobreza es el mayor desafío que enfrenta el mundo y es el requisito indispensable para alcanzar el desarrollo sostenible.

Por ello, pensar en la Agenda como una nueva “hoja de ruta”, para alcanzar el desarrollo, demanda algunas reflexiones. Es decir, durante el recorrido histórico del concepto de desarrollo, vimos cómo las “recetas universalistas” generaron mayor subdesarrollo y pobreza que prosperidad. En definitiva, la ONU es una institución “nacida de la posguerra”, contexto en el cual Estados Unidos definió su misión global y la relación con el resto del mundo. A raíz de esto, y con el prudente análisis contextual, nos parece necesario interpelar la Agenda, la institución desde donde surge y, fundamentalmente, el rol de este organismo, en los años 50, cuando realizó aportes en la construcción del “mito prometeico” del desarrollo.

Por otro lado, el sentido “historicista” de los lineamientos metodológicos, que la Agenda propone para alcanzar los objetivos, representa un incentivo para tener en cuenta esta iniciativa. Es decir, la Agenda ha sido aceptada por todos los países y, si bien es aplicable a cada uno, pondera las diferentes realidades, capacidades y niveles de desarrollo de todos, respetando las políticas y prioridades nacionales. A tal punto, que los objetivos y metas son universales, en el sentido que afectan al mundo entero, tanto a los países desarrollados como a los países en desarrollo. En suma, los objetivos ponen el acento en las personas, en el carácter holístico, integrador e indivisible del desarrollo. Asimismo, deben implementarse teniendo en cuenta la realidad, la capacidad y el nivel de desarrollo de cada país o territorio. A su vez, respetar las políticas y prioridades territoriales, conjugando las tres dimensiones del desarrollo sostenible: social, económica y medioambiental.

Valoramos la idea de que cada país sea el responsable principal de su propio desarrollo económico y social, como también, la importancia otorgada a las políticas y las estrategias de desarrollo nacionales. En principio, la Agenda muestra cierto respeto por los márgenes normativos. También, por el liderazgo que cada país ponga en práctica, para la formulación de políticas orientadas a la erradicación de la pobreza y la promoción del desarrollo sostenible. A diferencia de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM),5 los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son objetivos de desarrollo para todos los países, en los que se deben involucrar todos los Estados, todos los agentes territoriales (gobiernos, academia, sector privado, empresas, sociedad civil, etc.) y todas las personas. En síntesis, resaltamos la compatibilidad de la agenda con las diversas normas y compromisos nacionales existentes.

A modo de cierre, la Agenda contiene definiciones políticas y éticas, legitimadas por todos los países. Para algunos, estas definiciones, se constituyen como el marco conceptual sobre “el desarrollo”, al menos hasta el año 2030. Será cuestión de tiempo darnos cuentas si estamos frente a una estrategia que persigue el bienestar y el cuidado de los recursos, para el total de la población mundial, o si estos lineamientos constituyen otra “receta” concebida desde y para salvaguardar el interés de los países centrales y el poder económico.6 Desde este espacio, consideramos que cualquier tipo de acción, tendiente a revertir el cambio climático y mitigar la pobreza, es válida y debe ejecutarse reivindicando las identidades territoriales, en todo momento.

Por último, destacamos el argumento de Quetglas (2012) cuando se refiere al desarrollo como un orden conflictivo y, desde un lenguaje emancipador, lo posiciona como una opción ética, la cual presupone una plataforma institucional, un reconocimiento ciudadano, el cuidado de los recursos, una forma de resolver los conflictos y un modo de mirar el futuro. Para agregar, miramos al desarrollo como un desafío político y un concepto en disputa que, indudablemente, debe abarcar la interpelación de nuestros propios prejuicios, con relación a lo que pensamos sobre actividades y personas.

1.7 (Re) pensando el desarrollo, y los seres humanos… Desde la revolución tecnológica

Aquí, continuamos en el “segundo momento”, dentro de la estructura de nuestro análisis, donde concluimos el recorrido histórico del concepto de desarrollo presentando las características centrales de la “cuarta revolución industrial”.

De acuerdo a la gran cantidad de desafíos que enfrentamos, en el mundo actual, Schwab (2018) señala que comprender la nueva revolución tecnológica, es uno de los más importantes. Asimismo, que la cuarta revolución industrial nos conduce hacia la transformación de la humanidad, producto de la confluencia de los sistemas digitales, físicos y biológicos. En otras palabras, en un contexto donde los nuevos avances tecnológicos cambian, rápida y profundamente, al igual que el modo en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos, surge la necesidad de repensar la manera en la cual los países deben desarrollarse. Paralelamente, afirma el autor, es el mismo paradigma el que nos obliga a repensar, incluso, qué significa ser humanos. Algunas de estas cuestiones son retomadas en el capítulo correspondiente a la dimensión humana del desarrollo, no obstante, aquí nos limitamos a debatir un tema que ha sido central, entre otros, en el FEM, celebrado en Davos, en el año 2016. Puntualmente, nuestro interés es reflexionar sobre algunos de los retos de la próxima reindustrialización que, según Pérez (2016), es la revolución que nos introduce de lleno en la era digital mundial, la llamada “Industria 4.0”.

Entonces, situados en la edición número 46 del FEM, la cuarta revolución industrial ha sido vista como una gran oportunidad para cambiar el modelo de crecimiento económico global. De este modo, el fundador del Foro, instó a los líderes mundiales en virtud de revisar sus políticas y adaptarlas a los cambios que se aproximan. El punto de vista de Schwab (2018) es que tanto los gobiernos como las empresas que no logren adentrarse de lleno, en el mundo de la alta tecnología, serán perjudicados por la interconexión y automatización que promete esta nueva era. Asimismo, para la masificación de la tecnología, en los países aún en desarrollo, el autor identifica la necesidad de promover una cultura previa que asegure el uso correcto de las mismas.

Por otro lado, debemos advertir que, si bien la Industria 4.0 plantea ventajas, también coloca obstáculos sobre el camino de las empresas y los trabajadores. Pérez (2016), afirma que estamos ante una revolución industrial que genera preocupaciones. Principalmente, desde las conclusiones extraídas del informe titulado “El futuro de los empleos”, las cuales indican que la cuarta revolución industrial podría afectar a 7,1 millones de trabajadores en los próximos años. Seguidamente, Pérez (2016) apunta a que los trabajos “de nueva creación” pueden clasificarse en dos grandes grupos, es decir, analistas de datos y representantes de ventas especializadas. También, indica que las empresas de energía, los medios de comunicación y el sector del entretenimiento requerirán directivos con nuevas habilidades que permitan trabajar en climas de gran incertidumbre y en la disrupción de sus modelos de negocio. Un dato importante, es que más de la mitad de los niños que hoy transitan por la educación primaria, trabajarán en empleos que todavía no existen. Este punto, es decir, la necesidad de trabajar sobre las capacidades individuales, requeridas por las nuevas industrias competitivas, es retomado en el capítulo 6 dentro del enfoque del desarrollo humano.

Ahora bien, continuando con la cuarta revolución industrial, Pérez (2016) la explica desde la tercera, la cual ocurrió con el comienzo de la era digital, a mediados del siglo XX, y a partir de la computarización de los procesos industriales. Entonces, para la autora, la cuarta revolución consiste en hacer lo mismo, pero esta vez, desde tecnologías nuevas como la inteligencia artificial, la impresión en 3D y la biotecnología. Otro elemento central, consiste en analizar los factores que impulsan esta revolución, a los fines de mejorar su entendimiento. De este modo, el cambio en los entornos de trabajo y las jornadas laborales flexibles; el incremento de la clase media en los países emergentes; el cambio climático; el agotamiento de los recursos naturales; la transición hacia una economía más sustentable; el aumento de la inestabilidad política y la rápida urbanización, son considerados los agentes del cambio en el orden mundial. Pérez (2016), añade que las nuevas preocupaciones de los consumidores, vinculadas con la ética, la privacidad, la longevidad, el envejecimiento de la población, el aumento de las aspiraciones y el incremento del poder económico de las mujeres, serán constantes en la cuarta revolución industrial y el nacimiento de la Industria 4.0. Indudablemente, este escenario influye en la generación de políticas y acciones orientadas a la captación, retención y promoción del talento en las organizaciones.

Definitivamente, la tendencia está presente en todos los sectores económicos, los cuales ya se encuentran transitado la nueva era digital. La cuarta revolución industrial y la Industria 4.0, concluye Pérez (2016), implican un cambio difícil de evadir en el avance hacia el desarrollo humano. Por lo cual, más allá de los puntos negativos, supone una oportunidad de adaptación, mediante el desarrollo de avances tecnológicos, capaces de subsanar los problemas de la población mundial y del desarrollo personal, en aquellas áreas donde el aporte humano, en un mundo cada vez más tecnológico, resulte necesario. En sintonía, Schwab (2018), resalta las oportunidades y los dilemas, cuando describe las características clave de la nueva revolución tecnológica. Para destacar, se refiere a la responsabilidad colectiva como un factor determinante, al momento de diagramar un futuro en cual la innovación y la tecnología sirvan a las personas. Sólo de este modo, manifiesta el autor, será posible conducir a la humanidad hacia nuevos niveles de conciencia moral. En otras palabras, si bien la tecnología resulta útil, no proporciona un sentido de moralidad y no puede obligarnos sobre las decisiones que debemos tomar como seres humanos. Finalmente, en cuanto al modo de desarrollo, que se avecina en un horizonte cercano, mitigar el cambio climático implicará satisfacer las necesidades económicas y ambientales de una forma inteligente y justa. Esta cuestión continúa pendiente, sin embargo, Schwab (2018) es optimista respecto a la cuarta revolución industrial como la oportunidad para cambiar esto. Por ejemplo, partiendo desde nuevas formas de generar y usar la energía de con más eficiencia.

A modo de cierre, en nuestro análisis del recorrido histórico del concepto de desarrollo, nos pareció oportuno incluir la nueva revolución tecnológica ya que supone, para Schwab (2018), nada menos que la transformación de la humanidad. Eventualmente, producto de los cambios profundos, desde un análisis de la historia humana, estamos ingresando en una época con las mayores posibilidades o los peligros más potenciales. En ese contexto, nuestra propuesta consiste en debatir el desarrollo buscando comprender de qué manera la tecnología está provocando cambios considerables en los seres humanos, y cómo influye en los procesos económicos, sociales y culturales. En ese sentido, Schwab (2018) presenta tres razones que distinguen a la cuarta revolución de la tercera. Nuestro interés está centrado en la segunda razón, cuando se refiere a la amplitud y velocidad con la que avanza esta revolución, ya que no solo está cambiando el “qué” y el “cómo” hacer las cosas, sino el “quiénes somos”.

De esta manera, como una estrategia para adaptarnos al cambio, coincidimos con el autor en considerar el avance de la tecnología como un elemento clave, que nos permita reflexionar sobre quiénes somos y cómo vemos el mundo. En efecto, si concentramos nuestros esfuerzos en aprovechar la revolución, será posible conocernos aún más y construir mejores formas de organización social, derivadas del cambio tecnológico. Así, las oportunidades que encuentre la cuarta revolución, de mejorar el mundo y a los seres humanos, serán más altas. Claramente, esto no depende de un solo sector, resulta necesario que el mundo académico, los líderes políticos y el empresariado, colaboren habilitando a la sociedad civil a participar y a obtener beneficios de las transformaciones que ocurran.

Por otro lado, es válido aclarar que, en la “vereda del frente”, tiene lugar el FSM. Es decir, en este apartado nos hemos referido, principalmente, a las conclusiones del FEM, sin embargo, añadimos otro punto de vista, respecto a los modos de desarrollo que se avecinan y, principalmente, a los medios para alcanzarlos.

Como espacio de debate, reflexión y formulación de propuestas, el FSM se opone al neoliberalismo y al dominio del mundo por el capitalismo. Por lo tanto, desde una suerte de “altermundismo”, este Foro tiene lugar a partir del año 2001, en la búsqueda de una globalización inclusiva. Bajo el lema “otro mundo es posible”, cuenta con una carta de principios donde, entre lo más llamativo, indica que nadie está autorizado a manifestarse en nombre del Foro.7 A raíz de ello, las ideas que presentamos, devenidas del “mayor encuentro de la sociedad civil para encontrar soluciones a los problemas de nuestro tiempo”, no están asociadas con ningún autor en particular.

Anualmente, el Foro reúne a miles de participantes que se congregan en diversas actividades, vinculadas con temas como el desarrollo social, la economía solidaria, el medio ambiente, los derechos humanos y la democratización, entre otros. En síntesis, los emblemas asociados al Foro, son la economía solidaria y la democracia participativa. No obstante, para el final de nuestro recorrido histórico del concepto de desarrollo, si bien coincidimos con las ideas promovidas por el FSM, admitimos que, más allá de los contrapuntos, deberemos adaptarnos a la nueva realidad, mediante el desarrollo de tecnologías. Esto no implica que compartimos la ideología del FEM, al contrario,8 pero no podemos negar el avance de las tecnologías, y el impacto que tienen en las oportunidades para el desarrollo personal. Entonces, aprovechar estas oportunidades, será una de las escasas alternativas para remediar las problemáticas contemporáneas y preservar la “presencia humana” dentro de un mundo cada vez más “artificial” o robotizado. Como afirma Pérez (2016), “queramos o no, estemos preparados o no, la Industria 4.0 ya está aquí”.

CAPÍTULO II. LAS PROBLEMÁTICAS LOCALES Y REGIONALES

2.1 Introducción

Con el propósito de interpretar el concepto que “da nombre a la carrera de la cual nos graduamos”, en el presente capítulo, contextualizamos el surgimiento de los procesos de desarrollo local-regional. Para ello, describimos la emergencia de las problemáticas locales “de finales de siglo” y las opciones de desarrollo como un insumo para enfrentarlas.

En primer lugar, a partir del impacto de la globalización y la descentralización, damos cuenta de los procesos sociales, económicos y políticos (provinciales, nacionales y mundiales), que dieron lugar al paradigma del desarrollo local-regional, sintetizado con la frase, “pensar global, actuar local”. Para ello, partimos desde el argumento de Zilocchi9 (1997).

Seguidamente, desde García Delgado (1997), abordamos algunos aspectos de la descentralización, fundamentalmente, el impacto que tuvo sobre los nuevos roles municipales. Es decir, las demandas en materia de salud, educación y asistencia a los “grupos de riesgo”, que se incorporaron a la provisión de los servicios urbanos tradicionales. En síntesis, observamos cómo la descentralización, y la globalización, generaron mayores desafíos por resolver, principalmente, la necesidad de replantear la organización de los municipios.

Luego, desde las ideas de López (s/f.), Zilocchi (1997) y Cárdenas Nersa (2002), reflexionamos sobre los supuestos teóricos del desarrollo local, dimensionando las posibilidades y limitaciones, de estos procesos y contextos, también en el marco de la descentralización del Estado y la globalización económica. A su vez, compartimos las opiniones de Madoery (2010) y Cravacuore (2018).

En la cuarta sección, presentamos algunas percepciones sobre los procesos de recentralización, acontecidos en nuestro país y en Latinoamérica. En ese sentido, desde el análisis de Cravacuore (2017), incorporamos el debate sobre la “nacionalización” de las políticas y su impacto en las iniciativas de desarrollo, de los gobiernos locales, en la actualidad. Asimismo, interpelamos la lógica de “pensar global, actuar local”, propia de la década de los 80, pero en el marco de las “problemáticas locales de principios de siglo”.

Finalmente, desde la bibliografía de Boissier (2001) y Silvana López (s/f.), articulamos un glosario con los conceptos de desarrollo local, desarrollo regional y desarrollo descentralizado, bajo el supuesto que la comprensión y contextualización histórica, de estas definiciones, resultan centrales para este capítulo.

2.2 Objetivos

Generales

  1. - Conocer los elementos y el contexto que dieron origen a los procesos de desarrollo local-regional

  2. - Contrastar las problemáticas locales, de finales del siglo XX, con los desafíos que, actualmente, enfrentan los gobiernos municipales

Específicos

  1. - Determinar el impacto de la descentralización del Estado en los procesos de desarrollo local

  2. - Dimensionar el rol de los ámbitos locales en el marco de la globalización

  3. - Interpelar el modelo tradicional, denominado Alumbrado, Barrido y Limpieza (ABL), del esquema de administración de las ciudades

  4. - Visualizar los supuestos teóricos del desarrollo local

  5. - Determinar el impacto de la recentralización del Estado en los ámbitos locales de gobierno

2.3 La globalización, la descentralización y los desafíos que plantean

Antes de reflexionar sobre los supuestos teóricos, del desarrollo local, pretendemos dimensionar las posibilidades y limitaciones, de este proceso, en el marco de la descentralización del Estado y de la globalización económica. No obstante, en el próximo apartado, la descentralización del Estado es abordada con mayor profundidad, al igual que en el tercero. En consecuencia, aquí nos limitamos a debatir afirmaciones como la de Zilocchi (1997) cuando sostiene que el desarrollo local fue y es estimulado, en todo el mundo, por la globalización y la dialéctica global/local que ésta conlleva.

Por consiguiente, comenzamos indicando que, producto de un contexto globalizado, emergió cierta preocupación por generar dinámicas de desarrollo local. Estas preocupaciones, fundamentalmente entre las décadas del 70 y el 80, comenzaron a ocupar, según Zilocchi (1997), lugares en las constituciones, desde las cuales derivan las reformas del Estado. Simultáneamente, las localidades y las regiones empezaron a pensarse desde el desarrollo endógeno,10 para lo económico, desde las autonomías municipales, para lo político, y desde el refuerzo de las identidades propias del territorio, para lo cultural. Estas cuestiones, buscaban cubrir la necesidad de ubicar competitivamente a las sociedades locales, y a sus gobiernos, en un mercado cada vez más abierto. En ese sentido, Zilocchi (1997) aclara que lo local y lo global constituyen las dos dimensiones de lo social. Es decir, no es posible comprender un proceso de desarrollo local sin referirlo a la sociedad global en la cual se inscribe.

En este contexto, la globalización demandó, a las localidades, una serie de acciones para insertarse en la lógica del mercado global y poder “subsistir”. Por destacar algunas, Zilocchi (1997) menciona a las siguientes:

  • Apertura constante de las fronteras tecnológicas, en permanente innovación

  • Capacidad de recrear las vocaciones productivas tradicionales de la localidad y/o generar otras nuevas en base a situaciones diferenciales ventajosas

  • Acceder oportunamente a la información externa e interna con el fin de lograr la adaptación necesaria a los cambios con suficiente flexibilidad

  • Aptitud para establecer nuevas asociaciones, tanto permanentes como transitorias o “virtuales”, con otras realidades locales o regionales, próximas o distantes

  • Avanzar en el marco de la gran complejidad e incertidumbre que presenta la cambiante realidad

  • Predisposición para “actuar a nivel local con un pensamiento global” y planificar estratégicamente la conformación de nuevos escenarios

  • Capacidad de receptar con eficiencia, eficacia y efectividad las nuevas competencias y funciones públicas, provenientes de los procesos de descentralización política y administrativa

En ese marco, la lógica del capitalismo global disminuye las autonomías, aumenta las interdependencias, acrecienta la fragmentación de las unidades territoriales y produce la marginación de algunas zonas. Desde la óptica de Zilocchi (1997), estos constituyen los “males” de la globalización. Atento a estas cuestiones, distinguimos el desarrollo local, no como una teoría explicativa del desarrollo, si no, como una estrategia para hacer posible la gestión de los gobiernos locales en el ámbito global.

2.4 Nuevo rol de los gobiernos locales: la necesidad del desarrollo institucional como proceso de cambio

Producto del contexto devenido por la crisis fiscal del Estado central, los municipios tienen que dar respuestas más amplias, pero en muchas ocasiones, con similares recursos o sin las capacidades técnicas y de gestión necesarias. En otras palabras, a la provisión de los servicios urbanos tradicionales se suman los de salud, educación y asistencia a los “grupos de riesgo”. En consecuencia, la descentralización y la globalización han generado más tareas a resolver por los gobiernos locales, es decir, nuevos desafíos políticos, económicos y sociales, por lo cual, es necesario replantear la organización de los municipios, sus misiones, funciones y autonomía. Este proceso, consiste en interpelar el modelo municipal tradicional, de carácter autárquico, administrativo y clientelar que, en los hechos, configuraba y reducía el esquema de administración de la ciudad al ABL. De este modo, para convertirse en ciudades globales, esto es, incorporarse a la tendencia universal de los municipios con nuevas funciones y un rol más protagónico, García Delgado (1997) manifiesta la necesidad de reevaluar las políticas locales. Paralelamente, comprender que, desde estructuras burocratizadas, centralistas, lentas y costosas, trabajar en un mundo que demanda soluciones rápidas y localizadas, es difícil. En este sentido, la reformulación y redefinición de responsabilidades obligaron a las instituciones y actores locales a, lo que García Delgado (1997) denomina, acomodar su accionar o ejercer un nuevo contrato social, que comenzó a producirse en tres áreas de innovación.

En primer lugar, el cambio en lo político organizacional, es decir, pasar del modelo administrativo, burocrático y clientelar al modelo gubernativo gerencial. En efecto, comprender que el modelo municipal tradicional, entró en crisis. Por lo tanto, las mayores competencias, con menores recursos, exigen más eficiencia a la gestión y hacen necesario adecuar las estructuras, los procesos y los recursos organizacionales. En definitiva, pasar desde el modelo burocrático, hacia el "gerencial", en búsqueda de una mayor eficacia y eficiencia, en las organizaciones, mediante el traslado desde los principios del centralismo11 hacia los de la descentralización.12 Sin embargo, con la reformulación del sector público y la búsqueda de eficacia, desde García Delgado (1997), no nos referimos a interpretar las reformas administrativas como la "minimización" del aparato institucional, en los niveles municipales del Estado.

En segundo lugar, en materia económica, la innovación de los municipios consiste en dejar atrás el rol pasivo, para convertirse en facilitadores del desarrollo local. Esta orientación apunta hacia la mejora en la competitividad y la cooperación local, promoviendo las redes productivas. Asimismo, aparece la identificación de las potencialidades del territorio. Para ello, García Delgado (1997) se centra en las políticas de empleo y promoción de la inversión local y en la generación de infraestructuras, educativas y tecnológicas. También, en las políticas para reorientar el crédito hacia la inversión productiva y promover la generación de valor agregado local. En cuanto a instrumentos de concertación horizontal e integración intermunicipal, para el autor, los municipios deben hacer uso de la planificación estratégica y la vinculación con cámaras y universidades. A pesar de esto, pasar de ser municipios “pasivos” a ser municipios “activos” encuentra, en las disparidades regionales, una muestra que las inversiones realizadas están concentradas en pocos centros poblados. Estos factores, definen el nivel de competitividad territorial y la consiguiente capacidad para atraer inversiones. En ese sentido, la globalización constituye una oportunidad para los territorios con niveles medios de desarrollo, dotados con capacidades estratégicas relevantes (García Delgado, 1997).

Finalmente, el cambio de la política social, es decir, abandonar el modelo residual y pasar a la gerencia social, es la tercer área de innovación. La lógica conduce hacia la participación comunitaria en el diseño, gestión y evaluación de la política social. De este modo, se hacen posibles nuevas formas de articulación y el fortalecimiento de la sociedad civil. Paralelamente, los gobiernos locales comienzan a ocuparse de la política social, objeto de demandas, incorporando la problemática del empleo y la vivienda, a través del fomento a micro emprendimientos y la autoconstrucción. Asimismo, a cumplir otros roles, con especial énfasis en educación, capacitación y seguridad, también, en el mejoramiento de la calidad ambiental y en la mayor vinculación con asociaciones de la sociedad civil.

A modo de cierre, el nuevo escenario muestra el comienzo de otro modelo de gestión local y de vínculo entre el gobierno y la sociedad civil. Aquí, aparece una concepción de la política más dialógica y negociadora, donde asumir los nuevos roles no significa que el municipio eliminé los antiguos, sino, que mejore su cumplimiento. En cuanto a los desafíos, el exceso de personal con baja calificación y la falta de personal especializado; las tradiciones clientelares y el peligro de minimizar el aspecto público del Estado, constituyen las “debilidades” político-institucionales, según García Delgado (1997). A su vez, la escasa política social y predominancia en las políticas de reparto; la disociación entre los tiempos técnicos, políticos y de legitimidad y los obstáculos en las articulaciones multisectoriales, constituyen las debilidades político-sociales. Para Bernazza (2015), estos casos demandan diseño y construcción institucional ya que, las instituciones,13 pueden considerarse como mecanismos para “aumentar el margen de maniobra” estatal.

2.5 La revitalización de la esfera local y el derecho a la diferencia: conceptualización y procesos del desarrollo local

Entrando en el desarrollo local, como el tema principal de este apartado, es necesario plantear qué entendemos por “lo local”. Para Di Pietro (1999), “es un concepto relativo a un espacio más amplio”. Es decir, no podemos analizar lo local sin hacer referencia a un espacio más abarcador, en el cual se inserta un municipio, un departamento, una provincia, una región o una nación. En efecto, para nuestro análisis, “lo local” adquiere sentido cuando la mirada es colocada desde afuera y desde arriba. A modo de ejemplo, las regiones14 constituyen espacios locales, miradas desde un país, una provincia es “local” mirada desde su región y un municipio lo es, mirado desde una provincia.15

Por otro lado, complementando lo expuesto en los apartados anteriores, el paradigma de “pensar global y actuar local”, denota la imposibilidad de estudiar al desarrollo local por fuera de la racionalidad globalizante de los mercados. No obstante, esto no significa que aislar un proceso de desarrollo local, de sus raíces, sea viable. De este modo, consideramos que las diferencias identitarias son aquellas que, según Cárdenas Nersa (2002), hacen del desarrollo local un proceso habitado por el ser humano. Bajo este supuesto, criticamos la visión del desarrollo como “proceso evolutivo”, es decir, aquella que plantea un conjunto de etapas necesarias de superar.

Recordemos, según el enfoque moderno del desarrollo, el predominio de un punto de llegada, constituido por el modelo de las sociedades industrializadas. Se suponía que todas las sociedades debían pasar por ciertas etapas de desarrollo hasta alcanzar, finalmente, la madurez. Este enfoque, sostenía la dinámica evolutiva como un principio “positivo”, donde cualquier intento por frenarla, tendría consecuencias negativas. De esta manera, las tradiciones locales han sido consideradas como un obstáculo para el progreso y para la introducción de las técnicas portadoras del desarrollo. Como hemos visto, esta concepción ha despertado una multiplicidad de críticas. Al respecto, el rechazo a las exigencias unívocas, de asociar el desarrollo con las sociedades industrializadas, constituye y legitima nuestro argumento para demostrar la relevancia de “lo local”. Más aún, resulta coherente posicionarnos desde el historicismo, con el objetivo de destacar el carácter único y nuevo de cada proceso de desarrollo. Desde este enfoque, rechazamos cualquier dirección definida como el “único” punto de llegada. En definitiva, adherimos al argumento de Gabay (s/f.), en el que cada sociedad articula su especificidad, tiene un pasado propio, distinto y, en consecuencia, cada modo de desarrollo será diferente. Esta mirada pone el énfasis en lo local, porque “la defensa de las identidades nacionales y locales constituyen un elemento central para el desarrollo”.

Desde esta perspectiva, damos lugar a Cárdenas Nersa (2002), posicionando lo “local” como un paradigma alternativo, en el marco de la crisis de los años 70. En virtud de ello, impulsar el desarrollo local era una opción para enfrentar las crisis mundiales, frente a la inoperancia demostrada por los modelos anteriores. En América Latina, debido al agotamiento del Estado como motor del desarrollo, lo local surgió para “remediar todos los males”, donde los vicios del centralismo, la distancia entre representantes y representados, el atraso tecnológico y otras cuestiones, se solucionarían con procesos de desarrollo local (Cárdenas Nersa, 2002). Para el autor, estos procesos son “construidos diferenciadamente, estructuradores de nuevas formas de organización social, complejos, dinámicos y multidimensionales que implican procesos societales que van desde lo psico-socio-cultural, político, social, ambiental, territorial hasta lo económico-productivo” (Cárdenas N, 2002: 2).

Ahora bien, dentro de los procesos de desarrollo local, es casi indispensable comprender que la descentralización política y administrativa, del Estado central, resulta el medio o instrumento esencial de implantación. De este modo, percibimos el vínculo necesario entre el desarrollo local y la descentralización. Respecto a esto, parecía estar consensuado que la descentralización suponía un traspaso de recursos, atribuciones y poder, desde las instancias nacionales, a las provinciales y, desde éstas, a las municipales o locales. Por otro lado, señala Arocena (1989), la descentralización es una condición necesaria para llevar adelante las iniciativas potenciales de las sociedades locales. Para Cárdenas Nersa (2002), este fenómeno pretendía devolver la calidad a los gobiernos locales, con autonomía sobre el territorio, y reconocerles la función de proveer, no necesariamente de producir, los servicios públicos y sociales. Al mismo tiempo, la descentralización permitiría diagramar y promover un modo de desarrollo local, con sus respectivas dimensiones económico-productivas y de actores sociales, favoreciendo el desarrollo integral de las localidades y sus regiones. Como resultado, la profundización democrática, la redefinición del Estado y el replanteo de las relaciones entre el gobierno local y la sociedad, sería alcanzada.

En síntesis, si miramos al desarrollo local como una alternativa ante la crisis fiscal del Estado, en lo económico, destacamos el apoyo a los modelos “desde abajo”. A su vez, desde lo jurídico- político, se buscaba, con la descentralización, reforzar la autonomía local, aumentar la participación y otorgar, a la ciudadanía, un papel más activo en la toma de decisiones, como también, un control más directo de los representantes. En ese marco, Cárdenas Nersa (2002), señala la importancia del gobierno local como facilitador del desarrollo. Por otro lado, añade, contrario a la visión evolucionista, que un proceso de desarrollo no es el fin, sino que, debe constituirse como el medio fundamental para alcanzar la propuesta societal valorada. Para ello, el autor pone de manifiesto la complejidad de los procesos societales, destacando que deben ser construidos diferenciadamente en cada lugar.

En definitiva, Cárdenas Nersa (2002), plantea la inoperancia de los modelos ideales. Sin embargo, para el autor, existen rasgos concretos, surgidos de casos analizados en América Latina. Así, procesos en la dimensión psico-socio-cultural; procesos en la dimensión económica; procesos en la dimensión social; procesos en la dimensión jurídico-político-administrativa, y procesos en la dimensión de la integración nacional e internacional, deberían formar parte de un proceso de desarrollo local, consolidado. Adicionalmente, postula la relación necesaria entre estos procesos y la sinergia con la cual deben retroalimentarse.

Antes de cerrar, es válido recordar que, en este capítulo, colocamos el énfasis en los desafíos y oportunidades que tienen los ámbitos locales producto de la globalización. Asimismo, en la descentralización, para lo cual, añadimos algunas reflexiones. En otras palabras, en párrafos anteriores, hicimos referencia a la supuesta “contribución” de la descentralización en los procesos de desarrollo local. Ahora bien, recordemos que, en la mayoría de los países de América Latina, ocurrieron procesos de desconcentración, más que de descentralización, ya que hubo, desde la esfera central, una transferencia de las responsabilidades de gestión y funciones, hacia las esferas subnacionales de gobierno. Desacertadamente, esta transferencia no fue acompañada por los recursos ni por las capacidades de gestión suficientes. Es decir, no hubo transferencia de poder, ni de las potestades recaudatorias, que permitieran obtener recursos para ejecutar, correctamente, un esquema descentralizado. Por lo tanto, se produjo un desfinanciamiento de los gobiernos subnacionales, en un contexto de escasez de recursos presupuestarios propios y de una fuerte crisis económica y social. Debido a esto, los municipios se transformaron en el punto de condensación de la fragmentación social, de la protesta y de la falta de recursos.

Esta situación, argumenta Madoery (2010), dio lugar a la incorrecta interpretación de que los gobiernos locales tienen una insuficiente capacidad de gestión, “gastan demasiado” y, como consecuencia, promueven una crisis fiscal del Estado en su conjunto. En virtud de ello, las políticas de descentralización son cuestionadas sin contemplar que, en realidad, lo que se hizo fue desconcentrar. Básicamente, tuvo lugar una retracción del Estado central que exigió, entre otras cosas, definir estrategias de desarrollo, plantear una forma de articulación entre el Estado y la sociedad civil, y abordar la cuestión de las formas de la democracia. En ese escenario, debemos comprender las fuertes limitaciones que existen para convertir, efectivamente, a la descentralización en un instrumento idóneo para fortalecer a la iniciativa local, en un mundo globalizado.

Por otro lado, si bien hace referencia al territorio bonaerense, Cravacuore (2018), agrega que el régimen municipal cuenta con más de 60 años. De este modo, los municipios han sido sometidos a un incremento sustancial de la presión ciudadana. En ese sentido, temas como el desarrollo económico, las políticas sociales y la seguridad, atraviesan a los municipios sin que se hayan producido las trasformaciones necesarias en los marcos normativos, y sin que haya grandes modificaciones políticas que permitan desarrollar las nuevas funciones que demandan los ciudadanos. En efecto, aquello que se ha descentralizado han sido los problemas, es decir… “Toda situación que represente un problema, para esferas gubernamentales mayores, es pasible de ser “municipalizada” pero sin la posibilidad que los gobiernos locales amplíen sus recursos y, mientras tanto, la presión ciudadana se torna creciente” (Cravacuore, 2018: min 2:18). Esta presión, señala el autor, no permite que los gobiernos locales elaboren respuestas para resolver los problemas de manera adecuada. Como resultado, los municipios no tienen buenas gestiones, es decir, la provisión de servicios públicos es “antigua”, la incorporación de tecnología es lenta, no se trabajaba en el fortalecimiento municipal y, producto de un contexto de mayores demandas y capacidad de respuesta limitada, la presión continúa en aumento y los ciudadanos “viven mal”. A su vez, Cravacuore (2018), se refiere de modo crítico sobre la incapacidad de la dirigencia política y del sector académico para construir los acuerdos necesarios que permitan fortalecer municipios, tornando las gestiones locales más eficaces y eficientes, para resolver los problemas de los ciudadanos.

Sobre esto, Madoery (2010), manifiesta que las democracias latinoamericanas están replanteando la matriz territorial de su modelo de desarrollo. Este autor, tampoco considera la descentralización como una cuestión técnica, sino más bien, de índole política y de redistribución de poder entre las esferas nacionales, provinciales y locales de gobierno. También, agrega que no es un tema que debe tomarse aislado, en el debate del desarrollo de una sociedad, para él, debe formar parte de un conjunto de medidas que apunten a ver cómo una sociedad se prepara mejor para desarrollarse.

2.6 Desde la vereda del frente: los gobiernos locales en el marco de la desglobalización y la recentralización

Con el propósito de cerrar nuestra interpretación del desarrollo local, objeto de este capítulo, ofrecemos una perspectiva sobre una coyuntura propia de los niveles locales de gobierno. En oposición a los dos elementos centrales que estructuran este capítulo, presentamos un análisis desde la desglobalización y desde la recentralización.

De esta manera, la lógica de “pensar global” implica estudiar las problemáticas desde una idea de totalidad. Para Zilocchi (1997), significa abordar las realidades locales y regionales desde un pensamiento complejo, que dé cuenta de las problemáticas como partes relacionadas a un todo al cual pertenecen. Sobre esto, Guidi Gutiérrez (2018), plantea que el paradigma “pensar global y actuar local” ya no explica, por sí solo, la realidad de los municipios y ciudades. También añade, que los problemas locales requieren soluciones globales, al igual que los problemas globales necesitan de soluciones locales. Asimismo, existen hipótesis sobre cuales podrían ser los cambios profundos derivados de la globalización. Una de ellas, plantea que el escenario venidero será similar a lo sucedido tras la primera guerra mundial, más que a lo acontecido luego de la segunda. Es decir, después de 1918, las organizaciones internacionales fueron débiles, ascendieron los nacionalismos, el proteccionismo y hubo una fuerte depresión económica. Contrariamente, luego de 1945, o “posguerra”, hubo mayor cooperación e internacionalismo, materializado en grandes acuerdos y el surgimiento exponencial de instituciones. Según (González, 2020), transitamos una situación mundial carente de un liderazgo absoluto, más bien basado en la “multipolaridad”, puesto que ni la Casa Blanca, ni China, ni las potencias europeas, cuentan con la capacidad para asumirlo. En efecto, para el autor, la incertidumbre consiste en cuál es la probabilidad de dar “marcha atrás” a la globalización, no obstante, lo que asegura, es que no continuará avanzando a la misma velocidad.

Como vimos, en el capítulo anterior, contamos con una extensa y variada literatura acerca de las teorías de desarrollo local. A su vez, mediante el repaso de los diversos enfoques del concepto, evidenciamos lo absurdo de una comprensión unívoca. No obstante, en todos los enfoques, el territorio es una variable fundamental, o “pieza clave”, dentro de los procesos de desarrollo. Sobre esta idea, continuamos lo expuesto en los apartados anteriores, nos introducimos a la próxima unidad y reflexionamos sobre el estado de “lo local”, en el contexto actual.

En esa clave, interpelamos las estrategias de desarrollo local, desde el planteo de Guidi Gutiérrez (2018), sobre lo incoherente de abordar las problemáticas globales sin el aporte de los municipios. Simultáneamente, la autora señala la imposibilidad de alcanzar resultados de calidad, solamente, desde lo local, nacional o regional. Sostiene que una articulación global multinivel, mucho más eficaz y eficiente, es necesaria.

En síntesis, sugiere “territorializar” el abordaje de las problemáticas, y las estrategias para su resolución, partiendo desde una mejor articulación de la gobernanza, en todos los niveles. De este modo, más allá que los municipios se encuentran expuestos a grandes desafíos, afrontarlos representa una oportunidad de transformación, capaz de favorecer el desarrollo, no solo de su territorio, sino de todas y cada una de las ciudades y municipios del mundo. Asimismo, Guidi Gutiérrez (2018), advierte sobre la imposibilidad de abordar problemáticas a nivel global, si no se incluye a la ciudadanía en el proceso. Para ello, existe un gran consenso internacional sobre la necesidad de que los gobiernos locales trabajen en el proceso de incluir a la ciudadanía desarrollando, de manera participativa, una agenda local y territorializada de las problemáticas. Como resultado, se busca construir una ciudadanía global con actitudes y conductas basadas en el respeto a las personas, la no discriminación, la igualdad y la responsabilidad medioambiental.

Por otro lado, si entramos en el debate sobre la situación de las esferas municipales de gobierno, en un mundo globalizado, nos parece oportuno describir una estrategia que adquiere gran protagonismo y parece haber erosionado a la descentralización,16 tal como la definimos en los apartados anteriores. Para ello, presentamos los elementos indiciarios que, para Cravacuore (2017), podrían explicar las particularidades que adquiere el “proceso de recentralización municipal en la Argentina”.

En ese sentido,

Se entiende por recentralización municipal en América Latina al proceso político caracterizado por el traspaso de competencias en favor de los Estados nacional y regionales; el surgimiento de sistemas alternativos de gestión local; la retención de regalías por la explotación de recursos naturales; y la disminución de los recursos regulares para los municipios y su reemplazo por transferencias discrecionales por parte del Estado nacional en un esfuerzo por limitar la autonomía local en la determinación de prioridades y asignación de recursos. (Cravacuore, 2017: 167)

Ahora bien, en América Latina, este proceso se ha incrementado en los últimos años. Sobre los argumentos más frecuentes, que sostienen este proceso, Cravacuore (2017) indica el alivio a los gobiernos locales más débiles; perseguir mayor equidad territorial y proteger los derechos de la sociedad civil; disminuir los costos fiscales de la descentralización y contrarrestar la corrupción de las élites locales. Como resultado, estamos frente a un nuevo paradigma que, el autor señala, no será similar al de los años 80, y muestra indicios que atentan contra la autonomía municipal, en favor de mayores niveles gubernamentales.

Al mismo tiempo, Cravacuore (2017) se refiere a otras razones que explican la recentralización municipal. Por ejemplo, a partir de la suba internacional en el precio de los productos primarios, el incremento de los recursos fiscales le permitió, al Estado nacional, actuar fuertemente en los ámbitos locales, más allá de la oposición de algunos sectores de la sociedad. Por otra parte, la autonomía política en ascenso de los intendentes, opacando a los legisladores al momento de mediar los intereses territoriales frente al poder nacional, constituye otra razón. Del mismo modo, que la estructura burocrática central decida recuperar el poder, luego que la descentralización excluyera su participación en las decisiones territoriales. También, que el sector empresario, de mayor peso, pretenda eliminar negociaciones extenuantes con actores territoriales atomizados.

En definitiva, estas razones sustentan la instalación de un paradigma tendiente a revertir las transformaciones económicas y sociales, en el plano administrativo, derivadas de las políticas económicas posteriores al año 1989, cuando se originaron los rasgos característicos del sistema municipal argentino. Es decir, para Cravacuore (2017), este sistema promueve un marco institucional con elevados niveles de autonomía institucional y política, pero dotado de escasos recursos e instrumentos, que si bien son potencialmente capaces para el ejercicio participativo, cuentan con un uso limitado.

Respecto a los denominados “elementos indiciarios”, Cravacuore (2017), deduce que, en nuestro país, la razón principal, utilizada para justificar el proceso de recentralización, es la necesidad de implementar políticas de la misma calidad en todo el territorio nacional, orientadas a garantizar un mínimo de derechos sociales. Sobre la faz política de la recentralización, el autor manifiesta que la intención de fortalecer el presidencialismo y limitar el margen de maniobra, sobre la capacidad de decisión de los gobernadores y los intendentes, constituye otro incentivo. De este modo, por medio de transferencias de recursos financieros, directamente a los municipios, la intervención de los gobernadores provinciales queda excluida y se obtiene un mayor impacto en los asuntos locales.

Por otro lado, se evidencia cierta “nacionalización” de las políticas sociales, también a través de las transferencias directas a los beneficiarios. Así, indica Cravacuore (2017), desde políticas cuya orientación resulta dependiente del nivel central, la recentralización administrativa se afianza, a la vez que condiciona el diseño de políticas locales. Paralelamente, en cuanto a los rasgos fiscales del proceso, ocurre que los ingresos del Estado nacional se incrementan significativamente, respecto al de las provincias, sin afectar a los municipios. Es decir, según Cravacuore (2017), un gobierno nacional capaz de contar con un presupuesto oneroso,17 se encuentra en condiciones de transferir una mayor cantidad de recursos, a los gobiernos locales, “de modo discrecional”.

Para cerrar, estamos en condiciones de admitir, desde la óptica de Cravacuore (2017), que la recentralización es un hecho en América Latina y que condiciona el poder municipal. Asimismo, que este proceso constituye una tendencia que no distingue las barreras ideológicas de los líderes políticos. De esta manera, los niveles de autonomía municipal resultan vulnerados producto de, entre otras tres cuestiones, las transferencias discrecionales que constituyen, para el autor, el principal mecanismo recentralizador. En consecuencia, la nacionalización de la política, en nuestro país, diluye el federalismo y condiciona las proyecciones provinciales y locales a las decisiones del ámbito nacional de gobierno. En este escenario, totalmente opuesto al que describimos en las primeras secciones del capítulo, es donde resulta necesario diagramar nuevos modos de articular los niveles gubernamentales. Por lo cual, si las esferas locales de gobierno no logran fortalecer sus capacidades, ni generar los acuerdos necesarios con otros actores, públicos y privados, es poco probable que surjan propuestas alternativas que den lugar a las soluciones necesarias para “sobrevivir” a la recentralización.

CAPÍTULO III. LA DIMENSIÓN TERRITORIAL DEL DESARROLLO

3.1 Introducción

El propósito de este capítulo es presentar, en clave de idea fuerza, “que el territorio cuenta, tiene identidad y vida propia”, tal como indica Madoery (2010). Es decir, mediante el contenido de cada apartado, pretendemos observar el territorio como un conjunto de capacidades generadas, endógenamente, en cada ámbito local.

Así, en la primera sección, buscamos percibir las ciudades como “sociedades locales”, desde la visión de Pírez (1995), acerca de los sistemas complejos. Al mismo tiempo, incorporamos los valiosos aportes de Toro (2013) y su invitación a “tomar la ciudad como proyecto”.

Luego, continuamos con la propuesta de Madoery (2010), respecto a la necesidad de crear poder territorial. A su vez, con el argumento de Alburquerque (2004), cuando plantea que las capacidades territoriales están ligadas, entre otras cuestiones,18 a la calidad de los recursos humanos.19 En definitiva, en el segundo apartado y desde estas perspectivas, reflexionamos sobre los actores locales, como sujetos individuales o colectivos del desarrollo, sumando algunos aportes de Pírez (1995).

En la tercera sección, Madoery (2006), manifiesta que las ciudades y regiones no disponen, habitualmente, de recursos humanos suficientes, y debidamente calificados, para poner en marcha y sostener programas de desarrollo territorial. Partiendo desde allí, y comprendiendo que, para potenciar los sistemas productivos regionales, Alburquerque (2004) plantea la necesidad de dar debates y crear agentes de desarrollo, abordamos la importancia que adquiere la profesionalización de estos.

Posteriormente, continuamos con el énfasis sobre el territorio, interpretándolo como una variable fundamental, o “pieza clave”, al momento de trabajar los procesos de desarrollo (Costamagna, 2012). Desde esta óptica, proponemos observar el surgimiento de una de las estrategias más difundidas para el abordaje territorial. Es decir, en el cuarto apartado, reflexionamos sobre las posibilidades del desarrollo local, en el marco de “lo global”, desde el planteo de Güell (2007), sobre las limitaciones que tuvo la planificación tradicional, en un nuevo contexto, y el inicio de los procesos de planificación estratégica.

En la última sección, nos movemos hacia el contexto actual y presentamos las agendas estratégicas productivas locales como una metodología de abordaje territorial, considerablemente eficiente, para pequeñas y medianas localidades. En definitiva, mediante la propuesta de Pérez Campanelli (2016), incorporamos, a nuestro debate, la descripción de una herramienta de intervención que constituye, para los gobiernos locales, una alternativa para generar respuestas y propuestas de desarrollo.

Para culminar, desde la bibliografía de Boisier (2001), incorporamos un glosario con los conceptos de desarrollo territorial, desarrollo endógeno y desarrollo de abajo-arriba, bajo el supuesto que la comprensión y contextualización histórica, de estas definiciones, resultan centrales en este tema.

3.2 Objetivos

Generales

  1. - Comprender por qué el territorio se torna la variable fundamental en los procesos de desarrollo local

  2. - Identificar las cualidades de los profesionales del desarrollo, y su rol en los procesos y estrategias territoriales

Específicos

  1. - Interpretar la dinámica de las ciudades desde una visión de sistemas complejos

  2. - Identificar los actores locales en los procesos de desarrollo

  3. - Comprender la necesidad de profesionalizar agentes de desarrollo, en el territorio de referencia

  4. - Contextualizar diferentes enfoques de planificación en procesos de desarrollo local

  5. - Visualizar una herramienta actualizada, para la intervención y el abordaje territorial

3.3 El abordaje de las ciudades como sociedad local

Aquí, hablamos sobre las ciudades pretendiendo "mirar cómo suceden las cosas”, específicamente, tratar de entender la ciudad como una “sociedad local”. Para ello, partimos desde las ideas de Pírez (1995) quien sostiene que, en los procesos estructurales fundamentales de las ciudades, existen realidades heterogéneas con actores en diferentes universos económicos y sociales.

Para el autor, estos actores, mantienen formas particulares de organización y de relación con el territorio urbano. Desde allí, es que la ciudad es vista como un componente socio-territorial, es decir, definida por una determinada relación entre la sociedad y el territorio. En esa relación, la ciudad es una sociedad, una sociedad local. Con esta perspectiva, Pírez (1995), nos dice que “lo local” es un recorte donde la sociedad es una unidad parcial, pero tiene cierta capacidad de reproducción, dentro de una unidad mayor. En definitiva, lo esencial es comprender que existe un entramado de relaciones entre personas, clases y grupos sociales, que es posible identificar.

En una sociedad local, plantea el autor, los individuos o grupos sociales, presentan distintos grados de poder y dependen de su posición dentro del sistema local de relaciones. Esto significa, que el poder se acumula o se pierde según las relaciones que ocurren en la sociedad local. En síntesis, pensar la ciudad como sociedad local implica, inmediatamente, percibirla como un sistema de relaciones entre actores. Este análisis, coincide con aquello que Toro (2009) denomina tejido social, cuando se refiere al entramado que generan, entre sí, las diferentes organizaciones. Aclara, que mientras mayor sea número de organizaciones productivas, mayor dinámica, fortaleza y autorregulación logrará una sociedad.

Ahora bien, advirtiendo esta lógica, reconocemos que el proceso de desarrollo está, necesariamente, sujeto a la voluntad y capacidad de los actores locales. Por lo tanto, lograr cierto grado de concertación de intereses, requiere un determinado contexto institucional en la ciudad. En ese sentido, observamos que la intervención en los territorios no se limita, solamente, a movilizar factores productivos, sino a impulsar un aprendizaje colectivo, un cambio cultural y una construcción política.

En cuanto a esto, reivindicamos las palabras de Toro (2013), considerando que el primer paso, para “superar la pobreza” de una localidad, región o sociedad, es crear y fortalecer las organizaciones. En otras palabras, el autor sostiene que uno de los indicadores de pobreza, más severo, es no estar organizado. También, agrega que las sociedades son más sólidas mientras tengan un mayor número de organizaciones o asociaciones productivas, que generen transacciones políticas, económicas, sociales y culturales “útiles”.

Por ello, en sintonía con la propuesta de Toro (2013), legitimamos la conveniencia de, más que hacer proyectos en la ciudad, “tomar la ciudad como proyecto”. Tal proyecto, manifiesta el autor, debe ser de bien público, es decir, de “igual calidad para todos”. En ese marco, alude que las concertaciones, de orden territorial, o negociaciones de poder, ya no tienen lugar. En respuesta, sugiere llevar el paradigma hacia las negociaciones espaciales, buscando un “bien superior”, donde las diferentes interpretaciones puedan convivir en la construcción de un nuevo proyecto. En consecuencia, suscribimos la proposición del autor cuando sostiene que transformar una ciudad requiere de esta forma de negociar, entre quienes están presentes en la localidad y sus respectivas visiones.

Claramente, el autor manifiesta que una ciudad puede ser “buena o mala” según las transacciones que allí ocurran. También, advierte que cambiar una sociedad implica, antes que cambiar elementos de la trama urbana, cambiar el modelo de transacciones “ganar-perder” por un modelo de transacciones “ganar-ganar”. Por lo tanto, las ciudades serán más poderosas en tanto se logren generar este tipo de transacciones en el orden político, económico, social, incluso “espiritual”. De este modo, el desafío está en la capacidad de hacer ciudades, y “arquitecturas sociales”, que deriven en transacciones ganar-ganar, tomadas como las únicas capaces de crear riqueza pero, más importante aún, acumular equidad.

3.4 Los actores del desarrollo Local: tipos y capacidades

Partiendo desde Arocena (1998), como uno de los grandes referentes en los temas de desarrollo local, mencionamos las tres maneras que utiliza para interpretar la relación global-local. La primera, es afirmando el carácter determinante de lo global sobre lo local. La segunda, postulando lo local como alternativa a los “males de la globalización”. La tercera, y desde la cual nos posicionamos para escribir este apartado, sugiere la articulación local-global.

En este caso, Arocena (1998), recomienda una comprensión compleja de la sociedad contemporánea, algo similar a lo expuesto en la sección anterior. Desde esta posición, analiza el desarrollo local partiendo de dos categorías. La primera, el modelo de acumulación. La segunda, sobre la cual trabajamos aquí, es la del actor local. Entonces, sostiene que la globalización no representa sólo amenazas, sino también oportunidades, y plantea la posibilidad de aplicar estrategias locales, capaces de articular el potencial local con las circunstancias emergentes a nivel global. Para ello, aclara que es necesaria una interacción permanente entre el actor local y el modelo de acumulación. De acuerdo a esto, nos centramos en los actores locales, entendiéndolos como sujetos individuales o colectivos del desarrollo, ya que, dentro de un contexto global, su comportamiento determina los procesos locales.

A su vez, mediante el análisis de Pírez (1995), advertimos la existencia de distintos tipos de actores locales. Esta diferencia proviene, en particular, porque la lógica en la toma de decisiones es distinta. Como resultado, el autor los clasifica en tres grupos. El primero, está conformado por aquellos actores cuya reproducción se da, predominantemente, dentro del ámbito local. Entonces, para la toma decisiones, se basan en los procesos locales, donde lo “extra local” se considera tan solo un "contexto". El segundo grupo de actores, por el contrario, toma sus decisiones con base, no solamente en los procesos locales sino, fundamentalmente, en los extra locales y su vinculación con aquellos. Finalmente, el tercer grupo, está constituido por actores que no suelen tener en cuenta los procesos locales, salvo como obstáculos. Con la idea de ser lo más gráfico posible, con el análisis de Pírez (1995), presentamos algunos de sus ejemplos.

Primer grupo…Actores económicos que reproducen su capital en función de sus relaciones dentro del ámbito territorial local (comerciantes o productores que tienen como mercado principal a la población local), actores políticos que reproducen su poder con relación a los actores locales y en referencia al gobierno local. Esto implica que, sin las relaciones locales, estos actores no sobreviven como tales. Es decir, hace referencia a políticos que, sin los votos locales, o sin el apoyo de ciertos grupos locales, dejarían de serlo, como también, a comerciantes o productores que, sin la clientela local, quebrarían. Sin embargo, esto no significa que no puedan vender algo fuera del ámbito local o que no se fortalezcan, políticamente, en base a relaciones con gobiernos provinciales o nacionales. En otras palabras, estos actores tienen una gran capacidad para determinar los procesos locales, puesto que, los actores económicos inciden en el mercado local y los actores políticos inciden en las decisiones fundamentales a nivel local. Sin embargo, respecto a procesos no locales, estos actores no tienen la misma capacidad de determinación. En síntesis, no son sustanciales en las decisiones que toman otros gobiernos locales, ni sus productos pueden intervenir otros mercados locales.

Dentro del segundo grupo, se encuentran aquellos actores que, si bien se reproducen en ámbitos mayores (regionales, nacionales o internacionales), forman parte material de las relaciones locales y su presencia es decisiva. Pírez (1995), se refiere a propietarios rurales regionales, bancos, comercios o industrias regionales, nacionales o internacionales, instalados en ciudades donde, debido a su posición económica regional, o bien nacional, su presencia territorial los convierte en actores locales determinantes. Estos actores, no se reproducen como tales a nivel local, sino que integran los procesos locales, pero desde límites de subsistencia más amplios.

Por último, Pírez (1995), señala la existencia de un tercer grupo de actores que, dada su capacidad para determinar los procesos locales, son considerados locales, pero sin presencia material en el territorio. Se trata, por ejemplo, de las direcciones que las empresas nacionales, o internacionales, tienen en las sucursales radicadas a nivel local. En estos ámbitos, el personal no cuenta con capacidad de decisión, puesto que estas son tomadas en los lugares centrales, ya sean regionales, nacionales o internacionales. Generalmente, esas decisiones son de primera importancia a nivel local, pero sus responsables no integran, materialmente, el sistema de relaciones sociales locales.

3.5 La formación de agentes de desarrollo desde una lógica local. Actitud vs. aptitud

Dada las transformaciones globales, los procesos de cambio estructural y la reforma del Estado,20 una de las críticas al desarrollo local, supone que la lógica actual hace imposible el protagonismo de los actores locales,21 y que éstos no pueden organizar ningún tipo de resistencia al sistema capitalista global. En ese escenario, ubicamos la propuesta de Madoery (2010), sobre la creación de poder territorial. Es decir que, para lograr una descentralización efectiva, los territorios deben “hacer escuchar sus demandas”, mediante la movilización de actores locales y generando espacios de articulación, entre el sector público y privado, entre otras cuestiones. Adicionalmente, el autor sugiere la necesidad de potenciar los sistemas productivos regionales, dar debates y crear agentes de desarrollo. Sobre el último punto, hacemos foco en este apartado.

Para comenzar, abordamos, en el marco del desarrollo local, la importancia que adquiere la profesionalización de los agentes. Se trata de la producción, apropiación y circulación del conocimiento requerida para respaldar, científicamente, lo que Girardo (2006) denomina “ingeniería de las intervenciones territoriales”. Sobre esto, Madoery (2010), señala que las universidades asumen el rol fundamental de generar conocimiento pertinente22 para la toma de decisiones en el territorio, formando personas con un perfil “desde lo territorial”.

Asimismo, en un contexto donde surgen nuevas fórmulas de acción, las ciudades y regiones no disponen, habitualmente, de recursos humanos suficientes y debidamente calificados, para poner en marcha y sostener programas de desarrollo territorial. En consecuencia, las administraciones públicas (locales, regionales y nacionales) y las empresas e instituciones de base territorial, se enfrentan al desafío de capacitar a sus plantillas de personal.

Entonces, Madoery (2006), propone innovar en los sistemas de enseñanza y en las propuestas pedagógicas, siendo la formación para el desarrollo endógeno la respuesta a esto. Al mismo tiempo, indica que, en Latinoamérica, son escasas las experiencias de formación en este perfil de recurso humano. Por lo tanto, el desafío consiste en generar una oferta educativa, y de formación, que permita, por un lado, adecuar los contenidos curriculares a las demandas de cada territorio de referencia y, por el otro, anticipar las demandas futuras de calificación que las instituciones públicas y privadas puedan presentar. Para Madoery (2006), se trata de formar agentes de desarrollo local, entendidos como personas con aptitudes y conocimientos específicos, capaces de llevar a cabo funciones de animación económica y social; estimular el conocimiento; organizar el potencial de desarrollo local; promover el asociativismo, la autoorganización y el cambio cultural.

Resulta importante detenernos aquí, advirtiendo que “nuestra” licenciatura, orienta la formación en este sentido. Nos referimos al diseño de un plan de estudios que, permitiendo el diálogo entre diversas disciplinas,23 satisface los requerimientos de Madoery (2006), sobre una formación “integral e integrada” de agentes. Paralelamente, el autor sugiere asumir el desafío de institucionalizar la formación para el desarrollo, fundamentalmente, en el mismo territorio de referencia. En este sentido, es admirable que la Licenciatura en desarrollo local-regional, de la UNVM, forme parte de las escasas experiencias de las carreras de grado en Latinoamérica.

Por otro lado, analizando el perfil del agente de desarrollo, Girardo (2006), lo define como algo más que un mediador, un articulador o un integrador. Nos describe como aquel capaz de expresar incidencia y compromiso sobre el proceso de desarrollo territorial, más allá de la inserción sectorial. También, define a estos profesionales por el sistema de la acción, tanto como analistas (con capacidad diagnóstica) y como activistas (con capacidad de ejecutar). Del mismo modo, como personas cuyo comportamiento permite una elevada influencia sobre la dirección, modalidad y naturaleza del desarrollo del territorio. Así, como agentes, debemos desarrollar las actividades partiendo, no sólo de aptitudes, sino también, de actitudes aprendidas profesionalmente y de otras recuperadas, desde conocimientos propios o adquiridos tácitamente. Reconociendo las actitudes, suscribimos a la idea de Girardo (2006), de que los conocimientos necesarios no son, únicamente, aptitudes de naturaleza técnica o profesional. Nuestro perfil, requiere de una serie de saberes (tácitos y codificados), habilidades (saber hacer), competencias (saber ser) y capacidades de gestión e innovación (saber hacer hacer). Por consiguiente, garantizar este tipo de formación exige, a las instituciones, programas de calidad y diseños acordes a la realidad en donde los conocimientos aprendidos serán implementados. Esto significa, formas de aprendizaje adaptadas a cada contexto y a cada medio territorial, sólo así, agrega Albuquerque (2004), es posible dar respuestas eficientes en el terreno estratégico de calificar recursos humanos, de forma descentralizada y con la participación de actores socioeconómicos territoriales.

En definitiva, nos parece apropiado remarcar “cómo”, quienes nos hemos formado en el campo del desarrollo, debemos ejercer nuestra profesión. Por esta razón, insistimos en la dialéctica entre las aptitudes y el desarrollo de actitudes volcadas a la “lectura del territorio”, tal como plantea Paulo Freire (1921-1997), quien jamás aceptó “que la práctica educativa debería limitarse sólo a la lectura de la palabra, a la lectura del texto, sino que debería incluir la lectura del contexto, la lectura del mundo” (Freire, 1993:28).

En sintonía, Costamagna (2012), destaca que, más allá de los temas técnicos, que se aprenden en las universidades, la identidad, los valores y la actitud, son los elementos principales para “construir el territorio”. Para cerrar, vemos como los procesos de globalización y reestructuración económica, han ejercido una notable influencia en las responsabilidades que debe asumir todo el sistema educativo, donde lo local adquiere una relevancia central.

3.6 La revalorización de la planificación en el territorio

Antes de culminar el capítulo, reflexionamos sobre las posibilidades del desarrollo local en el marco de “lo global”. Sin duda, esta cuestión es la que más críticas recibe en la actualidad, principalmente, desde evidencias que demuestran, de forma coherente, las limitaciones que las sociedades locales tienen al momento de insertarse, exitosamente, en el sistema capitalista global. Sin embargo, si nos limitamos a la mirada estructural para explicar todo, las sociedades locales serían “simples espectadoras de su propia pobreza”. Ahí, es donde el desarrollo local debe tornarse un instrumento eficaz para favorecer la estructura productiva local. Claro que con esto no consideramos al desarrollo local un enfoque “salvador”, como hemos visto, se trata de una propuesta viable de ser implementada, en ciertas sociedades locales, donde la revalorización de la planificación local resulta central. En Efecto, se vuelve sustancial, recuperar un modo de planificación, a escala local, que promueva el desarrollo económico y social. Según Arocena (1998), la sociedad local es quien genera las iniciativas de desarrollo, por lo cual, resulta necesario fortalecer el protagonismo de los actores locales, buscando impulsar acuerdos, consensos y ubicando al Estado en un papel clave, en el proceso de construcción de las nuevas relaciones sociales. Por estos motivos, coincidimos en que el desarrollo ha sido, y es, un proceso complejo que debe incorporar, a las potencialidades locales, ya sean actores o recursos, los impulsos exógenos y la acción creativa, para transformar los territorios. Por todo esto, Arocena (1998), argumenta la necesidad de generar reflexiones sobre la gestión pública, identificando fortalezas y debilidades de la estructura productiva local. En síntesis, plantea que el desarrollo local centre su análisis en la planificación estratégica. En este sentido, es conveniente presentar algunas precisiones sobre este tipo de planificación.

En primer lugar, damos cuenta de un contexto “globalizado” que significa una fuerte inestabilidad política, económica y social, para los territorios. A su vez, estos desafíos ocurren en una compleja red de factores, que interactúan y se potencian mutuamente. Sin embargo, el contexto no solo plantea amenazas, también, plantea oportunidades.

Desde este análisis, Boisier (2001), sostiene que un territorio organizado es aquel que cuenta con la “capacidad de introducir innovaciones”, y que estas, lo convierten en un “sujeto promotor del desarrollo local”. De este modo, la planificación tradicional demostraba ciertas limitaciones para afrontar los retos de un nuevo contexto y, en consecuencia, el inicio de los procesos de planificación estratégica significó la introducción de una innovación al territorio.

De esta manera, demostrando mayor “compatibilidad” entre las lógicas de lo estratégico y lo territorial se trasladó, al ámbito urbano, una metodología proveniente desde el mundo empresarial. Es decir, considerando la lógica de los sistemas complejos, los territorios comienzan a trabajar en “el caos” y en mitigar la complejidad. Es por ello, que una planificación tradicional, asociada al concepto de racionalidad absoluta, resulta una actividad tecnocrática, obsoleta en un contexto de incertidumbre. Este contexto demanda, de parte de quienes conducen el proceso, contar con cierta “capacidad de caos”. En otras palabras, poder trabajar sin saber lo que ocurrirá y confiar en la cooperación con otros actores para deducir, de los objetivos planteados, la forma de actuar correcta.24

De este modo, la planificación estratégica, asociada al concepto de racionalidad limitada, se torna una actividad socio-técnico-política,25 capaz de vincular la estrategia empresarial con las necesidades de las ciudades, superando el esquema tradicional. Entonces, desde esta lógica empresarial, trasladada al territorio, Güell (2007) señala que la planificación estratégica busca, mediante un proceso sistemático, crear el mejor futuro para una ciudad, a partir del análisis contextual.

Respecto al proceso de planificación, si bien existen muchos modelos, hay características comunes en todos. En primer lugar, reconocer y encuadrar el tema-problema. Luego, se realiza el diagnóstico. En tercer lugar, surge la propuesta y, finalmente, la gestión. No debemos olvidar que, al difundirse el método, ha sido adoptado en muchos lugares, por lo cual “no existe una sola receta”. Es decir, estas grandes etapas incluyen, casi siempre, subetapas, tareas y actividades. Además, cada plan es relativo a la realidad del lugar donde se aplica. En fin, cada plan debe tener en cuenta las particularidades.

Güell (2007), manifiesta, de acuerdo con la experiencia acumulada, que la planificación estratégica de ciudades adquiere un perfil participativo, donde se define un modelo de desarrollo a largo plazo. Para alcanzar este modelo, se formulan estrategias y cursos de acción, involucrando agentes locales, a lo largo de todo el proceso. Finalmente, coincidimos con los atributos, propuestos por Güell (2007), sobre la visión integral y de largo plazo; la consideración del entorno; la flexibilidad decisional; la concentración en temas críticos; la orientación a la acción y la generación de consenso, que promueve la planificación estratégica.

3.7 Nuevas propuestas metodológicas para la planificación local: las agendas territoriales

Para cerrar nuestra presentación sobre las respuestas territoriales, resulta acertado incorporar el aporte de Pérez Campanelli (2016), sobre una propuesta metodológica para la planificación territorial, de pequeñas y medianas localidades de la pampa húmeda argentina. De este modo, el autor proporciona un análisis comprensivo de las situaciones que atraviesan las pequeñas y medianas localidades de la pampa húmeda argentina, derivadas de un orden territorial centrado en la reproducción y ampliación del capital, en detrimento de un desarrollo local verdaderamente endógeno y protagónico. En efecto, Pérez Campanelli (2016) propone, como estrategia de abordaje, las “agendas estratégicas productivas locales”.

En primer lugar, lleva adelante un análisis del contexto internacional, el cual representa oportunidades y desafíos, que debe ser considerado al momento de tomar decisiones y planificar a largo plazo. Fundamentalmente, conociendo que gran parte de la participación en el comercio internacional, de nuestro país, ocurre en las primeras fases de las cadenas globales de valor, es decir, como proveedor de productos primarios.

En el intento de revertir esta situación, plantea Pérez Campanelli (2016), es que debemos proyectar y replantear el escenario de las próximas décadas y, en función de ello, delinear ciertas estrategias capaces de generar niveles de desarrollo más elevados. También, considerar algunos elementos del contexto nacional. Por ejemplo, que el sector agropecuario y agroalimentario denotan una importancia relativa y absoluta, en el conjunto de la economía. Asimismo, el autor destaca el esquema de retenciones a las exportaciones26 y los procesos de sustitución de importaciones, que intentaron alejarse de las recomendaciones de los organismos multilaterales, como el FMI y el BM.

En definitiva, indica Pérez Campanelli (2016), los factores nacionales e internacionales nos ayudan a comprender, en los últimos años, el comportamiento de los sectores productivos en Argentina. De esta manera, se constituyen como señales de las condiciones estructurales que deben ser tenidas en cuenta, al momento de pensar los procesos de largo plazo. Precisamente, apuntar a los sectores productivos que tomaron un fuerte impulso, y se posicionan como el “motor” de las localidades de la región.

En ese marco, Pérez Campanelli (2016), indica que los excedentes económicos no han sido suficientemente aprovechados ni potenciados para el desarrollo local. De esta manera, se constituye un modo en el cual los ámbitos locales se insertan en el espacio globalizado, mediante un esquema que no contempla la sustentabilidad socio-ambiental y refuerza el “carácter periférico” que siempre lo ha distinguido. En síntesis, el crecimiento económico alcanzado, en ciertas localidades, es producto de un contexto macroeconómico favorable, más que de los esfuerzos endógenos. Por consiguiente, la profundización de esta tendencia se debe a una serie de factores, pero principalmente, a la ausencia políticas públicas acertadas para el desarrollo económico local.

Desde esta perspectiva, debemos considerar que promover el desarrollo económico local no resulta sencillo, básicamente, porque muchos gobiernos locales no cuentan con recursos apropiados, para definir líneas de inversión y sectores estratégicos, desde donde desencadenar procesos de innovación productiva y desarrollo. Sin embargo, Pérez Campanelli (2016), se refiere a otras instituciones territoriales, que también deben asumir el compromiso, por ejemplo, las universidades. Desde ese lugar, el autor plantea su trabajo.

Fundamentalmente, propone un proceso de planificación capaz de aprovechar las posibilidades surgidas del contexto y las tendencias, para trabajar en la modificación de sus resultados y orientaciones. Tratando de promover procesos endógenos de diálogo y concertación, orientados a instalar una mirada estratégica capaz de identificar, por un lado, los desafíos, ventajas y oportunidades para el desarrollo, definiendo posibles escenarios futuros y, por el otro, de asociar y comprometer a la comunidad en la definición del logro de las metas que se planteen.

En ese sentido, la propuesta metodológica de Pérez Campanelli (2016), o elaboración de agendas estratégicas productivas locales, implica conformar la “hoja de ruta” para desencadenar un modo innovador de planificación estratégica. En otras palabras, se trata de un plan de acción marcado por un proceso social, de articulación público-privada, con el objetivo de generar proyectos de desarrollo económico-productivo, en un territorio determinado. Lo central, indica el autor, está en el proceso de elaboración,27 capaz de promover iniciativas que comprometan y motiven a los actores involucrados en la generación de beneficios personales y colectivos.

Pérez Campanelli (2016), se refiere al concepto de “agenda”, producto de una mayor dinámica respecto al concepto de plan, el cual resultaría ser más ambicioso y riguroso en su ejecución. Asimismo, la denomina estratégica, puesto que expresa acuerdos, compromisos, alianzas y decisiones. Además, por que pretende disminuir la brecha entre el diseño y la operativización de las propuestas. Si bien la elaboración de una agenda estratégica productiva local se orienta al desarrollo económico-productivo, pueden surgir propuestas de proyectos de carácter socio-cultural y de fortalecimiento institucional, que impacten positivamente en el desarrollo territorial. En cualquier caso, el trabajo debería estar en sintonía con políticas de todos los niveles gubernamentales, como también, respetar las normativas nacionales, provinciales y locales. Por otro lado, el autor destaca, al inicio del proceso, el papel promotor de diferentes agentes locales del ámbito político, técnico o comunitario. Sin embargo, Pérez Campanelli (2016), considera que el papel decisivo corresponde al gobierno local, más allá que el proceso pueda ser fomentado por otras instituciones y actores locales.

Como vimos, en el apartado anterior, en todo proceso de planificación existen grandes fases. En este caso, la propuesta metodológica se concentra en la programación del proceso de planificación y formulación, como también, en la ejecución del proceso de planificación, sin avanzar en la puesta en marcha de aquello formulado. De esta manera, Pérez Campanelli (2016) plantea, dentro de las fases mencionadas, las siguientes etapas:

  1. Conformación y capacitación del equipo local afectado específicamente al proceso

  2. Relevamiento de información relevante, disponible en el territorio

  3. Entrevistas con actores claves

  4. Primer taller abierto en la localidad

  5. Segundo taller abierto

  6. Presentación pública del documento final del proceso

Finalmente, la agenda es un complemento que deberá incorporarse a todas las acciones existentes a nivel local, para su desarrollo económico. Lo sustancial, es que el autor no pretende llevar a cabo un proceso para elaborar un “plan estratégico”, más bien, sugiere un esquema de planificación más sencillo y concreto, bajo el supuesto de un desarrollo metodológico que adapta diferentes procesos, actividades y estrategias conocidas de planificación.

En ese sentido, la lógica de la metodología muestra cierto grado de respeto por los territorios y sus propias historias institucionales, económicas y organizativas, que determinan la identidad y las particularidades. En virtud de ello, Pérez Campanelli (2016), se refiere a los procesos de planificación estratégica como metodologías pensadas para territorios de mayor envergadura, que representan un formato ineficaz para las condiciones y los recursos disponibles en los gobiernos locales pequeños y medianos. Es decir, los documentos resultantes de planes estratégicos de gran magnitud, expresan demasiada información y utilizan un vocabulario complejo, dificultando la concreción, y comprensión, de lo que se ha planificado.

Para cerrar, coincidimos con la percepción de Pérez Campanelli (2016), quien considera que las iniciativas de planificación estratégica, a nivel de gobiernos locales, han sido grandes fracasos. Principalmente, a partir de un sinnúmero de casos donde se han concretado planes en un documento,28 luego de un proceso participativo, pero sin redundar en esfuerzos sinérgicos y, por lo tanto, en la concreción de acciones. Por estas razones, el autor busca implementar propuestas cuyo formato resulte abierto a las innovaciones derivadas del propio proceso y puedan adaptarse a los equipos de planificación, como también, a los demás actores sociales que trabajan en la diversidad de territorios y contextos.

PARTE II. El abordaje del desarrollo como término pluridimensional

INTRODUCCIÓN

Luego de transitar el recorrido histórico del desarrollo, e introducirnos en diferentes propuestas, es posible percibir la complejidad que estas aportaron a la definición del desarrollo. Desde ese marco, buscamos comprender el carácter pluridimensional del concepto y coincidimos con el argumento de Boisier (2001). Este autor plantea que, cada vez que un grupo social buscó aproximarse a su propia idea de un “estado de desarrollo”, el sentido adquirido por “un desarrollo único” ha sido interpelado, como también, las estrategias aplicadas para su consecución y las teorías que sustentaban tales estrategias.

Por lo tanto, producto del evidente fracaso de las “recetas” modernizadoras, las cuales, lejos de satisfacer las necesidades básicas de la mayoría de la población, en los países del “tercer mundo”, aumentaron la brecha que separaba a estos de los países más ricos, aparecieron modelos alternativos de desarrollo…Estrategias “al” desarrollo.

Estos modelos, con el fin de transformar realidades históricamente determinadas, se han tornado cada vez más complejos, por el hecho de involucrar una mayor cantidad de dimensiones o requisitos a satisfacer, como son, el incremento sostenible de las capacidades productivas; el aumento y la mejor distribución de la riqueza; la atención de las necesidades básicas de la población, y la ampliación de las opciones y capacidades de las personas, para el desenvolvimiento de su vida.

Como resultado, ingresamos en la pluridimensionalidad del concepto de desarrollo. En virtud de ello, son razones metodológicas las que provocaron, paulatinamente, una verdadera polisemia en torno al desarrollo, es decir, una multiplicidad de significados. Así, se han incorporado, al desarrollo, distintos adjetivos que dan muestra de las variadas dimensiones que involucra, o debería involucrar, un proceso de desarrollo. En definitiva, estas cuestiones, nos muestran la proliferación de distintos tipos de “desarrollos”.

De este modo, en los capítulos posteriores, abordamos algunos de los adjetivos que acompañan al desarrollo. Concretamente, buscamos operacionalizar la pluridimensionalidad del concepto. Por su parte, López (s/f.) manifiesta la compatibilidad entre los adjetivos y que, para lograr un desarrollo integral, se requiere considerar y abarcar las dimensiones económica, humana, social, ambiental, territorial e institucional. De este modo, la autora señala que un proceso de desarrollo incluye gestionar lo económico; mejorar el capital humano; fortalecer el capital social; y velar por el equilibrio intergeneracional, para el aprovechamiento de los recursos naturales; partiendo desde un entorno institucional adecuado y con el territorio como protagonista principal.

Ahora bien, para profundizar la comprensión de esta segunda parte, donde reivindicamos el abordaje multidisciplinar del concepto, invitamos al lector a consultar, en el glosario, las definiciones de desarrollo sostenible, desarrollo humano, capital social y la dimensión institucional del desarrollo.

CAPÍTULO IV. EL DESARROLLO ECONÓMICO-PRODUCTIVO

4.1 Introducción

En este capítulo, la discusión sobre teorías y estrategias de desarrollo económico local, tiene particular relevancia. Nuestro propósito es presentar, a quienes están iniciando su formación académica, para intervenir en el campo de las políticas locales, algunas perspectivas o enfoques actuales, pero también, las teorías o discursos económicos sobre las cuales se fundaron.

En efecto, en el primer apartado, contrastamos la idea de crecimiento económico con el concepto de desarrollo. Para ello, repasamos ideas “clásicas”, de la economía del crecimiento, ya que continúan vigentes al momento de diseñar políticas territoriales. En el segundo apartado, presentamos las ideas de Max-Neef (2014), sobre una “economía más humanizada”, y su crítica al paradigma neoclásico.

Seguidamente, damos un vistazo a los aspectos del desarrollo económico de algunos países asiáticos ya que, desde la propuesta de Rodríguez Asien (2015), constituyen un instrumento útil para ejemplificar modelos exitosos que alcanzaron crecimiento y dinamismo sin, necesariamente, “haber seguido el catecismo Washington”, tal como indica Prats (1999).

Ahora bien, cuando hablamos de las estrategias de desarrollo productivo, para Alburquerque (2004), “el territorio es clave”. Por lo tanto, avanzando sobre lo visto en el capítulo anterior, continuamos con el énfasis sobre el territorio, buscando comprender por qué este debe dotarse de componentes innovadores, que alienten la creatividad y la capacidad emprendedora. En tal sentido, desde la lógica del autor, proponemos “repensar el desarrollo productivo”, en la última sección.

4.2 Objetivos

Generales

  1. - Contrastar el determinismo económico con propuestas de desarrollo más integrales

Específicos

  1. - Repasar las doctrinas “clásicas” del pensamiento económico

  2. - Conocer la propuesta de una economía “más humanizada”

  3. - Analizar modelos de crecimiento económico que alcanzaron el éxito “fuera de soluciones preestablecidas”

  4. - Repensar el desarrollo productivo y las estrategias territoriales para alcanzarlo

4.3 Crecimiento vs. desarrollo: un repaso por las doctrinas del pensamiento económico, desde las ideas fisiócratas hasta el neoliberalismo

En este apartado, continuamos viendo al territorio como una variable fundamental, o “pieza clave”, para trabajar los procesos de desarrollo. Es decir, luego de ver los actores y agentes, en el capítulo anterior, aquí observaremos algunas estrategias. Previo a ello, resulta necesario repasar algunas ideas “clásicas”. Esto, a los fines de comprender el sustento de ciertas teorías del desarrollo, fundamentalmente “defensoras” del crecimiento económico. No obstante, los autores y temas que componen esta sección, constituyen un marco de referencia excesivamente breve, y serán profundizados en otros espacios curriculares29 del plan de estudios.

Para comenzar, retomamos el ideario de la modernidad, donde “la producción y acumulación capitalista eran las condiciones necesarias para la realización del ideario del progreso”. Las preocupaciones centrales eran la fuente de la riqueza, su distribución y la asignación eficiente de los recursos…Dada la escasez de estos.

En primer lugar, es evidente el sesgo economicista de esta visión, demostrando la similitud entre las preocupaciones de este enfoque y la definición, alguna entre tantas, de economía.30 Como resultado, el desarrollo era entendido como “la expresión del liberalismo económico que persigue el bienestar social, en condiciones de plena libertad de los agentes económicos”. Este reduccionismo contempla al mercado como el eje explicativo y ordenador, no solo de lo económico, sino, de todos los aspectos. Así, existía cierta libertad política, pero correspondida con la libertad de mercado. El Estado aparecía, únicamente, como subsidiario del mercado, donde el mercado, la competencia y el comercio no tenían interferencias. En cuanto al ser humano, era considerado, desde el punto de vista de maximizar utilidades, un “hommo economicus” cuya conducta estaba guiada por la ecuación entre costo y beneficio. Por ello, el rol de las personas era servir a la producción y al crecimiento económico de los bienes y servicios.

Estas ideas, constituyen la base de un pensamiento dominante sobre el desarrollo, diseminado globalmente. Como vimos, no todos los países que persiguieron el ideario de la modernidad alcanzaron mejoras en el ámbito político y social de la misma manera. Ocurrió, en algunos casos, el incremento de la riqueza en términos económicos, es decir, aumento del PBI o crecimiento económico, solamente.

A su vez, quedó de manifiesto que el crecimiento económico no garantiza la satisfacción de todas las necesidades propias del ser humano, o al menos, las relacionadas con las oportunidades y capacidades, ya sean, individuales o colectivas. Satisfacer necesidades de este tipo, requiere considerar otros elementos, olvidados por la visión determinista. Entonces, dejamos de lado el crecimiento económico, y hablamos de desarrollo. De este modo, centramos la mirada sobre la dimensión social e histórica, colocando al ser humano en el centro. En virtud de ello, se traslada el énfasis desde la preocupación por la economía del crecimiento, hacia el desarrollo de las personas.

A partir de esta breve contrastación, entre crecimiento económico y desarrollo, repasamos algunas teorías clásicas,31 ya que constituyen, en algunos casos, los marcos conceptuales de estrategias que, actualmente, tienen lugar en los territorios.

En primer lugar, recordemos que nuestro estudio inicia en los orígenes del capitalismo, de este modo, presentamos a los escolásticos, surgidos en los años finales del sistema feudal. En ese contexto, la producción era en talleres artesanales, no había excedente y la usura era condenada. Seguidamente, la aparición de los fisiócratas “anuncia” a los autores clásicos, en una época compartida con las ideas mercantilistas. Justo allí, aparece el excedente como resultado de la producción del sector rural. Para los mercantilistas, el excedente estaba en el comercio. Buscaban fortalecer el poder del rey, promoviendo el comercio exterior y la balanza comercial positiva, desde un modo de producción autárquico, utilizando el “putting out system”. Los fisiócratas, veían la riqueza en el sector primario, con la tierra como patrimonio y donde la renta estaba dada por el ingreso. Quesnay (1694-1774), exponente de estas ideas, argumentaba que, si el sector agrario era dañado, entonces la economía, en general, también lo sería. Estas nociones, constituyen la raíz del pensamiento liberal.

En cuanto a esta doctrina, en un escenario marcado por la revolución industrial, la revolución francesa y un cambio en las ideas sociales, ligadas al utilitarismo, nace el “laissez faire, laissez passer”, resumido como la creencia en cierto equilibrio, u orden natural teológico. En síntesis, este orden natural se posicionó como la visión del desarrollo, entendido como una construcción dada que beneficiaba, “naturalmente”, a unos más que a otros. De esta manera, inspirados en la filosofía del orden natural, surgieron Smith, Ricardo y Malthus.

Para Adam Smith (1723-1790), las decisiones económicas debían obedecer a la búsqueda del lucro personal y la sociedad era movida por una “mano invisible”, encontrando armonía entre el interés común y el individual. Para este autor, el Estado debía limitar la actuación solo en donde no hubiera mercado y no se pudiera fijar un precio, es decir, sobre las “fallas”.

En síntesis, el desarrollo era la riqueza y la acumulación de capital, partiendo desde la división del trabajo, o ley de ventajas absolutas, y de la extensión de los intercambios, sin la interferencia del Estado. En ese contexto, aunque en otro momento de la revolución industrial, David Ricardo (1772-1823) introduce la Ley de Ventajas Comparativas, la Ley de Rendimientos Decrecientes y la Teoría del Valor Trabajo. Thomas Malthus (1766-1834), por su parte, habla de la dinámica demográfica, postulada como una ley natural. Esta idea, otorgó validez a las primeras críticas sobre un crecimiento ilimitado, poniendo foco en el aumento de la población. Sin embargo, en su “visión apocalíptica”, donde los alimentos serían insuficientes, de acuerdo al incremento poblacional, no tuvo en cuenta el cambio tecnológico, por lo cual, su argumento fue considerado erróneo. Igualmente, Malthus anticipó la visión de J.M Keynes (1883-1946), respecto a la sobreproducción, cuando el autor se opuso a la “Ley de Say”, criticando la idea de que toda producción encontraba su propia demanda. De este modo, advertimos cómo los autores “clásicos” escribieron sus teorías “desde el lado de la oferta”.

Por su parte, desde un “mercado de competencia perfecta”, las teorías neoclásicas se construyeron desde “el lado de la demanda”. Con la idea de la utilidad marginal, “los bienes valían según la satisfacción producida”. En síntesis, lo central era el carácter cuantitativo, lo cualitativo se tornaba subjetivo y, como resultado, el desarrollo era el “crecimiento económico que pueda ser cuantificable”. Paralelamente, el bienestar y la equidad social vendrían luego del crecimiento económico.

Más adelante, Keynes, denominado el “padre de la intervención del Estado en la economía”, es quien se ocupa de la crisis y el desempleo, introduciendo la crítica al paradigma neoclásico del “laissez faire”. Debemos tener en cuenta que el autor escribe su teoría preocupado por el corto plazo donde, “para salir de la crisis” justifica la asignación “ineficiente”, de los recursos. No obstante, “en el largo plazo”, su pensamiento era “clásico”, en el sentido de rechazar la intervención del Estado en la economía. De este modo, el autor es “mal visto” desde la visión liberal, ya que reivindica la intervención del Estado. Paralelamente, es “mal visto” desde la visión socialista ya que, si bien justifica la intervención estatal, lo hace para salvar al sistema capitalista. En síntesis, sus recomendaciones se basaron en “inyectar” dinero a la economía, aumentar el gasto público, generar redistribución e implementar el proteccionismo. En ese marco, el Estado, debía impulsar la inversión, la infraestructura y reactivar la demanda agregada. Como resultado, surgieron las bases del Estado de bienestar, cuyo modelo de desarrollo consistía en financiar la industrialización, la infraestructura y la protección social, mediante fuentes públicas.

Bajo una lógica similar, para las ideas estructuralistas, las tareas del Estado eran la planeación y los incentivos en la demanda, a partir de un modelo de industrialización nacional. Esta visión “de centro”, pensaba en un modelo de desarrollo “hacia adentro” buscando el aumento del PBI, mediante cierto progreso técnico, la inversión en recursos humanos y la diversificación. El marco conceptual hablaba de la estructura de los mercados y un deterioro en los términos de intercambio, entre el “centro y la periferia”, también desde la Teoría de la Dependencia. En definitiva, el argumento era que el crecimiento sustentable y equitativo requería de intervenciones frecuentes y eficientes del gobierno.

En contraste, las ideas neoliberales, surgieron para restablecer la libertad económica de los mercados y de los agentes económicos, basados en el análisis fundamental. En este contexto, fueron reivindicadas las ideas de Smith y Jefferson sobre el rol del Estado como “árbitro y no un jugador”. En virtud de la “crisis del petróleo”, surgió un paquete de medidas macroeconómicas denominadas “Consenso de Washington”, que también “guiaron” a las políticas sociales. Así, avalado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, cambiaron los roles originales para los que habían surgido el FMI y el BM. América Latina, presentaba desigualdad en la distribución del ingreso, alta inflación y alto endeudamiento externo que, según los economistas ortodoxos, eran causados por las empresas públicas deficitarias. A raíz de ello, la austeridad fiscal; la liberalización y desregulación; las privatizaciones y la inversión extranjera directa, fueron planteadas como posibles soluciones. Luego, Stiglitz, siendo jefe del BM, denunció que estas instituciones “recetaron en los países latinos, exactamente lo contrario que en los Estados Unidos”, criticando la “secuencia y los ritmos” con los que las políticas neoliberales fueron implementadas en nuestra región.

4.4 Hacia una nueva economía: los países en vías de subdesarrollo

Partiendo desde el restablecimiento de la doctrina neoliberal, antes de avanzar, nos detenemos en las ideas de Max-Neef (2014), sobre la “perversidad” del sistema económico actual. Para el autor, este sistema está sustentado sobre una “gigantesca estupidez”, por lo cual, buscando revelar y desenmascarar la economía, lanzó un libro para demostrar “todas las estupideces que contiene”. En efecto, argumenta que son muchas, dramáticas y que han llevado al mundo a una situación de crisis generalizada. Asimismo, cuando se refiere a los países atravesados por crisis económicas y financieras, fundamentalmente aquella del año 2008, “agradece” que los países “subdesarrollados” no hayan logrado emular, por completo, a los países europeos y a los Estados Unidos. También, el autor describe la evolución de la economía, bajo el supuesto de que aquello que entendemos por economía “no es economía”. Es decir, se remonta a la definición y distinciones de Aristóteles (385 A.C-323 A.C), en el primer capítulo de “La Política”, para afirmar que la economía se redujo, solamente, al mecanismo de comprar o adquirir. En consecuencia, “ya que todo se trata de términos cuantitativos, de dinero, de crecer y de comprar, es Crematística, en términos aristotélicos, aquello que nos enseñan, en vez de economía” (Max-Neef, 2014: 42).

Asimismo, realiza un análisis crítico de las cuestiones ocurridas, durante el desarrollo de la economía, desde Smith hasta nuestros días. De este modo, plantea que la teoría económica, enseñada en las universidades, es “producto del siglo XIX y del complejo de inferioridad que los economistas neoclásicos32 manifestaron, en su afán de compararse con los más grandes científicos de la física”. Para Max-Neef (2014), los economistas neoclásicos, preocupados en “descubrir” leyes similares a la de la gravedad, postularon a la utilidad para explicar el comportamiento humano.

Por otro lado, destaca otros pensamientos económicos que han propuesto, a lo largo del tiempo, ideas alternativas. Sin embargo, dice que, sistemáticamente, desde hace 300 años, prevalecen las visiones económicas funcionales al poder y al dinero, donde aportes como los de J.C.L Sismondi (1773-1842), en torno a la justicia social, han sido relegados. O las contribuciones de Keynes que, si bien sirvieron “para salir de la crisis”, han sido desplazados por un “producto neoclásico”, como es la doctrina neoliberal. En definitiva, sostiene que estamos inmersos en una economía que plantea resolver problemas del siglo XXI desde teorías del siglo XIX, que además son dogmáticas y arrogantes. Lo preocupante, indica el autor, es que los profesionales se forman desde esta perspectiva o “modelo matemático”, que atenta contra la comprensión del “mundo real”.

En cuanto a la propuesta de Max-Neef (2014), enseñar una “economía distinta” constituye el primer paso, formando economistas para que “entiendan el mundo real”. Lo interesante, es que plantea cómo debiera ser esa nueva economía, para ello, utiliza cinco postulados fundamentales, cargados con ciertos principios y valores. El primero, es que la economía está para servir a las personas, y no las personas a la economía. El segundo, el desarrollo tiene que ver con personas y no con objetos. Tres, el crecimiento no es lo mismo que el desarrollo, y el desarrollo no precisa de crecimiento. El cuarto, ninguna economía es posible al margen de los servicios que prestan los ecosistemas. Cinco, la economía es un subsistema de un sistema mayor y finito, la biosfera, en consecuencia, el crecimiento permanente es imposible. Asimismo, sostiene, como valor principal, que “bajo ninguna circunstancia, un interés económico puede estar sobre la reverencia por la vida”. Claramente, este paradigma se halla contrapuesto al mundo neoclásico, mundo donde lo racional es maximizar las utilidades y donde la solidaridad pareciera ser un acto irracional. Desde estos principios, para una nueva economía, el autor manifiesta que la universidad es la institución con la mayor responsabilidad en el mundo, para cambiar y reestructurar la enseñanza de esta disciplina. Para cerrar, es bueno recurrir a una valiosa frase de Max-Neef (2014), quien lamenta que “sepamos mucho, pero comprendamos muy poco”.

4.5 Siguiendo el propio camino: la desviación de los supuestos del Consenso de Washington como clave explicativa del éxito

“El capitalismo no solo no está cumpliendo lo que prometía, si no que está dando lugar a lo que no prometía: desigualdad, contaminación, desempleo y lo que es más importante, la degradación de los valores hasta el extremo en que todo es aceptable y nadie se hace responsable”.

Josep Stiglitz.

A partir de esta reflexión, sobre el capitalismo, proponemos revisar algunos ejemplos de gran dinamismo y crecimiento, alcanzado por países que basaron su desarrollo por fuera de las recetas modernizadoras. Desde el análisis de Prats (1999) deducimos, con cierta ironía que, de haber seguido el “catecismo Washington”, ni Alemania ni los propios Estados Unidos hubieran podido industrializarse. No obstante, resulta llamativo la fuerza y convicción con que las políticas, derivadas del Consenso, han sido impuestas, por las instituciones financieras internacionales, especialmente en el contexto latinoamericano.

De todos modos, recordemos que, en nuestra pregunta sobre el desarrollo, partimos desde el postestructuralismo, por lo cual, nos interesa debatir sobre los motivos que llevaron a Asia, África y Latinoamérica a ser representadas como subdesarrolladas. En ese contexto, existía la creencia que los gobiernos de estas regiones “no hacían lo que debían” por falta de voluntad política. En efecto, esa voluntad podía ser reemplazada por la suficiencia de las instituciones financieras internacionales. Prats (1999), señala que los resultados económicos obtenidos han sido insuficientes, a su vez, que los deterioros sociales causados reflejan lo opuesto a los resultados positivos, obtenidos por ciertos países que descreyeron de una solución “preestablecida” y decidieron emprender su propio camino de aprendizaje. Este autor, en primer lugar, hace referencia a los países del sudeste asiático, y coincide con el análisis de Rodríguez Asien (2015).

Entre otras cuestiones, el autor plantea que:

Asia Oriental tiene el récord de crecimiento económico, alto y sostenido, en las últimas décadas. Esto se debió al desarrollo industrial de nueve países: China, Japón; los cuatro dragones o tigres: Hong Kong, Singapur, Taiwán y República de Corea, denominados así por su rápido desarrollo económico, y tres países de reciente industrialización: Malasia, Tailandia e Indonesia. Se dice que quien domine la región asiática domina el mundo y es que los países asiáticos constituyen hoy un reto para las demás economías, su idiosincrasia, su laboriosidad, su filosofía de la vida, hacen de los países de esta región un manantial de sabiduría y cierto misterio. (Rodríguez Asien, 2015:1)

En virtud de ello, Prats (1999), añade que el factor institucional, de estos países, se constituye como un elemento central para su desarrollo, asimismo, en las crisis financieras vividas y de las salidas de estas. En otras palabras, Rodríguez Asien (2015), plantea que Asia posee un gran dinamismo y crecimiento económico basado, entre otras variables, en una gran estabilidad, producto de una eficiente sincronización entre el sector público y privado. Lo sustancial es, según el análisis de Rodríguez Asien (2015), el papel fundamental que juegan los Estados.

Por otro lado, dando lugar a otros indicadores, el autor manifiesta que los modelos económicos de crecimiento son liderados por las exportaciones y que, estos países, basaron su desarrollo industrial en las inversiones de capital extranjero; en la sobreexplotaron de la mano de obra barata, abundante y organizada en sindicatos; en la estabilidad económica, que atrajo la llegada de capitales extranjeros; en el otorgamiento de créditos para industrias estratégicas; en el aprovechamiento de las tecnologías provenientes del exterior; en el aumento de la capacidad de la fuerza laboral; en el establecimiento de niveles educativos de calidad y priorizando las carreras de ciencia y tecnología; y cuentan con una privilegiada localización geográfica.33

Volviendo al principal factor explicativo del éxito de estos países, es válido destacar que las inversiones extranjeras, dentro del proceso de modernización, tuvieron un marcado control por parte del Estado. De esta manera, desde la década de los 50, apuntaron a los avances tecnológicos y a la aplicación de activos programas de industrialización por sustitución de importaciones para, posteriormente, buscar la salida en el aumento de las exportaciones. Como resultado, estos países han cambiado paradigmas mundiales, caracterizados por un fuerte proteccionismo al sector industrial, respecto de la competencia extranjera, e incluso al ingreso de capitales. Rodríguez Asien (2015), destaca la puesta en marcha de planes, en algunos casos quinquenales, que han sido implementados desde los años 50 y 60 concentrándose en el desarrollo industrial. Asimismo, la importancia del comercio internacional, diversificado hacia industrias ligeras y el sector financiero, en algunos casos.

En definitiva, el motor fundamental del crecimiento, de estos países, radica en que los gobiernos dirigieron sus políticas hacia la protección, en los mercados internos, de aquellas empresas que competían con sus exportaciones en los mercados internacionales; hacia la fijación de metas de exportación para empresas e industrias específicas; hacia la creación de organismos de comercialización de las exportaciones; hacia los subsidios a las industrias en decadencia; hacia las inversiones públicas en investigaciones aplicadas a la actividad industrial y a la exportación (Rodríguez Asien, 2015).

Respecto a un factor de vital importancia en los procesos de estos países, como es el aumento de la capacidad de la fuerza laboral, Rodríguez Asien (2015), subraya el establecimiento de las mejoras en los niveles educativos, mediante la universalidad de la educación primaria y el amplio acceso a la educación secundaria. En lo referido a la educación universitaria, estos países priorizaron la científica y tecnológica, también, incorporaron profesores extranjeros o becaron a sus alumnos para que se perfeccionaran fuera del país.

De esta manera, evidenciamos la priorización de la educación primaria y profesional, por encima de la educación universitaria, reflejando una estrategia que está orientada a la actividad empresarial y desincentiva la burocracia, contrariamente a lo observable en tantos países en desarrollo. Desde la óptica de Prats (1999), el éxito de estos países no radica en las políticas aplicadas si no, más bien, en la capacidad institucional de sus Estados para formular e implementar, de modo coherente y sostenido en el tiempo, tales políticas. Asimismo, en la capacidad de evadir las presiones de potentes grupos de interés. En otros términos, indica el autor, la autonomía del Estado fue una de las claves del éxito, no sólo económico sino también social. Rodríguez Asien (2015), por su parte, coincide agregando que la presencia del Estado fue muy importante en estos procesos, sobre todo, para dirigir la economía en la transición a la globalización; para el aumento de las exportaciones y en la orientación estratégica para la inserción en la economía mundial.

Además del análisis de Rodríguez Asien (2015), resulta oportuna la mirada de Prats (1999), sobre China, como el país cuya transición demuestra la mayor desviación de los supuestos del Consenso de Washington. En consecuencia, indica que la clave explicativa del éxito chino es que las reformas económicas han sido siempre acompañadas con reformas institucionales, capaces de generar un sistema de derechos de propiedad, no muy sofisticado pero eficaz.

Finalmente, señalamos la importancia de los planes de educación, desarrollados por estos países. También, la erradicación del analfabetismo, el acceso a la salud para las masas populares y la preparación de técnicos y profesionales nacionales con alta calificación. De todos modos, para Rodríguez Asien (2015), es un error deducir que los países mencionados tienen todos sus problemas sociales resueltos, es decir, también afrontan situaciones de miseria, desempleo, carencias de educación y salud. No obstante, en relación con estos aspectos del desarrollo social, mantienen significativos avances, producto de la gestión directa de sus gobiernos.

Para cerrar, más allá de ciertas debilidades, resulta innegable que estos países alcanzaron un significativo crecimiento económico acompañados de una preocupación gubernamental por el desarrollo social, a diferencia de los países de América Latina y de aquellos pertenecientes al ex campo socialista europeo. En fin, los logros económicos asiáticos, provienen desde una combinación particular entre el intervencionismo estatal y la economía de mercado.

4.6 Sobre el desarrollo económico local: estrategias de desarrollo endógeno y sus mecanismos

Como vimos, existen propuestas y estrategias “alternativas”, que no tienen por qué ser consideradas menos eficientes o interesantes sino, simplemente, distintas a las estrategias de desarrollo concentrador y urbano-industrial.

Para el desarrollo productivo, el territorio es clave, indica Alburquerque (2004), y se refiere a este como un agente de transformación social y no únicamente como un simple espacio o soporte funcional. El territorio, socialmente organizado con sus rasgos sociales, culturales e históricos propios, constituye aspectos muy importantes desde la perspectiva del desarrollo local.

Igualmente, la sociedad local no debe permanecer de forma pasiva frente a los grandes procesos y transformaciones existentes, sino que deberá desplegar iniciativas propias, a partir de sus particularidades territoriales en los diferentes niveles económicos, políticos, sociales y culturales (Alburquerque, 2004).

En consecuencia, en este apartado, damos cuenta de por qué el territorio debe dotarse de componentes que alienten la creatividad y la capacidad emprendedora.

En tal sentido, siguiendo la lógica del autor, proponemos “repensar el desarrollo productivo” soslayando ciertos “paquetes de medidas”, generalmente provenientes desde organismos como el FMI y el BM, cuyos argumentos conducen a que el mercado se encargue del desarrollo productivo, excluyendo al Estado.

Por lo tanto, con el desarrollo productivo, no nos referimos a una política industrial la cual, generalmente, es realizada por el mercado y ha sido adoptada por el neoliberalismo. Por el contrario, nos referimos a las estrategias que requieren de la intervención del sector público y de la innovación institucional. Así, continuando la lógica de los países citados en el apartado anterior, ponemos de relieve la idea de “territorializar”, ya que Alburquerque (2004) trabaja sobre las diferencias entre cada territorio y las demandas de políticas singulares para cada uno. Por ello, tanto los indicadores, como las políticas, deben ser propios de cada lugar. Es decir, los datos de un país, muchas veces, no reflejan la realidad de una ciudad. Por consiguiente, el autor recomienda “ir al dato” de cada ciudad, antes de decidir los caminos para el desarrollo productivo.

Atento a esto, la propuesta de Alburquerque (2004), es coherente con el argumento de la nueva Agenda 2030 que, luego del “fracaso” de los ODM, ha dado una especial atención a la dimensión territorial. Recordemos que la mayoría de los países no alcanzaron las metas de los ODM, o bien cumplieron parcialmente un objetivo u otro, con avances asimétricos entre los países y en los diferentes ámbitos territoriales al interior de cada uno. En definitiva, dar nuevos impulsos, mediante agendas territoriales, demanda un rol vital de los municipios y territorios en donde deben coordinar los esfuerzos para modificar el tejido productivo local, de tal manera que se ajuste a los enfoques de sostenibilidad, igualdad y equidad, necesarios para alcanzar resultados exitosos.

Ahora bien, centrándonos en el desarrollo económico territorial, para Alburquerque es aquel:

Capaz de extender en la mayor medida posible el progreso técnico y las innovaciones gerenciales en la totalidad del tejido productivo y empresarial de los diferentes territorios, a fin de contribuir con ello a una mayor generación de empleo productivo e ingreso, y a un tipo de crecimiento económico más equitativo en términos sociales y territoriales, y más sostenible ambientalmente. (Guidi Gutiérrez, 2018:27)

En ese marco, debe existir cierta coherencia “publica-publica”, en otras palabras, coordinación entre los esfuerzos del gobierno municipal, con el gobierno provincial y con el nacional. Alburquerque (2015), destaca la prioridad de lograr acuerdos que posibiliten la proliferación de estrategias en favor del desarrollo, ignorando las disputas electorales.

Del mismo modo, para Alburquerque (2004), el desarrollo económico depende, esencialmente, de la capacidad para introducir innovaciones, hacia el interior de la base productiva y el tejido empresarial de un territorio. En otras palabras, las innovaciones de producto o proceso productivo; las innovaciones en métodos de gestión y las innovaciones sociales o institucionales, constituyen la base de la promoción territorial. Asimismo, las oportunidades radican en combinar los recursos naturales con la producción y el conocimiento, donde la creación de redes o “entornos territoriales innovadores” se convierte en uno de los fines principales de las iniciativas de desarrollo económico local. Finalmente, economía, territorio y ambiente deben estar alineados, para alcanzar la “productividad sustentable”.

Del mismo modo, como eje fundamental, Alburquerque (2004) recomienda el tránsito desde las ventajas comparativas de “carácter estático”, basadas en la dotación de factores, hacia las “ventajas competitivas dinámicas”. Argumentando que la introducción de elementos de conocimiento estratégico deriva en mejoras de la productividad, de la calidad y en la diversificación de los bienes y servicios. En suma, se torna visible la noción de “diseño territorial”, considerada, por el autor, la única manera de lograr políticas de desarrollo productivo exitosas. Es decir, políticas cuyos resultados sean sustentables, en términos sociales, económicos, institucionales y ambientales.

Para ello, los gobiernos provinciales y locales deben desempeñar un papel decisivo en la creación de instituciones para el desarrollo productivo y empresarial. Naturalmente, esto implica, para las administraciones públicas territoriales, ejercer nuevos roles en pos de concertar, con los agentes empresariales, la construcción de entornos institucionales favorecedores. Se trata de impulsar un desarrollo económico, abarcando la generación de empleo productivo y el avance de la equidad social y la sostenibilidad ambiental, a través de un diseño mixto de políticas. Esta estrategia, junto con medidas orientadas al logro de los principales equilibrios macroeconómicos, debería desencadenar acciones de carácter territorial destinadas a identificar y fomentar las potencialidades existentes. Adicionalmente, la existencia de un “entorno territorial facilitador”, mejora la vinculación entre las empresas y los servicios de apoyo a la producción. Esta cuestión resulta decisiva, sostiene Alburquerque (2004), para el desarrollo económico local. Es decir, sin este entorno, resulta difícil que las iniciativas empresariales y la generación de empleo productivo logren subsistir.

Bajo esta lógica, las agencias de desarrollo territorial, los institutos tecnológicos, los centros de empresa e innovación, los parques empresariales, las incubadoras de empresas y los polos tecnológicos, se convierten en herramientas útiles como parte de un conjunto de instituciones volcadas hacia la estrategia territorial de desarrollo. Entonces, en las estrategias de desarrollo económico local, queda evidenciado el énfasis de Alburquerque (2004) por “lo cualitativo”, demostrando un mayor interés y preocupación por la satisfacción de las necesidades básicas, la mejora del empleo, el ingreso y la calidad de vida, también, por el mantenimiento de la base de los recursos naturales y el medioambiente local.

Para cerrar, cuando se trata de estrategias de desarrollo económico, el planteo tradicional suele apuntar, mayoritariamente, hacia secuencias evolutivas vinculadas a la industrialización, tercerización y urbanización, las cuales reflejan el avance de la “modernización”. De este modo, la estrategia de desarrollo “desde arriba”, de carácter concentrador y basado en la gran empresa, constituye el instrumento para el logro del mismo. Lamentablemente, la fortaleza de estos postulados universalistas, reproducidos en forma acrítica por las instituciones de enseñanza de la economía o por los principales medios de comunicación, instalaron esta percepción incompleta acerca del desarrollo económico.

Nuestro propósito, consiste en interpelar la visión del desarrollo como el punto de llegada de una secuencia única de transición hacia la industrialización, la urbanización y la gran empresa. Por el contrario, reivindicamos la diversidad de situaciones y estrategias de desarrollo posibles en cada territorio, según sus características específicas, recursos y potencialidades. Por este motivo, en la sección anterior, pusimos a consideración modelos cuyos rasgos característicos evidencian las posibilidades de alcanzar un desarrollo económico local exitoso, por fuera de las recetas hegemónicas derivadas desde el “catecismo Washington”.

CAPÍTULO V. EL DESARROLLO SUSTENTABLE

5.1 Introducción

Desde la propuesta de Cavalcanti (2000), en la primera sección, incorporamos aproximaciones ambientalistas para una mejor comprensión de la crisis del modelo de desarrollo industrial, de sus principales causas y de la evolución en la percepción del límite que tiene la continuidad de este proceso. En suma, las ideas de Max-Neef (2014), acerca de una sociedad sustentable, junto al modo de desarrollo alternativo, planteado por Cavalcanti (2000), nos muestran cómo se constituyó el vínculo entre el desarrollo y la conservación.

Por otro lado, existe una percepción generalizada sobre las preocupaciones ambientales asociadas, continuamente, al surgimiento del PNUMA y al conjunto de conceptos e ideas derivados de este programa. Partiendo desde el argumento de Svampa (2014), repasamos este y otros “hitos”, referidos a la cuestión ambiental, que no lograron escapar de la filosofía moderna y positivista. Además de esto, en el segundo apartado, ponemos a disposición el “mensaje ambiental a los pueblos y gobiernos del mundo”, de Juan Domingo Perón (1972). En consecuencia, evidenciamos la vigencia de este documento y el mensaje fundante que contiene, el cual, inspira la adopción de medidas en relación a problemáticas ambientales, vinculadas con lo que actualmente denominamos “cambio climático”.

En sintonía, en la tercera sección, interpelamos al PNUMA, principalmente, al sustento conceptual, metodológico e institucional de este. Partiendo desde una mirada crítica sobre los ODS, avanzamos hacia los conceptos vertidos en la Encíclica Laudato Sí. De esta manera, considerando que el desarrollo sustentable es el tema central del capítulo, aprovechamos la oportunidad de incorporar valiosas reflexiones34 sobre el cuidado de “nuestra casa común”. Como resultado, ponemos a consideración otro enfoque sobre el desarrollo, incorporándolo al debate actual y a nuestro recorrido histórico. Del mismo modo, entran en consideración los notables aportes de Svampa (2020), vinculados con la necesidad de elaborar, y poner en práctica, un gran pacto ecosocial y económico, desde el sur, en clave nacional y latinoamericana, en detrimento del pensamiento neoliberal.

Finalmente, con el objetivo de observar alguna estrategia capaz de promover el desarrollo territorial, respetando los ecosistemas, presentamos el modelo de integración vertical. Desde la propuesta de Bragachini (2009), describimos un esquema orientado al agregado de valor de la producción primaria, en función de las particularidades de nuestro medio y de las condiciones estructurales y macroeconómicas de nuestro país. De este modo, complejizamos la percepción sobre la sustentabilidad de un territorio, teniendo en cuenta las dimensiones económicas y sociales, además de las ambientales.

5.2 Objetivos

Generales

  1. - Comprender el vínculo entre las estrategias de desarrollo y la conservación del medioambiente

  2. - Identificar los discursos precursores respecto al abordaje de las problemáticas ambientales

Específicos

  1. - Incorporar distinciones conceptuales sobre el desarrollo sustentable

  2. - Reflejar la insostenibilidad del modelo de crecimiento económico ilimitado

  3. - Reconocer la legitimidad y vigencia del mensaje ambiental de Perón

  4. - Interpelar la Agenda 2030 desde la propuesta de la Laudato Sí

  5. - Comprender la necesidad de poner en marcha nuevos pactos ecosociales

  6. - Visualizar una herramienta de intervención, para promover el desarrollo territorial, respetando los ecosistemas

5.3 Límites del crecimiento económico: la relación entre el desarrollo y la conservación

Desde una concepción más “humanizada de la economía” continuamos interpelando el reduccionismo, propio del crecimiento económico, y retomamos las aproximaciones ambientalistas, vistas en los enfoques del primer capítulo. Ahora, desde el argumento de Cavalcanti (2000), ponemos énfasis en la preocupación por el uso de los recursos naturales. Como vimos, desde el PNUMA surgió el trabajo precursor en la utilización del término “desarrollo sustentable” según el cual, también por primera vez, el desarrollo pasó a ser entendido como un medio para alcanzar la conservación y no como un obstáculo para ello. De este modo, vemos como el desarrollo y la conservación comienzan a vincularse.

Según el PNUMA, el desarrollo es visto como las modificaciones en la biosfera y en los recursos, de cualquier tipo, para la satisfacción de las necesidades humanas y para mejorar la calidad de vida (Cavalcanti, 2000). También, según el programa, la conservación es considerada la gestión del uso que el hombre hace de la biosfera, de extraer el máximo, sin comprometer el potencial de satisfacción de necesidades futuras.

Por consiguiente, pensado en un desarrollo, de tipo sustentable, existe una dialéctica entre el desarrollo y la conservación. Es decir, la conservación es enteramente compatible con un desarrollo centrado en el hombre, una mejor distribución de los beneficios y la utilización más completa de las capacidades humanas. Sobre esto, Cavalcanti (2000) propone, como requisitos para integrar el desarrollo y la conservación, la satisfacción de las necesidades básicas humanas, el alcance de la equidad y justicia social, la previsión de la autodeterminación social y de la diversidad cultural y el mantenimiento de la integración ecológica.

Finalizando la contextualización, en el surgimiento de estas ideas, destacamos la propuesta de desarrollo del Informe Brundtland, publicado bajo el título “Nuestro Futuro Común”, en 1987, que refleja un largo proceso de maduración, acerca de los patrones de desarrollo y crecimiento económico, predominantes en la sociedad occidental, desde la revolución industrial.

Así, luego de comprender la crisis del modelo de desarrollo industrial, sus principales causas y la evolución en la percepción de los límites para la continuidad de este proceso, se comienza a hablar de un modo de desarrollo alternativo. Asimismo, el concepto de desarrollo sustentable aparece en este informe como “aquel que atiende las necesidades del presente sin comprometer la posibilidad de las generaciones futuras de atender sus propias necesidades” (ONU, 1987:23).

En síntesis, reactivar el crecimiento; modificar la calidad del crecimiento; atender a las necesidades humanas; asegurar niveles sustentables de población; conservar y mejorar la base de los recursos; reorientar la tecnología y gerenciar el riesgo; e incorporar el ambiente y la economía en los procesos de decisión, se constituyeron como objetivos del desarrollo sustentable, debiendo ser sinérgicos y tanto para países pobres, como para países ricos. Por ende, las conclusiones del Informe, sobre el “progreso”, reflejan la idea de alcanzar un crecimiento económico, disminuyendo la pobreza y revirtiendo la degradación ambiental. En ese contexto, surgió la preocupación por disminuir la pobreza, tomada como un factor determinante en la degradación ambiental. Eventualmente, el crecimiento económico era interpretado como algo necesario para el desarrollo sustentable.

Sin embargo, el crecimiento económico, observado en estas décadas, no fue suficiente para asegurar la respuesta a las necesidades de la mayor parte de la población mundial, tampoco los niveles de vida de los países del “primer mundo” fueron generalizados. En definitiva, el crecimiento económico, señala Max-Neef (1986), puede tomarse como una consecuencia del desarrollo sustentable y no como su motor. Otra consecuencia, del crecimiento económico, es que “además de no disminuir la pobreza consume el planeta”, teniendo en cuenta que, desde el año 1986, la “naturaleza necesita 16 meses para generar lo que la especie humana consume en 12 meses”. Nos referimos a la “huella ecológica”,35 la cual nos indica que, actualmente, necesitamos “más de un planeta”36 (Max-Neef, 1986). De esta manera, coincidimos en que una sociedad sustentable es aquella que vive dentro de sus límites ambientales de perpetuación. Es decir, no es una sociedad que no crece, sino una sociedad que reconoce los límites del crecimiento y busca formas alternativas de crecimiento (Max-Neef, 1986).

A modo de cierre, valoramos los postulados que Max-Neef (2014) propone para “una economía más humanizada”, haciendo énfasis en el quinto, donde se refiere a la economía como un subsistema de un sistema mayor y finito: la biosfera; deduciendo que el crecimiento permanente es imposible. Entonces, para resaltar, los límites del crecimiento económico no se refieren a la disponibilidad de los recursos materiales, tampoco a los límites técnicos. Más bien, están vinculados a los problemas de desigualdad social y a la capacidad del Planeta Tierra para absorber los residuos resultantes de nuestros sistemas de producción y consumo. En este escenario, Max-Neef (1986) nos invita a recuperar valores que promuevan una nueva racionalidad, diferente a la del individualismo, la cual rige las leyes entre compradores y vendedores en el mercado. También, nos interpela para abandonar la racionalidad en las relaciones de competencia entre productores que, según el autor, siempre encuentran su punto de equilibrio, independientemente de haber excluido y eliminado consumidores y vendedores del mercado. Irónicamente, argumenta que quienes crean que el crecimiento económico ilimitado puede continuar eternamente, en un planeta finito… Están “locos” o “son economistas neoclásicos”.

5.4 Desde el tercer mundo: ideas fundantes sobre el cuidado del medioambiente

En el repaso de los enfoques, realizado en el primer capítulo y en el apartado anterior, mencionamos hitos y acontecimientos influyentes en el surgimiento de las ideas ambientalistas. De allí, coincidimos con Svampa (2014) en que nunca faltaron las voces críticas hacia el pensamiento moderno, asimismo, en que estas se han ido incrementado a medida que avanzó el siglo XX.

Conscientes de esta situación, proponemos37 “descomponer” el discurso hegemónico asociado con el surgimiento del desarrollo sustentable y de la economía verde, para lo cual, “quitamos del centro” al PNUMA. Es decir, el trabajo precursor, en la utilización del término “desarrollo sustentable”, tuvo lugar el 5 de junio de 1972 en Nairobi aunque en febrero, de ese mismo año, Juan Domingo Perón (1895-1974) daba su “mensaje ambiental a los pueblos y gobiernos del mundo”. En efecto, presentamos algunas reflexiones sobre el mensaje, bajo el supuesto que constituye un hito fundamental (y fundacional) en las ideas precursoras sobre el cuidado del medioambiente, relacionado a la actividad económica humana.

En primer lugar, debemos comprender que este mensaje forma parte de los documentos más significativos, en cuanto a la producción intelectual de Perón. Asimismo, que fue difundido desde su exilio, en Madrid, en función de la primera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano,38 que tuvo lugar en Estocolmo. De este modo, el mensaje constituye, según Mendoza (2018), una exhortación internacional para la adopción de medidas en relación a problemáticas ambientales, relacionadas con lo que actualmente conocemos como “cambio climático”. En su argumento, Perón (1972), realizó un diagnóstico respecto a las consecuencias socioambientales de la era industrial y además, como referente político tercermundista, efectuó recomendaciones a los países periféricos, en virtud de la defensa de sus recursos naturales. Para destacar, Mendoza (2018), identifica el libro “Límites del Crecimiento”, como una de las primeras lecturas de Perón, sobre ecología. Asimismo, que, durante su estancia en Europa, Perón fue testigo de la creación y aplicación de las primeras políticas públicas en materia ambiental.39 De todos modos, existen razones para creer que la perspectiva ecológica, de Perón, proviene del pensamiento crítico latinoamericano de la época, asociado con la teoría político-cultural del “tercer mundo”.

A nivel mundial, las ideas ecologistas surgieron desde la posguerra, en el marco de la guerra fría, y la posibilidad de un enfrentamiento nuclear. En ese contexto, las grandes movilizaciones populares en el tercer mundo; el crecimiento demográfico; la problemática del hambre; el inicio de la agricultura química; el apogeo de la industrialización en Europa occidental, Estados Unidos y Japón; también son elementos que promovieron el ecologismo (Mendoza, 2018).

En otras palabras, la “era dorada del capitalismo” dio lugar a una explotación de los recursos naturales y un incremento del impacto ambiental, sin precedentes. Por lo tanto, los primeros registros, sobre los efectos negativos, se remontan al inicio de las opiniones internacionales sobre la problemática medioambiental, desde el ámbito científico. De todos modos, estas cuestiones no demoraron en formar parte de la agenda política internacional. Como resultado, en los años 60, emergen las primeras investigaciones40 sobre el impacto ecológico de los modelos basados en una economía industrial. En ese momento, desde una perspectiva organizacional, nacen las primeras asociaciones ecologistas,41 manifestando un interés creciente sobre las problemáticas ambientales en los países centrales.

Respecto a América Latina, surgieron espacios político-académicos, en torno al debate sobre desarrollo, población y medioambiente.42 En cuanto a la Argentina, la época fue testigo del surgimiento de la Fundación Bariloche, en 1963, y de la Asociación Argentina de Ecología, en 1972. Estas instituciones, revelan la importancia que empezaba a adquirir la cuestión medioambiental a nivel local.

Desde este escenario, es posible dimensionar el impacto que tuvo la publicación del libro “Los Límites del Crecimiento” (The Limits to Growth), también conocido como el Informe Meadows,43 publicado en 1972. Este, fue el primer aporte de importancia sobre temas ambientales. Es decir, en el informe, se denuncian los límites a la explotación de la naturaleza y la incompatibilidad con un sistema económico basado en el crecimiento continuo. Asimismo, se sintetizan un conjunto de críticas al modelo económico capitalista, ingresando el tema ambiental en la agenda mundial.

Estos acontecimientos, se remontan al contexto donde tuvo lugar el primer gran encuentro internacional sobre las cuestiones ambientales, denominado Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano. Allí, los Estados nacionales adoptaron una declaración donde, si bien no fue rechazada la postura de la dominación humana sobre la naturaleza, comienza a vislumbrarse cierta relación entre el desarrollo económico y el “medio humano”. Svampa (2014) señala que, si bien persistía el ideario de “progreso”, como un crecimiento ilimitado en la idea de desarrollo, se denunciaba que el poder transformador del ser humano sobre la naturaleza era capaz de generar consecuencias al “medio humano”.

En este marco, y poco antes de su retorno definitivo a la Argentina, Perón confecciona el “mensaje ambiental a los pueblos y a los gobiernos del mundo”. Precisamente, el 12 de marzo de 1972, el secretario general de la ONU, recibe la carta de Perón, con motivo de la realización de la Conferencia de Estocolmo, en la que le adjunta una copia del mensaje que, algunos días después, fue dado a conocer públicamente.

Sobre los contenidos, para Mendoza (2018), la carta revalida a Perón como un pionero del posicionamiento político del tercer mundo, a la vez que manifiesta su preocupación por la contaminación ambiental; el despilfarro de los recursos naturales; la tensión internacional y la carrera armamentista; el agotamiento de los recursos naturales de los países del tercer mundo; reflejando que las consecuencias se hacen sentir, principalmente, entre los sectores más humildes de la población. Paralelamente, el mensaje busca poner en marcha cierta “acción mancomunada internacional”, tendiente a frenar “la marcha suicida” que la humanidad había emprendido, a través de la contaminación del medioambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobreestimación de la tecnología.

Desde la mirada de Mendoza (2018), sin lugar a dudas, el mensaje se constituye como un documento precursor, cuyo análisis de la situación social y ambiental, a nivel mundial, interpela la revisión crítica del modelo de desarrollo propuesto por la modernidad capitalista, en cuanto al uso de la tecnología y la explotación de la naturaleza. Al mismo tiempo, para este autor, la propuesta ofrece una perspectiva política de esas “nuevas problemáticas”, no sólo para interpretarlas, sino también, para resolverlas, teniendo en cuenta las realidades propias de los países del tercer mundo. Por ello, el mensaje no se limita a la mera denuncia de las consecuencias del modelo de desarrollo urbano concentrador, ya que también, apunta a los pilares fundamentales del paradigma moderno, como lo es la idea del progreso infinito y el infalible aporte tecnológico.44

Acorde a esto, Perón (1972) convoca a una urgente “revolución mental” de la humanidad, a fin de comprender que el hombre no puede reemplazar a la naturaleza en el mantenimiento de un adecuado ciclo biológico general; que la tecnología es un arma de doble filo, que el llamado progreso debe tener un límite y que, incluso, habrá que renunciar a alguna de las comodidades que nos ha brindado la civilización. En síntesis, Mendoza (2018), destaca la mirada tercermundista que tiene el informe que, centrado en la cuestión ambiental, no desconoce las problemáticas del neocolonialismo, la falta de justicia social e incluye un cuestionamiento a los modelos hegemónicos de desarrollo.

Finalmente, partiendo desde la crítica severa sobre las sociedades de consumo; el análisis de la relación entre naturaleza y sociedad; y la invitación a pensar en otros modelos de desarrollo, el mensaje resulta influyente en diversos debates contemporáneos. Actualmente, es posible ver la vigencia del documento, revalorizada tras la publicación de la Encíclica “Laudato Si”, en el año 2015.

En ese sentido, si bien los conceptos vertidos por el papa resultan actuales, y deben ser tomados en consideración de modo urgente, no se trata de concepciones nuevas o desconocidas, si tenemos en cuenta que el mensaje del año 1972 decía cosas muy similares, a las de Francisco en su Encíclica. Revisando algunas citas, resulta impactante la similitud entre ambos textos, por ejemplo, cuando se refieren a "sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, por el que el gusto produce lucro" y en la necesidad de una “revolución mental”. En cuanto al llamado a un cambio de paradigma, Perón y el sentido general de Laudato Si, coinciden en plantear que la modificación de las estructuras sociales y productivas, en el mundo, implica que el lucro y el despilfarro dejen de seguir siendo el motor básico de sociedad alguna y que se exija la justicia social en la base de todo sistema.

Antes de cerrar, vemos con decepción cómo el mensaje de Perón “no ha sido escuchado” y que existen pocas evidencias sobre el cambio de paradigma que él proclamaba. A esta descarnada realidad, se suman las limitaciones propias de los principios jurídicos ambientales. Para Svampa (2014), estos principios han sido construidos y aplicados dentro de un sistema jurídico concebido desde la perspectiva moderna. Consecuentemente, los daños ambientales no han podido comprenderse por fuera de la protección de la persona humana y sus bienes. En otros términos, proteger la naturaleza sólo cobra relevancia cuando su degradación afecta la calidad de vida de las personas.

De todas maneras, vivimos en un período donde otro líder argentino retoma los mismos desafíos esperemos, esta vez, con mejores resultados. Es decir, existe el esfuerzo para incentivar propuestas de desarrollos alternativos, que sean compatibles con el ambiente y la calidad de vida de las generaciones presentes y futuras.

Para finalizar, cuando se trata del cuidado ambiental, remarcamos que el propósito de este apartado es pronunciar discursos alternativos al hegemónico, discurso en el cual, la noción de desarrollo sostenible ha sido pensada y construida bajo el paradigma moderno del “orden y progreso”.45

5.5 Nuestro futuro común vs. nuestra casa común…

Como indica el título del apartado, contrastamos dos visiones que, desde el punto de vista de sus medios y fines, resultan opuestas en su afán de revertir “el cambio climático”. Es decir, por un lado, se encuentran los ODS, principalmente, el “aparato” institucional, metodológico y conceptual que lo sustenta. Por el otro, la Encíclica Laudato Si.

En la sección anterior, destacamos, en el debate sobre el desarrollo, que la incorporación de la cuestión ambiental admite otros discursos además del instalado, de modo hegemónico, por el PNUMA. Paralelamente, dimensionamos la vigencia e influencia de las ideas de Perón (1972) en materia ambiental. En otras palabras, denotamos la presencia del mensaje ambiental del expresidente, en las ideas fuerza vertidas en la carta publicada, por el papa, en el año 2015. En consecuencia, estas propuestas marcan un nuevo horizonte al cual deberían converger los modelos de desarrollo, y sobre ellas ponemos el foco aquí. Complementariamente, agregamos los valiosos aportes de Svampa (2020), vinculados con la necesidad de poner en práctica un pacto ecosocial.

En primer lugar, muchos adhieren a la Agenda 2030 como un nuevo faro, proponiendo el cumplimiento de los ODS como la meta principal de las estrategias de desarrollo. En efecto, tal como ocurrió con el PNUMA y el Informe Bruntland, existen otras propuestas que evidencian que el camino hacia el desarrollo sostenible no es unívoco, ni “propiedad” de las instituciones y acuerdos surgidos en la posguerra. Para Rivero Cuadrado (2018), la Agenda Internacional 2030, trazada por los ODS, no constituye un buen marco de referencia, desde donde trabajar para alcanzar objetivos comunes, fundamentalmente, por dos cuestiones.

Primero, el autor plantea que se trata de un “documento sin diagnóstico”. Es decir, los ODS no parten desde una evaluación previa respecto a las realidades sobre las que se pretende actuar.46 De este modo, los 17 objetivos y las 169 metas carecen de un argumento mínimo, el cual los justifique y facilite la comprensión sobre su razón de ser. Principalmente, queda a la luz la ausencia de un diagnóstico sobre las causas que subyacen a fenómenos como la pobreza, el hambre, las enfermedades, las desigualdades entre géneros o económicas, la degradación del medioambiente o el cambio climático. En consecuencia, si las causas de estos problemas son excluidas, las respuestas solo serán parciales, ya que estarán orientadas a mitigar los “síntomas”.

En segundo lugar, Rivero Cuadrado (2018), mira con cierta preocupación la relación entre los fines y los medios. En ese sentido, concluye que los ODS refuerzan el camino hacia un mayor crecimiento e industrialización bajo un “engaño sostenible e inclusivo”.47 La matriz de este engaño, para el autor, radica en que ciertos medios han sido colocados a la misma altura que los fines. Por ejemplo, cuando la Agenda se refiere a los objetivos 8 y 9, crecimiento económico e industrialización, respectivamente, se produce una discrepancia sobre estos instrumentos, que han sido convertidos en objetivos para alcanzar “verdaderos fines”, como son poner fin a la pobreza y al hambre.

Por otro lado, como vimos en el argumento de Max-Neef (1986), la sostenibilidad del crecimiento económico no resulta viable, teniendo en cuenta que las fuentes de energías no renovables se encuentran en fase decreciente y considerando las limitaciones de las energías “limpias”. Al mismo tiempo, las energías alternativas no disminuyen, por completo, el consumo material y energético. Por ejemplo, los autos eléctricos consumen menos energía y material pero, en una economía “del crecimiento”, resulta obligatorio incrementar las ventas de los autos y sus desplazamientos.

Desde el punto de vista de la inclusión, en un escenario global marcado por la creciente escasez, resulta poco probable que la pobreza y la desigualdad sean reducidas, considerando que esto no ocurrió cuando el sistema capitalista contaba con mayor abundancia de recursos ¿por qué habría de ocurrir ahora? En efecto, la legitimidad de los ODS, continuará hasta que gran parte de los sectores sociales comiencen a cuestionar la lógica del modelo de desarrollo industrial y su idea de crecimiento ilimitado. Mientras tanto, los ODS seguirán alimentando una crisis ecosocial, por lo cual, ante el inminente colapso de nuestra sociedad, pensar en una nueva hoja de ruta parece ser una de las salidas más justas y ordenadas. En definitiva, la proposición de Rivero Cuadrado (2018) es “quemar los ODS para abonar una nueva agenda común global”. Ahora bien, ¿cómo debería ser esa agenda?

En ese sentido, creemos que debería estar basada en gran parte de los contenidos que integran a la Encíclica Laudato Sí. Es decir, centrarse en el Planeta Tierra, en la defensa de la naturaleza, en la vida animal y las reformas energéticas. En base a esto, proponemos repasar una “crítica mordaz del consumismo y el desarrollo irresponsable con un alegato en favor de una acción mundial rápida y unificada" para combatir la degradación ambiental y el cambio climático. Comencemos…

Como es sabido, en el año 2015, el papa Francisco dio a conocer la Carta Encíclica Laudato Sí, acerca del cuidado de la casa común. Hablando a toda la humanidad, el sumo pontífice pretende romper las diferencias ideológicas y propone una mirada integral del ser humano. En definitiva, desde un punto de vista inclusivo y amplio, nos alienta hacia una profunda reflexión sobre el cuidado de nuestra casa común.

La ecología es el tema central, en el más amplio sentido, desde una perspectiva integral que aborda la dimensión natural, social y económica. En este aspecto, es notable el gran énfasis en torno a la defensa de la naturaleza, la vida animal y las reformas energéticas. Respecto a esto último, el papa destaca la necesidad de reemplazar progresivamente, y “sin demora”, las tecnologías basadas en combustibles fósiles muy contaminantes. Asimismo, plantea la validez de optar por la alternativa menos perjudicial, que otorgue soluciones transitorias, hasta que las energías renovables estén totalmente desarrolladas.

Respecto al sistema económico financiero, la Encíclica nos invita a reflexionar sobre el progreso irracional del mismo y el vínculo estrecho entre la pobreza, los niveles de contaminación y la fragilidad de la naturaleza. De esta manera, nos incita a buscar otras maneras de ver la economía y el progreso, otorgando valor a la humanidad y la ecología, a través de debates más profundos sobre nuevos estilos de vidas. Sobre esto, Francisco (2015) sostiene que la verdadera riqueza está en las relaciones y no en los bienes materiales, de este modo, el “dios del dinero” debe dejar de gobernar a la sociedad y esta debe hallar formas alternativas de vivir, cambiando la trayectoria y el funcionamiento de la economía global. En cuanto a la política, el papa concluye que no debe estar sometida a una economía “eficiente y tecnocrática”, más bien, es necesario que la política y la economía dialoguen al servicio de la vida humana.

Recapitulando, incorporamos la propuesta de Francisco (2015), en nuestro análisis, ya que valoramos su diagnóstico acerca de “las raíces humanas de la crisis ecológica”. De esta manera, el modelo basado en la ambición y el consumismo, es el determinante de la profunda degradación socioambiental que debemos cambiar, para alcanzar un mundo más sostenible. Simultáneamente, el papa argumenta que el desarrollo sostenible jamás ha sido buscado, por el contrario, nos hallamos inmersos en un modelo promotor del crecimiento del capital, a nivel mundial, basado en nuevas tecnologías y relaciones de poder. Como resultado, los niveles de desigualdad social han sido profundizados y los humanos nos hemos vuelto cada vez más materialistas.

En otros términos, nuestra sociedad no distingue el éxito y la felicidad, del consumo y la satisfacción individual ilimitada, olvidando las cuestiones éticas, sociales y ambientales, necesarias para el desarrollo sostenible. Desde el punto de vista de los territorios, Francisco (2015), reconoce la “deuda ecológica” entre los países del norte y los del sur, vinculada a las asimetrías del intercambio comercial y los resultados negativos para el medioambiente, como también, con la explotación indiscriminada de los recursos naturales.

Con gran satisfacción, recalcamos el apoyo de la Carta al conocimiento científico, valiéndose de la situación mundial actual y de las consecuencias que trae para el planeta y los humanos. Asimismo, mediante un discurso dirigido a todos los hombres, sin distinción, Francisco (2015) hace referencia a los errores propios de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, considera que estos errores devienen desde el manejo desleal de los poderes económicos siendo ¡cuando no! Los principales responsables de las consecuencias que atentan contra la ecología y la prosperidad de los pueblos. Claramente, nos está diciendo que la ética ambiental y los valores morales deben mediar la relación humana con los recursos naturales, ya que la destrucción del medioambiente, y sus consecuencias, serán rechazadas tanto por los creyentes, como también, por los ateos. Finalmente, manifestamos la necesidad de reconciliar la relación con la naturaleza y con el resto de la sociedad, para lo cual, habrá que desarraigar los estilos de vida insostenibles. Svampa (2020) agrega que, producto de los límites naturales y ecológicos del planeta, a los cuales hemos arribado, la actual relación capital-naturaleza es insostenible. Pese a ello, en nuestro país, la autora manifiesta que las ciencias sociales y humanas, salvo excepciones, continúan dando la espalda a estas problemáticas.

Esta suerte de “indiferencia ecológica” convive, sin embargo, con la difusión de nuevas experiencias colectivas relacionadas con la resiliencia y la sostenibilidad de la vida. Tales experiencias, argumenta Svampa (2020), están siendo llevadas a cabo por organizaciones y grupos de mujeres y hombres que apuestan por otros sistemas sociales y otra manera de establecer las relaciones con la naturaleza. Es decir, existen experiencias de autogestión y autoorganización como la agroecología, la economía social solidaria, las comunidades de transición basadas en energías renovables, entre otras, que están siendo difundidas a nivel local, demostrando la importancia de las “utopías concretas”, y de algunas prácticas “prefigurativas” que están reflejando el futuro de la sociedad que se busca.

En definitiva, modificar ciertos valores y mentalidades, para poner en marcha propuestas ecológicas integrales, requiere de una “hoja de ruta clara” con un conjunto de pautas para lograrlo. Asimismo, que estas “utopías concretas” sean suficientes y que, si bien cuentan con gran capacidad de irradiación, sorteen las dificultades asociadas con su fragilidad y vulnerabilidad, para traducirse en proyectos políticos de alcance global.48

Contrario a la ecología verde, la impronta del Laudato Sí, y de la “brújula” propuesta por Svampa (2020), se posiciona como un elemento disruptivo capaz de conducirnos hacia una transformación profunda, verdadera e, indudablemente, necesaria.

5.6 La dimensión ambiental, social y económica: la sustentabilidad del modelo de integración vertical

Para concluir el capítulo, sobre la dimensión ambiental del desarrollo, proponemos tomar en consideración uno de los “nuevos paradigmas para los sistemas agropecuarios argentinos”. De este modo, incorporamos la propuesta de Bragachini (2009), sobre el agregado de valor en origen. Tal como vimos en el capítulo tres, cuando presentamos las agendas estratégicas productivas locales, identificamos algunos elementos, de nuestro contexto, que dan lugar al surgimiento de metodologías de este tipo. Sin embargo, aquí ponemos acento en los resultados sociales y ambientales, en términos de sustentabilidad, sin desconocer la faceta económica y de empleo. Por ende, abordamos la propuesta como un medio para lograr un modo de desarrollo estrechamente vinculado con la conservación del ambiente.

Como es sabido, indica Bragachini (2009), cualquier transformación y agroindustrialización genera movimientos en la economía, rentas y muchos puestos de trabajo. A través de su propuesta, el autor pone de relieve la idea de no continuar siendo “espectadores” para convertirnos en “protagonistas” de una serie de cambios que, al menos, debemos considerar y discutir, antes de elaborar proyectos concretos que se transformen en productos. De este modo, señala la necesidad de contar con la participación y el compromiso del sector privado. En definitiva, que la cadena argentina de agroalimentos crezca en productividad, valor agregado y sustentabilidad.

Bragachini (2009), considera que existen muchos casos exitosos de complejos agroindustriales, sin embargo, gran parte de la exportación argentina consiste en “commodities”. En ese contexto, sugiere que los productores locales incrementen su competitividad, respecto a los productores de otras partes del mundo, a través de una participación activa y asociativa en toda la cadena de agroalimentos. Básicamente, propone la integración vertical del productor primario en la cadena de agroalimentos. Esto, bajo la premisa que el grado de desarrollo, de un país, es directamente proporcional al valor de la tonelada exportada vs. el valor de la tonelada importada.

Desde el punto de vista ambiental, destacamos la estrategia de generar complejos agroindustriales transformadores de mucha eficiencia, tratando y transformando los efluentes, como también, albergando las industrias secundarias que proporcionen el valor agregado. De esta manera, estos complejos, también deben constituirse como eslabones en la generación de renta y trabajo.

El modelo productivo, al que apunta Bragachini (2009), indica cierta evolución, en el manejo del valor agregado, a causa del trabajo asociativo de muchos productores ubicados estratégicamente. La idea es que la producción primaria se traslade hacia centros de industrialización con escala competitiva contemplando la apropiación de la renta, por parte de los productores primarios, mediante un esquema asociativo. En efecto, desde el agregado de valor en origen, se genera crecimiento con desarrollo y, gracias al espíritu asociativo, la equidad de distribución se encuentra asegurada, evitando la concentración de la población en grandes ciudades, con todo lo que eso implica.

Lo sustancial, en cuanto a la sustentabilidad y la conservación de los recursos naturales, es que estarían aseguradas por un manejo de los insumos según ambiente, con la trazabilidad del trabajo a campo y por la secuencia y rotación de cultivos. Asimismo, Bragachini (2009), plantea que son muchos los modelos productivos que pueden diseñarse bajo esta lógica asociativa, con escala competitiva, con integración vertical y con agregado de valor en origen. Por ejemplo, en nuestro país, la posibilidad de replicar plantas productoras de combustibles “limpios” que, a su vez, generan residuos muy valiosos para la alimentación de animales. Del mismo modo, el autor no descarta otras formas de producir energías limpias como la eólica, solar, el hidrógeno y el biogás. En ese sentido, el desafío está, más allá de la existencia de estos modelos productivos, en la integración vertical de los mismos.

En síntesis, Bragachini (2009) interpela al campo argentino a descartar el modelo de exportación sin transformación, sin industrialización y sin valor agregado en origen, para avanzar hacia esquemas donde el productor sea el componente central. Desde esta perspectiva, es posible recuperar la competitividad territorial, alcanzando un modo de desarrollo basado en la gestión ambiental y energética. Asimismo, conservar los recursos naturales y distribuir la renta con equidad.

También, advierte que la productividad de un campo estará medida en función del valor agregado “en góndola por hectárea”, o bien, según los puestos de trabajo que genere cada hectárea en origen. En ese sentido, los gobiernos locales, que actualmente enfrentan problemáticas de empleo, deberán estar al frente de proyectos de integración vertical para su zona. La idea consiste en replicar los casos de aquellos países que, mediante el desarrollo agroindustrial, dieron lugar a puestos de trabajo y dinamizaron los pueblos del interior productivo.

Finalmente, Bragachini (2009) indica la necesidad de un cambio de mentalidad, tendiente a la reinversión asociativa de la renta en el sector agroindustrial, de esta manera, será posible alcanzar emprendimientos tecnológicamente competitivos y sustentables, que demanden puestos de trabajo en origen. Para cerrar, el autor se refiere a ciertos impactos positivos de la integración asociativa de productores “vecinos”, en un complejo agroalimentario en origen. Por ejemplo, el incremento en la competitividad de los productores primarios y los nuevos y jerarquizados puestos de trabajo. No obstante, para el interés de este capítulo destacamos, dentro de las “virtudes” de la integración, la propuesta de un modelo de desarrollo territorial con equidad distributiva; la posibilidad de avanzar en la generación de bioenergía, fertilizantes orgánicos y biocombustibles; la oportunidad de conservar los recursos naturales, producto de mejores secuencias de cultivos y la materia orgánica de los suelos; y el interés por la gestión ambiental, principalmente desde la captura y aprovechamiento de gases y efluentes contaminantes.

CAPÍTULO VI. LA DIMENSIÓN HUMANA E INSTITUCIONAL DEL DESARROLLO

"Doctor yo le entendí: si tomamos uno de aquí y lo comparamos con un japonés, el nuestro no es peor; pero si tomamos dos de aquí y los comparamos con dos japoneses, pues ya sabemos por qué cada país está donde está" (conversación con un dirigente indígena tras discursear de instituciones y desarrollo).

The Economist, 29 de junio de 1996.

6.1 Introducción

En este capítulo, las instituciones y el desarrollo humano constituyen el eje central. Así, el propósito es abordar estas dimensiones, de modo individual, y analizarlas en su relación.

En primer lugar, mediante el argumento de Orgulloso Martínez (2004), presentamos las políticas públicas como bisagras entre cuestiones económicas y sociales, dentro de los proyectos políticos. También, abordamos estas políticas como instrumentos para la promoción de iniciativas de desarrollo local ya que, según Orgulloso Martínez (2004), la política pública denota la intervención del Estado en los asuntos de la sociedad, de los ciudadanos y de las asignaciones económicas, políticas e institucionales. Asimismo, desde este autor, observamos el proceso para la construcción de este tipo de políticas.

Posteriormente, desde la propuesta de Bernazza (2015), presentamos la “clave pública” que reconoce a los Estados como los actores centrales del desarrollo. Para ello, exponemos una metodología sencilla para evaluar las fortalezas y debilidades de los Estados latinoamericanos, a la hora de implementar proyectos de desarrollo para sus sociedades. Así, describimos diez indicadores representativos de los elementos que constituyen las capacidades estatales. Para Bernazza (2015), estos indicadores son instrumentos útiles para diagnosticar gobiernos locales y superadores del “análisis de las cuentas públicas”.

En el tercer apartado, centrándonos en el PNUD, nos aproximamos a la idea del entorno institucional como una variable central para el desarrollo humano. Puntualmente, observamos algunos elementos para analizar por qué las capacidades institucionales son determinantes del desarrollo humano. Estos elementos, que se hallan en el IDH de Jalisco (2009), nos ayudan a comprender esta dialéctica. Asimismo, las contribuciones de Prats (1999), también resultan oportunas para arribar a reforzar el análisis sobre este tema.

Seguidamente, reflexionamos sobre el desarrollo humano, mediante la contextualización del PNUD.

En la quinta sección, abordamos el desarrollo a escala humana, siendo Max-Neef (1993) el referente de esta propuesta. En cuanto al argumento de Amartya Sen, basado en las libertades de los individuos como la piedra angular del desarrollo, también forma parte de nuestro debate, desde la síntesis provista por Orgulloso Martínez (2004).

Para concluir, en clave de desarrollo humano, reanudamos el análisis sobre el escenario que se avecina.49 En ese sentido, situados en los desafíos propios de la cuarta revolución industrial y la Industria 4.0, debatimos sobre las posibilidades del ser humano y la oportunidad de liderar el cambio, en función del beneficio colectivo y del planeta. Al mismo tiempo, nos pronunciamos sobre la necesidad de reestructurar los sistemas, sobre todo el educativo, como una estrategia tendiente a promover el desarrollo humano, aprovechando y en sintonía con las oportunidades de esta época. Para ello, partimos desde los argumentos de Schwab (2018) y Pérez (2016), como también, de los aportes de Etchebarne (2018), para comprender que “depende de nosotros”.

6.2 Objetivos

Generales

  1. - Comprender por qué las instituciones son determinantes para el desarrollo humano

  2. - Percibir el rol del Estado como actor central del desarrollo

Específicos

  1. - Visualizar las políticas públicas como un puente entre los aspectos económicos y sociales, de los proyectos políticos

  2. - Identificar herramientas para diagnosticar gobiernos, en virtud de su capacidad para elaborar políticas públicas

  3. - Repasar los contenidos principales del desarrollo a escala humana

  4. - Analizar la relación entre el desarrollo y la libertad

  5. - Identificar oportunidades y acciones para promover el desarrollo humano en el marco de la cuarta revolución industrial

6.3 Gestión local y políticas públicas

Para Orgulloso Martínez (2004), la política pública denota la intervención del Estado en los asuntos de la sociedad, de los ciudadanos y de las asignaciones económicas, políticas e institucionales. En ese sentido, y considerando que el escenario, descrito en el capítulo dos,50 demanda otro modelo de gestión local, nos centramos en las políticas públicas como bisagras entre lo económico y lo social, dentro de los proyectos políticos. Del mismo modo, abordamos esta temática desde la óptica de las políticas públicas como un instrumento para la promoción de iniciativas de desarrollo local (Orgulloso Martínez, 2004).

Por otro lado, Villar, se refiere a la construcción de políticas públicas como un “proceso permanente de toma de decisiones que generan acciones (u omisiones) que conducen a la definición de un problema y al intento de resolverlo, en donde la autoridad gubernamental es el actor central, pero no es el único actor activo, puesto que se mueve en interdependencia con otros” (Villar, 2007:87).

Antes de profundizar sobre el proceso de construcción, es necesario advertir la existencia de un multinivel de las políticas públicas, conformado por los ámbitos local, provincial y nacional (Villar, 2007). Paralelamente, dar cuenta de la distinción entre políticas de gobierno y políticas de Estado. Respecto a las de gobierno, o de administración pública, se trata de políticas que ejecutan las acciones de un proyecto político. Se caracterizan por ser de corto plazo, con un sesgo centralista y vertical, orientadas hacia la representación y el enfoque sectorial. Por su parte, las políticas de Estado, si bien encadenan las acciones programadas por un gobierno, son pensadas buscando la continuidad en próximas gestiones. Es decir, las decisiones y propuestas trascienden a un período de gobierno, tornándose de largo plazo. Finalmente, las políticas públicas, reflejan la aspiración implícita de un grupo organizado, son de largo plazo y desde un carácter de descentralización y horizontalidad, promueven la participación mediante un enfoque intersectorial.

Ahora bien, en cuanto al proceso de construcción de las políticas públicas se trata, según Villar (2007), de un círculo virtuoso, integrado por cuatro elementos de carácter sinérgico. El primero, es la definición del problema y el acceso a la agenda pública. Este problema, surge de una demanda de actores sociales y/o políticos, y la manera de cómo se define es fundamental. El autor aclara que todo este proceso se encuentra atravesado por pujas de poder.

Posteriormente, la formulación de la política pública requiere del estudio de distintas opciones de solución, para elaborar un plan de acción. Se trata de una instancia técnica, en cuanto a los procesos, y política en cuanto al sentido. En esta etapa, tiene lugar la negociación con los actores involucrados. En tercer lugar, aparece la implementación, es cuando se lleva a cabo la ejecución de las acciones y/o normas, junto con la correspondiente administración. Para Villar (2007), es cuando debe modificarse el “estado natural” de algunas situaciones. Aquí, hay intereses afectados y un proceso político donde la burocracia estatal juega un papel fundamental. Asimismo, es cuando ocurren las relaciones intergubernamentales. Finalmente, la cuarta etapa del proceso consiste en la evaluación, momento en el cual se mide la eficiencia y eficacia de las acciones emprendidas. Asimismo, se ponderan los efectos sociales y políticos.

Siguiendo con el proceso de construcción, debemos distinguir entre políticas públicas focalizadas y políticas públicas universales. Corresponden, al primer grupo, aquellas que orientan la acción hacia los individuos, en vez de hacia las comunidades. Persiguen la eficiencia económica y ponen el foco en las carencias. Podemos decir, siguiendo a Orgulloso Martínez (2004), que “restringen el rol del Estado” a la asistencia social y no modifican las condiciones estructurales del problema, asimismo, favorecen el clientelismo político.

En cambio, las políticas públicas universales están vinculadas al ejercicio de los derechos, llegan a toda la población, “la que necesita y la que no”, de manera homogénea. Puede que sean menos eficientes, en términos económicos, pero son más efectivas en términos sociales. Es decir, reproducen un paradigma que no pretende entender la eficiencia en los servicios sociales, desde la lógica de mercado. Asimismo, para su implementación, las políticas universales requieren de un sistema impositivo progresivo, y restringen el clientelismo político.

Por último, brindamos algunos ejemplos de políticas públicas, vinculados a la promoción económica local y las iniciativas de desarrollo económico. Estas, pueden ser la promoción del tejido empresarial, o las orientadas hacia empleo y los recursos humanos, al desarrollo de infraestructura para la industria y comercio, o relacionadas con la cooperación y los servicios. Sobre las políticas para el bienestar social, son aquellas enfocadas en la inclusión social, las sociosanitarias. Es decir, aquellas orientadas hacia la salud y el consumo de alimentos, y las socioculturales, por ejemplo, son políticas para la juventud, la cultura, el deporte, y la educación. Otros tipos, son las políticas urbanas y territoriales, como las obras de infraestructura para la ciudad, la generación de viviendas y equipamientos, o las acciones en torno al sistema de transporte.

A modo de reflexión, Orgulloso Martínez (2004) destaca la importancia de enfocar el diseño a la implementación de políticas públicas, no como una respuesta temporal a los compromisos gubernamentales, sino como garantía para que los ciudadanos puedan ejercer sus derechos fundamentales de la Constitución.

6.4 Capacidades estatales, sus dimensiones y análisis

En esta sección presentamos una herramienta para diagnosticar gobiernos, ya sean locales, provinciales o nacionales, en virtud de su capacidad para elaborar políticas públicas. Asimismo, tenemos en cuenta, para la definición y el análisis de las capacidades estatales, la reasunción de los nuevos roles, por parte de los Estados latinoamericanos. Roles que, durante la década de los 90, fueron asumidos por los actores del mercado quienes sostenían, según Bernazza (2015), el principio de subsidiariedad. Este tipo de Estados, que se auto reconoce como el actor central del desarrollo y despliega acciones tendientes a reafirmar los nuevos roles, configura el nuevo escenario de lo público (Bernazza, 2015).

Para comenzar, entendemos el Estado como un fenómeno histórico, dinámico y multidimensional, que reclama un tratamiento específico, desarrollado a partir de dichas características (Bernazza, 2015). Desde la propuesta de Bernazza (2015), analizamos los Estados desde la “clave pública”. Este abordaje, implica poner en valor la centralidad de los Estados a la hora de definir un proyecto social, invertir en obras y servicios, crear y/o reasumir el control de empresas estratégicas, ejecutar planes sociales de alcance masivo, e insertarse en el orden internacional, sin resignar soberanía.

Desde esta perspectiva, el fortalecimiento de las capacidades estatales constituye una tarea urgente e imprescindible para el desarrollo de los pueblos. Simultáneamente, Bernazza (2015) indica que la forma de definir, evaluar y fortalecer las capacidades estatales ocupa, actualmente, un lugar central en los debates políticos y académicos, tanto nacionales como internacionales. Por ello, proponemos el repaso de un método de evaluación de las fortalezas y debilidades de los Estados latinoamericanos, a la hora de implementar proyectos de desarrollo para sus sociedades.

Esto, mediante la metodología de Bernazza (2015), quien busca contribuir al desarrollo de sistemas de indicadores e instrumentos válidos para medir capacidades estatales, en distintos niveles de gobierno, ya sea para analizar un sector, una jurisdicción o, incluso, un programa, dentro de las gestiones públicas.

Del mismo modo, el sistema de indicadores busca constituirse como una herramienta específica de la actividad estatal, distinguiendo que las recomendaciones para el sector público son distintas de aquellas para el sector privado. Por otro lado, la autora no entiende las capacidades estatales de modo rígido y absoluto, por el contrario, argumenta que no son cuestiones permanentes, si no, son situadas, dinámicas e incomparables. Finalmente, busca considerar los aportes del equipo de gestión, como también, el de los destinatarios de los programas y servicios. Asimismo, contemplar las expresiones de los sectores públicos y privados interesados.

Ingresando en la propuesta de Bernazza (2015), visualizamos algunos paradigmas sobre las capacidades estatales. Para la nueva gerencia pública, se trata de la habilidad para llevar a cabo tareas apropiadas de forma efectiva, eficiente y sustentable. También, el PNUD, habla de la habilidad de los individuos, instituciones y sociedades para desarrollar funciones, resolver problemas, definir y alcanzar objetivos de forma sostenible. Sin embargo, la noción de capacidad estatal es diferente, incluso, a la capacidad de gobierno, llevada adelante en forma temporal por una gestión en particular. Es decir, las capacidades estatales son aquellas que dan cuenta de la construcción institucional del aparato estatal, sostenido en el tiempo.

En ese marco, pretendemos enfocarnos sobre las acciones tendientes a fortalecer este tipo de capacidades, para lo cual, utilizamos la “hoja de ruta” de Bernazza (2015), a modo de guía práctica y alejada, plantea la autora, de toda aspiración de desarrollar un corpus teórico en esta materia. En síntesis, se trata de una guía y no de un manual, en virtud de evitar las rigideces metodológicas asociadas a estos últimos. Bajo esas premisas, nacen los diez indicadores representativos de los elementos constitutivos de las capacidades estatales. Para destacar, los indicadores están ordenados de acuerdo al aporte que otorgan para mayor capacidad o menor capacidad. Para Bernazza (2015), estos son los indicadores que debemos tener en cuenta para diagnosticar y, posteriormente, fortalecer gobiernos locales, dejando atrás el paradigma que se reduce, principalmente, a mirar presupuestos y cuentas. Entonces, los indicadores son:

  1. proyecto de gobierno

  2. liderazgo

  3. diseño estructural

  4. empleo público

  5. diseños procedimentales. Innovación tecnológica

  6. comunicación institucional

  7. aspectos fiscales y gestión financiera

  8. compras, contrataciones e inversiones. Infraestructura pública

  9. interinstitucionalidad

  10. evaluación

Sintéticamente, sobre el primer indicador concluimos que un poder ejecutivo es más capaz cuando tiene un proyecto de gobierno que lo atraviesa o impregna.

El segundo, se refiere a la capacidad para adaptarse a los cambios, como la habilidad indispensable del líder.

El tercero, pone énfasis en que un proyecto de gobierno se desliza por instituciones preexistentes, necesarias de transformar y adecuar para su mejor expresión.

El cuarto, consiste en relevar las características del plantel de personal de un organismo, en términos cuantitativos y cualitativos, mirando la “capacidad técnica, relacional, o vocación de servicio público”.

El quinto, implica seleccionar la tecnología adecuada, no necesariamente la “más nueva”, consultando a los trabajadores de la gestión.

El sexto, dentro de la comunicación interna y externa, pretende enfatizar sobre los acuerdos primarios y secundarios.

Sobre el séptimo, para la burocracia técnica el presupuesto es central al momento de analizar una gestión pública “saludable”. Para Bernazza (2015), lo importante es cómo recauda la institución… Más que cuánto. Por ello, en este enfoque, ocupa el “séptimo puesto”, en cuanto a la relevancia del análisis. Motivar la población a “sostener el Estado”, también resulta central en este punto.

El octavo, sirve para pensar el “modelo de desarrollo”, considerando que el poder de compra del Estado dinamiza el desarrollo local del territorio en donde los gestores eligen comprar. Por lo tanto, las compras deben democratizarse, es decir, sin dejar de comprar a los actores privados, la autora recomienda incorporar cooperativas u otros actores que, gradualmente, “desplacen las compras desde las grandes corporaciones”.

El indicador número nueve, supone la constitución o fortalecimiento de alianzas, a partir de procesos de comunicación y negociación permanentes, sin resignar soberanía.

Finalmente, el décimo, se basa en la premisa que la autocrítica otorga cierto grado de fortaleza.

De este modo, los indicadores de capacidad, sirven para hacer recomendaciones que derivan en aprendizajes y mejoras. El punto de partida de Bernazza (2015), nos invita a dejar atrás el paradigma neoliberal y su preocupación “resultadista”. También, señala que un Estado que toma decisiones soberanas, para alcanzar un desarrollo sostenible con inclusión social, es la variable que determina su capacidad. Más allá de esto, manifiesta que las observaciones, en ningún caso, deben dar lugar a ponderaciones lineales, en el sentido de presentar resultados que concluyan que estamos ante un Estado débil o fuerte, en términos absolutos. Para cerrar, se refiere a la puesta en marcha de políticas públicas como acciones orientadas al bien público, dado que la eficacia y la eficiencia, por sí mismas, pueden dar resultados contrarios a los valores de contenido social, tal como ha demostrado el holocausto o la instauración del terrorismo de Estado en nuestro país.

6.5 Las instituciones y el desarrollo humano

Si bien existen diversos factores que impactan en los niveles de desarrollo humano, desde condiciones histórico-culturales y geográficas, hasta procesos económicos de largo alcance y decisiones políticas, el PNUD hace hincapié en el entorno institucional como una variable determinante para el desarrollo humano, desde múltiples perspectivas. Sobre este argumento es que, antes de abordar la contextualización histórica del surgimiento del ideario de desarrollo humano, ponemos a consideración algunos canales por medio de los cuales las capacidades institucionales pueden afectar el desarrollo humano.

Según el IDH de Jalisco (2009), tanto el fomento del desarrollo humano, como el ejercicio de las libertades que lo componen, ocurren dentro de un entorno definido por instituciones, las cuales inducen ciertos comportamientos y restringen otros, dan certidumbre a las decisiones de los individuos y grupos y, en general, inciden en la trayectoria de las sociedades. En este sentido, North (2009) define las instituciones como las reglas del juego en una sociedad o, más formalmente, las limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción humana. Por consiguiente, estructuran incentivos en el intercambio humano, sea político, social o económico. Asimismo, para Knight (2009), las instituciones constituyen el fundamento de la sociedad, ya que proveen información anticipada sobre el comportamiento de los actores sociales, estabilizan las expectativas sociales y, en suma, estructuran la vida social. Prats (1999), en otras palabras, explica que un desarrollo firme y “duradero” está basado en las instituciones y capacidades institucionales de cada país, o en aquello que denomina, "governance".

Sin embargo, no basta con aceptar que las instituciones son importantes, fundamentalmente, debemos percibir cuáles lo son y por qué. Es decir, resulta necesario identificar instituciones cuyo diseño y operación promueven, o restringen, las libertades individuales y el desarrollo humano, así como las capacidades de cada una. Antes de mencionar esas instituciones, debemos comprender que se trata de una tarea compleja, considerando que la relación entre las capacidades institucionales y el desarrollo humano no resulta una cuestión netamente lineal, o unidireccional. Asimismo, comprender que, en las ciencias sociales, existen diferentes conceptos de institución y que estamos frente a un concepto que, en sí, no es sencillo.

En primer lugar, Prats (1999) advierte que, con frecuencia, las instituciones se confunden con aquellas organizaciones a las que atribuimos alguna función o relevancia social. En consecuencia, plantea que las instituciones son relevantes para el desarrollo cuando se las distingue nítidamente de las organizaciones. Desde esta perspectiva, deducimos que las instituciones no son “cosas”, cuentan con una existencia abstracta y no tienen objetivos, aunque cumplen importantes funciones sociales. Asimismo, el autor agrega que pueden ser formales e informales. De esta manera, las formales, incluyen las reglas del juego legal o las socialmente proclamadas mientras que, las informales, constituyen las reglas efectivamente interiorizadas y vividas.

En cuanto a Latinoamérica, Prats (1999) afirma que “casi nada es lo que parece ser” porque, a veces y en muchos ámbitos, la informalidad institucional prevalece sobre la formalidad, a la cual anula y substituye en los hechos. Por este motivo, reiterados acontecimientos, ocurridos en nuestra región, han sorprendido a muchos observadores. No obstante, los actores individuales y organizados de nuestras latitudes “saben muy bien como es el juego y qué lenguaje hay que utilizar en cada ocasión”. En términos de Prats (1999), estos actores saben qué corresponde hacer para sobrevivir y, si es posible, prosperar. En consecuencia, resulta coherente,51 cuando hablemos de institucionalidad, tener en cuenta la informalidad.

Ahora bien, para ejemplificar algunas instituciones específicas, que forman parte del entorno que estructura la acción de los gobiernos y los ciudadanos, como también, las capacidades específicas de gestión de servicios y políticas públicas, nos remitimos al IDH de Jalisco (2009). Por lo tanto, el informe argumenta que el ambiente institucional, que da estructura al funcionamiento del Estado de derecho,52 la rendición de cuentas,53 la coordinación intergubernamental54 y la participación ciudadana,55 resulta central, en términos de desarrollo humano. Asimismo, que este entorno determina la efectividad de las políticas públicas dirigidas a promover el desarrollo de los individuos, al generar incentivos y potenciar las capacidades de los instrumentos (políticas, bienes o servicios públicos) diseñados para mejorar el bienestar de los ciudadanos.

En definitiva, desde este tipo de evidencias, coincidimos con Prats (1999), cuando se refiere a la calidad del sistema institucional de un país como el determinante fundamental de la calidad de sus políticas públicas y del desarrollo, no sólo económico sino humano, que es capaz de generar. En ese contexto, también coincidimos, con el autor, en que las reformas institucionales constituyen un tema prioritario de la agenda de desarrollo humano. Es decir, aquellas acciones que conduzcan hacia un entorno institucional capaz de garantizar la seguridad de los ciudadanos; de hacer asequible la justicia para todos; de permitir la representación de las preferencias individuales y de las necesidades colectivas en el proceso político y de fortalecer la capacidad de los gobiernos, encargados de atender las demandas sociales, constituyen un requisito para el ejercicio pleno de las libertades básicas. Como resultado, los diferentes tipos de entornos determinarán, significativamente, la calidad de vida de los habitantes de un municipio, una provincia o un país.

Sobre este punto, nos parece necesario enfatizar el carácter local, en un entorno o contexto institucional mayor. Es decir, entre los factores determinantes del desarrollo humano, el llamado “gobierno de proximidad”, se destaca por su incidencia en la expansión de las libertades y capacidades de los individuos. Por lo tanto, la autoridad más cercana a la gente, es decir el municipio, es el primer responsable, seguido por el gobierno estatal.

Sin embargo, muchos gobiernos locales carecen de las capacidades institucionales necesarias para hacer frente a sus obligaciones y para resolver problemas estructurales, que obstaculizan el desarrollo humano, tales como la desigualdad. La cual, puede ser el obstáculo más preocupante para el desarrollo humano en territorios, nacionales o provinciales, donde la desigualdad intraestatal56 tampoco escapa de la misma problemática.

Esta perspectiva de “lo local” refleja el argumento visto en el segundo capítulo, ya que se refiere a la responsabilidad, cada vez mayor, que tienen los gobiernos subnacionales de promover el desarrollo humano. Asimismo, en que las capacidades institucionales municipales son un componente central en este enfoque del desarrollo humano.

El fortalecimiento de estas capacidades, en el ámbito local, es una tarea crucial para alcanzar el desarrollo humano, dado que, sin una infraestructura institucional básica, es decir, normas, instituciones, procesos organizacionales y recursos humanos y financieros bien utilizados, las posibilidades de los gobiernos para generar bienes y servicios públicos, que amplíen las libertades de elección de sus ciudadanos, estarán restringidas. En virtud de estas reflexiones, es que insistimos con el ámbito local, ya que es el nivel gubernamental donde el potencial de cambio es mayor. Es decir, el lugar donde aquellos “pequeños” ajustes son capaces de generar círculos virtuosos de acciones que se traduzcan en mayor desarrollo humano (IDH Jalisco, 2009).

De este modo, Prats (1999), sostiene que el cambio institucional, que exige el desarrollo humano, no puede producirse por “decreto”, ni de modo instantáneo. Asimismo, plantea que el desarrollo institucional no es responsabilidad, ni depende, de un sólo actor, más allá que el Estado se ubique como el agente principal. En ese sentido, es necesaria una amplia concertación entre diversos actores, fundamentalmente, de una sociedad civil y organizaciones intermedias fortalecidas, por encima de los intereses y las coaliciones particulares. Para cerrar, Prats (1999), destaca que las posibilidades de concertar estrategias colectivas de desarrollo institucional se incrementan, notablemente, cuando los actores sociales organizados son liderados por proyectos políticos cuya visión y gestión es estratégica.

6.6 Ideario, dimensiones e informes sobre el desarrollo humano

A lo largo del recorrido histórico del desarrollo, una característica del concepto ha sido su carácter "utilitarista". Así, hemos sido testigos de políticas e instituciones cuya finalidad y criterio de evaluación era la producción de la “mayor utilidad global posible”. En este sentido, Prats (1999) argumenta que, sin haberse confundido intelectualmente, el crecimiento y el PBI per cápita pasaron a ser el componente y el indicador fundamental del desarrollo. En realidad, la fuerte creencia en la relación entre el incremento del PBI y la disminución de la pobreza condujo los esfuerzos hacia el crecimiento con la pretensión de alcanzar “el objetivo económico y social del desarrollo”. En síntesis, y desafortunadamente, el crecimiento dejo de ser un medio para el desarrollo, ubicándose como la finalidad predominante.

No obstante, a finales de los años 80, emerge la aproximación del desarrollo humano representando un cambio radical, en dos sentidos. En primer lugar, el proceso de desarrollo comienza a desvincularse del sesgo utilitarista para ser visto, desde la orientación de Amartya Sen, como un proceso de expansión de las "capacidades de la gente para elegir el modo de vida que cada cual valora”. De este modo, el énfasis es colocado en la importancia de acumular capital humano, cuestión que implica, fundamentalmente, inversiones en educación, salud, investigación y desarrollo, nutrición y planificación familiar.57 En síntesis, nos referimos al momento en el cual la visión del desarrollo, centrada en la producción de bienes, fue substituida por otra, centrada en la ampliación de las capacidades de la gente.

De todos modos, antes de hablar del concepto de desarrollo humano, debemos remitimos al surgimiento del PNUD y su contextualización. Así, destacamos, en el año 1966, la primera sesión del consejo de administración del programa compuesto, en aquel momento, por 37 miembros y presidido por Maha Thray Sithu U Thant, secretario general de la ONU. Ese año, el PNUD nació a partir de la fusión del Programa Ampliado y el Fondo Especial de la ONU. Como resultado, esta organización buscaba estar "en primera línea en la guerra mundial contra la pobreza."

Respecto a los objetivos, desde los años 70, las preocupaciones se trasladaron hacia la calidad de vida, la distribución del ingreso, la contaminación ambiental y el agotamiento de los recursos naturales. Adicionalmente, en aquel tiempo, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) promueve el concepto de desarrollo endógeno, evidenciando que las particularidades y especificidades comenzaban a instalarse, en detrimento del paradigma universalista.

Ahora bien, sobre el desarrollo humano, damos cuenta de la existencia de variadas definiciones. Por mencionar alguna, en el año 2000, el PNUD lo define como:

el proceso de ampliación de las opciones de la gente, aumentando las funciones y capacidades humanas (…) Representa un proceso, a la vez que un fin, en todos los niveles de desarrollo, las tres capacidades esenciales consisten en que la gente viva una vida larga y saludable, tenga conocimientos y acceso a los recursos necesarios para un nivel de vida decente. (PNUD, 2000:17)

Desde este marco, la meta más ambiciosa era generar un índice de desarrollo humano para sintetizar, en una escala numérica, el nivel global de desarrollo humano de cada país. De este modo, surgió un método que combina medidas de esperanza de vida, alfabetismo en adultos y PBI real per cápita. Como resultado, el desarrollo humano ha sido cuantificado y se logró clasificar a los países según el grado. Este “instrumento de medición” ofrece una alternativa a las deficiencias del PBI cuyas carencias, generalmente, no son consideradas a la hora de diseñar políticas. Por su parte, el Índice de Oportunidades Humanas (IOH), surgió para identificar el acceso de los niños a un conjunto de oportunidades, con el supuesto de que, entre un cuarto y la mitad de la disparidad de ingresos entre los adultos, se explica por las diferencias en oportunidades, no controladas por el niño, si no por el entorno, entre los 0 y los 16 años. Se trata de cuestiones sanitarias, el acceso al agua potable, a la energía eléctrica, culminar el sexto grado en tiempo y forma, y el acceso a la escuela entre los 10 y los 14 años.

6.7 El Desarrollo a escala humana y como libertad

Finalizando nuestra introducción a las teorías del desarrollo resulta, casi “obligatorio”, citar una propuesta que, a juicio de muchos, es la más acertada para un “verdadero” desarrollo pero que, desafortunadamente, no ha logrado trascender desde el mundo académico. Se trata del desarrollo a escala humana, cuyo referente es Manfred Max-Neef. Desde esta perspectiva, el desarrollo:

Se concentra y sustenta en la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales, en la generación de niveles crecientes de autodependencia y en la articulación orgánica de los seres humanos con la naturaleza y la tecnología, de los procesos globales con los comportamientos locales, de lo personal con lo social, de la planificación con la autonomía y de la sociedad civil con el Estado. (Gabay, s/f.: 2)

Estas cuestiones, reflejan una época de transición paradigmática donde, el desarrollo, aflora como un concepto complejo, axiológico, multidimensional, constructivista, cualitativo e intangible. Por lo tanto, el paradigma científico, dominante del desarrollo moderno, resulta obsoleto por su reduccionismo, mecanicismo y linealidad para entender al desarrollo. En definitiva, se busca entender el desarrollo desde este tipo de enfoques, es decir, holísticos, sistémicos y recursivos.

Por otro lado, si bien en el apartado anterior, hicimos mención de la libertad como un derecho garantizado, desde los mecanismos institucionales y como vía fundamental del desarrollo humano, es válido destacar el argumento de Sen sobre la libertad como medio para el desarrollo, pero también como el fin de este. Es decir, advertir que la libertad no es la meta, si no también, es la condición.

En síntesis, la propuesta de Sen, se basa en las libertades de los individuos como la piedra angular y, en consecuencia, la falta de libertades fundamentales está directamente relacionada con la pobreza económica. Por consiguiente, el desarrollo tiene que orientarse a “mejorar la vida que llevamos y las libertades que disfrutamos” (Orgulloso Martínez, 2004).

Añadiendo otros aportes significativos del autor, para Sen, el crecimiento económico colabora para aumentar la renta privada, pero también, debe permitir que el Estado financie la seguridad social y la intervención pública activa. De esta manera, aprovechando las oportunidades económicas, y mediante sólidos mecanismos institucionales, el Estado debe habilitar y potenciar las capacidades individuales y colectivas de la gente, generando mecanismos instrumentales que promuevan o garanticen las libertades.

Asimismo, contemplar “el desarrollo como libertad” exige evaluar las instituciones en función a la contribución que estas hacen a nuestras libertades. En definitiva, estamos frente al “deber ser” de la política social. En virtud de ello, el autor advierte que superar la pobreza debe ser el resultado de políticas específicas ya que el crecimiento económico, por sí solo, no puede resolver el problema.

Partiendo desde estas consideraciones, Sen agrega que el desarrollo económico, tal como lo conocemos, podría ser perjudicial para un país, ya que es capaz de provocar la desaparición de sus tradiciones y herencia cultural. De igual manera, sobre el crecimiento económico, Max-Neef (1993) nos advierte mediante la “hipótesis del umbral”, observando la relación entre el crecimiento económico y la calidad de vida. Sobre ello, señala que un país debe crecer hasta que se mejore la calidad de vida. No obstante, si el crecimiento continúa, infiere que la calidad de vida podría comenzar a deteriorarse.

En respuesta, propone el “índice de progreso genuino”, como un indicador de bienestar económico y sostenible, donde los factores positivos y negativos son desagregados. De esta manera, es posible superar al PBI como indicador, y observar la relación entre la economía y la naturaleza. En síntesis, la propuesta se sustenta en la idea que el crecimiento “ilimitado” daña el ambiente y “pasar el umbral” se torna peligroso. En ese caso, “mejor que seguir creciendo, económicamente, es redistribuir”.

Para cerrar, Max-Neef (1993) indica que el “mejor proceso de desarrollo” será aquel que permita elevar la calidad de vida de las personas. En otras palabras, más allá del ingreso y los bienes a los que puede acceder una persona, el desarrollo de sus capacidades, es decir, qué puede hacer, lograr o alcanzar, a través de su acceso a los bienes, influirá en su nivel de bienestar.

Toro (2013), por su parte, recomienda crear riqueza éticamente, es decir, producir bienes y servicios abundantes, que favorezcan la dignidad humana de todos los habitantes. Así, el autor encuentra, en esta idea, una opción para superar la pobreza, insertarse adecuadamente en los mercados globales y descubrir cómo cuidar y explotar el entorno ecológico. Paralelamente, hace explícita la necesidad de incorporar la ética a los procesos de desarrollo, entendiendo a la misma como “el arte de elegir lo que conviene a la vida digna de todos. Y entender por vida digna, hacer posibles los derechos humanos para todos” (Toro, 2001:7).

6.8 Depende de nosotros…58 De la educación

En relación al último apartado del primer capítulo, retomamos la cuarta revolución industrial y la Industria 4.0 para interpelar el rol del ser humano, en un mundo cada vez más inmerso en la inteligencia artificial. De esta manera, es nuestra intensión cerrar el libro debatiendo sobre algunas estrategias para desencadenar, de la mejor forma, la etapa que estamos transitando. En definitiva, este apartado aborda una proclamación, como dijimos, acerca del modo en que el ser humano debería moldear el futuro, de manera tal, que nos beneficie a todos.

Para empezar, damos cuenta que, desde el punto de vista de Schwab (2018), los modelos actuales de toma de decisiones y producción de riqueza son propios de las tres primeras revoluciones industriales. A raíz de ello, en el contexto de la cuarta revolución industrial, estos modelos resultan obsoletos para satisfacer las necesidades actuales y, más aún, las de las generaciones futuras. En otras palabras, el mercado se posiciona como un promotor “eficaz” en la creación de riqueza, pero no asegura que la ética y los valores sean transversales en los comportamientos individuales y colectivos. En consecuencia, coincidimos con Schwab (2018), en la necesidad de reestructurar los sistemas económicos, sociales y políticos, en virtud de capitalizar las oportunidades que se avecinan. Entonces, en un mundo en permanente cambio, cada vez más complejo e hiperconectado, la oportunidad de moldear el futuro, de modo tal que beneficie a toda la población, es ahora mismo.

Para ello, es fundamental que la sociedad logre incrementar los niveles de consciencia y comprensión, del paradigma actual. Asimismo, dejar de lado el pensamiento fragmentado, al momento de tomar decisiones. En términos de Schwab (2018), significa avanzar hacia estructuras colaborativas y flexibles, que tengan en cuenta a todos los sectores, de todos los lugares, dada la aparición de desafíos cada vez más interconectados.

Respecto a la visión de desarrollo, debemos situamos en los albores de la cuarta revolución industrial, ante un futuro inminente, pero fundamentalmente, con la capacidad de influirlo. No olvidemos, señala Schwab (2018), que es la primera vez en la historia que las actividades humanas impactan, de gran manera, en la formación de todos los sistemas de vida del planeta. Asimismo, el autor, cataloga de ingenuo un escenario donde el miedo y la incertidumbre, sobre la dirección que debemos tomar, nos paralice.

En ese sentido, la cooperación multilateral vuelve a surgir como una herramienta, para que la cuarta revolución industrial aborde y resuelva los problemas del mundo actual. Decimos vuelve porque, en “la posguerra”, hemos visto como la cooperación internacional formó parte de los discursos fundantes de la “era del desarrollo”. No obstante, en el contexto actual, la propuesta consiste en fomentar un futuro donde la gente esté primera, recordando que las nuevas tecnologías son, antes que nada, resultado de las personas y para las personas. Sin embargo, es necesaria cierta responsabilidad colectiva, afirma Schwab (2018), tendiente a moldear un escenario donde las innovaciones tecnológicas giren en torno al ser humano, sirvan al interés colectivo y su uso esté garantizado en miras de alcanzar un desarrollo más sostenible.

En cuanto a la dimensión humana, nos atañe saber que la cuarta revolución industrial es capaz de “robotizar” a la humanidad, modificando cuestiones como el trabajo, la comunidad, la familia y la identidad. Como advertimos, en el primer capítulo, Pérez (2016) afirma que un sesenta y cinco por ciento de los alumnos que hoy están en la educación primaria, trabajarán en empleos que no existen todavía. Entonces, a qué nos referimos con “depende de nosotros”, principalmente, a una serie de recomendaciones como la formación continua o la reconversión de los departamentos de recursos humanos.

Desde este enfoque, el horizonte se proyecta en torno a propuestas capaces de promover una ruptura, sustentadas por la aplicación de cuatro tipos de inteligencia, como indica Schwab (2018). Se trata de cómo entendemos y aplicamos nuestros conocimientos, es decir inteligencia contextual. Asimismo, de cómo procesamos e integramos nuestros pensamientos y sentimientos, y cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás, inteligencia emocional. En tercer lugar, inteligencia inspirada, es decir, cómo usamos un sentido de propósito individual y compartido, así como la confianza y otras virtudes para alcanzar un cambio y actuar en favor del bien común. Finalmente, cómo cultivamos y mantenemos nuestra salud y bienestar, así como la de aquellos que nos rodean, con el fin de estar en condiciones de aplicar la energía necesaria para la transformación individual y de los sistemas, se trata de la inteligencia física.

Desde estas recomendaciones, con las cuales coincidimos, Schwab (2018) es optimista respecto a la posibilidad que el escenario “4.0” sea aprovechado en virtud de fortalecer la conciencia colectiva, sin embargo, depende de todos asegurarnos que esto ocurra. Sobre este punto, dimensionamos los millones de trabajadores que, en los próximos años, serán afectados debido a la automatización de tareas y la desaparición de intermediarios.

Del mismo modo, nuevos empleos serán creados, según Pérez (2016), relacionados con las nuevas capacidades y habilidades digitales. Eventualmente, esto conducirá a la desaparición de millones de puestos de trabajo. Ahora bien, de los empleos afectados, la autora indica que se tratará, principalmente, de tareas de tipo administrativo, también de actividades productivas, manufactureras, de construcción y de extracción.

Para culminar, nos situamos en nuestro país, en clave de una propuesta de desarrollo humano integral, acorde a los nuevos escenarios. En ese sentido, creemos en la necesidad de mejorar el sistema educativo nacional, no obstante, con esto no nos referimos a restaurar el modelo, propuesto por grandes próceres de la educación argentina, como Sarmiento (1811-1888) y Avellaneda (1837-1885). Como vimos, el mundo está cambiando y el conocimiento fluye por otros canales, fundamentalmente virtuales, y allí radica la posibilidad del cambio. De este modo, las neurociencias revelan mayores conocimientos sobre los seres humanos, planteando una diversidad de inteligencias y habilidades que cuestionan el tipo de inteligencia que los sistemas tradicionales buscan estimular.

Consecuentemente, el paradigma educativo, asociado a la “estandarización”, se está desdibujando y, con él, los métodos. En ese contexto, las formas de enseñanza están cambiando y, lo más interesante, es que no hay certezas sobre cuál es mejor que otra. De lo que si tenemos certeza, es que los nuevos métodos de enseñanza están en competencia, buscando cuál es la mejor manera de llegar a las “habilidades del siglo XXI”. Estudiosos del tema, como Etchebarne (2018), afirman que los contenidos de las curricula tradicionales son obsoletos, “matan la curiosidad y el interés personal”. Sobre eso, es decir, el estímulo de la curiosidad y el interés de cada individuo, el autor considera que deben focalizarse las reformas de los sistemas educativos, como también, la manera en que se miden. En fin, un cambio en el modelo de educación “industrializado” resulta inminente, ya que se funda sobre variables obsoletas para los desafíos actuales.

CONSIDERACIONES FINALES

En primer lugar, es necesario aclarar que este libro refleja sólo una parte de los idearios del desarrollo, de las estrategias para alcanzarlos y de las teorías que apuntalan a tales estrategias. Sin embargo, consideramos que reseñar las transformaciones históricas del concepto, y presentar ciertas simplificaciones, resulta útil para empezar a comprender el concepto de desarrollo.

En ese sentido, el presente libro no buscó indagar, con profundidad, en el impacto que las “recetas modernas del desarrollo” tuvieron sobre los países del tercer mundo. Tampoco, en los motivos que condujeron a la periódica renovación del “mito prometeico”, impartida desde las instituciones formadoras del discurso hegemónico. Por lo cual, es posible pensar en futuras discusiones.

TROPEZAR CON LA MISMA PIEDRA…

Si debiéramos sintetizar los contenidos presentados, a lo largo de todo el texto, el recorrido histórico del concepto de desarrollo es un buen recurso para ello. Así, mediante los diferentes momentos, idearios y enfoques, repasados en el primer capítulo, obtenemos un pantallazo de algunos de los discursos más difundidos, sobre las teorías del desarrollo. En ese sentido, partimos desde la conformación del sistema mundo capitalista y avanzamos hasta la actualidad… “Llegamos a la cuarta revolución industrial y la Agenda 2030”.

Sobre esta revolución, o la llamada Industria 4.0, algunos se atreven a presentarla como “inclusiva y sostenible”. No obstante, muchos gobiernos y grandes corporaciones, que incluso trabajan juntos para llevar adelante este proceso, indican que se trata de una amenaza capaz de acrecentar la desigualdad y la exclusión. Como resultado, otra vez, la economía liberal nos advierte sobre la imposibilidad de acceder a un sistema más justo. En términos de sostenibilidad, la cuarta revolución industrial tampoco parece convencernos. Es decir, la Industria 4.0 y el crecimiento económico, en lo que respecta a la energía y los materiales, no resultan viables a largo plazo. De todos modos, en el hipotético caso que la revolución fuese posible, desde el punto de vista de la sostenibilidad, los beneficios del crecimiento no estarán disponibles para toda la población, más bien, sólo para aquellos países capaces de “transformarse con rapidez”. Claramente, no necesitamos que un experto en “futurología” nos cuente que la industrialización estará al servicio, una vez más, de las minorías elitistas que la impulsan. Desarrollo “de las cosas” resuena nuevamente… ¡Y con más fuerza aún! Puesto que, en nombre de una “economía limpia”, se está tratando de (re) instaurar modelos de modernización ecológica que no hacen más que profundizar la lógica mercantil.

En definitiva, argumentos los hay, y de sobra, para percibir que otra actualización del “mito prometeico” está recorriendo el mundo, sostenido por el mismo edificio teórico, institucional y conceptual que, mediante una promesa de paz y prosperidad, busca seguir manipulando a la sociedad. Mientras tanto, se procede en la ejecución de un “sofisticado” plan que asegure la continuidad de los privilegios, del actual sistema socioeconómico, y la explotación del Planeta Tierra.

LA SALIDA59

Más allá de mirar las teorías del desarrollo, desde una perspectiva introductoria, en algunos capítulos intentamos mostrar algún ejemplo, estrategia de aplicación o enfoque, en clave propositiva, para “salir” hacia un modelo de desarrollo más viable. Para concluir, antes de optar por una hoja de ruta que nos conduzca hacia ese modelo, es prudente considerar algunas cuestiones.

Siguiendo el recorrido histórico del concepto de desarrollo, sería ingenuo creer que el fracaso y las consecuencias, de la visión moderna, resultan ajenas a nosotros o que llegaron de manera inesperada. Como vimos, desde el primer momento, tenemos consciencia y somos responsables de la catástrofe a la que el modelo industrial, de crecimiento ilimitado, nos conduce. Sin embargo, poco hemos hecho para modificar el rumbo.

El refrán “depende de nosotros” nos interpela para liderar la transición, desde el modelo de crecimiento económico, hacia nuevas formas de organización social. Las cuales, estén orientadas hacia el fortalecimiento colectivo y a la posibilidad de convivir en base al cuidado de las personas y la naturaleza. En un escenario marcado por la creciente escases de los recursos naturales, no da igual que la sociedad tome partido respecto a las catástrofes que se avecinan o que, por el contrario, continúe indiferente. “Depende de nosotros” implica comprender que el tiempo, para adoptar un modelo de desarrollo deseable y sostenible, es cada vez menor. Para ello, en primer lugar, debemos dejar de lado la ficción del progreso sin límites. Como dice Max-Neef (2014), quienes crean que el crecimiento económico ilimitado puede continuar eternamente, en un planeta finito, “están locos o son economistas neoclásicos” … Otros, como Elon Musk, llegan hasta el paroxismo de la locura, proponiendo la colonización del Planeta Marte, antes que replantear el modelo de producción y acumulación, en el cual vivimos.

Desde esa perspectiva, la cuarta revolución industrial es llevada adelante por quienes piensan más en “bajarse del barco”, antes que en luchar por mejorar las condiciones de la tripulación. Conscientes de la necesidad de dar lugar a paradigmas alternativos “al desarrollo”, esta revolución “no es nuestra”.

Más bien, debemos orientar los esfuerzos en promover aquellos modos de organización que permitan satisfacer las necesidades, de las comunidades locales, al margen de la lógica industrial y del beneficio económico. Claramente, no existe un solo camino para materializar experiencias de este tipo, ni debemos cometer el descuido de “recomendar” un modelo único. Imperiosamente, debemos trabajar para contrarrestar las decisiones tomadas por cierta élite política y económica, sobre el destino de los seres humanos y el planeta, las cuales atentan contra la sostenibilidad de la vida.

En ese contexto, es probable que la economía social y solidaria, o los mercados sociales; la arquitectura bioclimática; la permacultura y la planificación urbana, basada en los sistemas de movilidad sostenible, se constituyan como elementos fundantes, al momento de pensar en alternativas capaces de satisfacer nuestras necesidades, en equilibrio con los límites de los ecosistemas. El desafío, consiste en convertir experiencias aisladas en verdaderas alternativas de alcance global, para lo cual, es preciso fomentar el apoyo social y aplicar las políticas necesarias.

Al mismo tiempo, contribuir a que propuestas como el desarrollo a escala humana logren trascender los límites académicos y se conviertan en verdaderos proyectos políticos que transformen nuestras realidades. También, que el Mensaje Ambiental de Perón y la Encíclica Laudato Sí sean considerados, desde su esencia, al momento de replantear los modos de desarrollo, para nuestras sociedades. En otros términos, instalar un modelo o alternativa, que conciba el factor humano y medioambiental como sus bases fundamentales. “Desarrollo de lo humano” pero, esta vez, logrando la mejor versión de cada uno de nosotros, respetando la diversidad de ideas, básicamente, promoviendo la tolerancia y la solidaridad para mitigar la pobreza, la degradación ambiental y la exclusión social. Asimismo, tal como expresa Svampa (2014), asumir el riesgo y avanzar en la conexión de las agendas locales, regionales, nacionales y globales para elaborar y poner en práctica un gran pacto ecosocial y económico, desde el sur, en clave nacional y latinoamericana, que se convierta en la bandera para combatir el pensamiento neoliberal. Con esto no nos referimos a una “propuesta verde”, sino, a la creación de agendas integrales que articulen la justicia social con la justicia ecológica, étnica y de género.

En fin, luego de repasar algunos modelos del desarrollo es posible percibir, con gran facilidad, que la economía no se ha comportado como una ciencia social, durante buena parte de nuestra historia. Como resultado, ocurre algo que Max-Neef (2014) sintetiza de modo brillante… “Sabemos mucho y comprendemos muy poco”. Sin lugar a dudas, debemos abandonar la manera “neoclásica” de concebir a la economía como una ciencia matemática, perfecta y ¡dogmática! Mas bien, necesitamos estimular nuestra capacidad para juzgar razonablemente la diversidad de creencias sobre el desarrollo y decidir, con acierto, la opción que represente, de la mejor manera, los intereses de la mayor parte de la población.

En ese caso, el sistema educativo deberá contribuir a enriquecer los procesos de reflexión y a diagramar las estrategias que contribuyan a mejorar los asuntos colectivos.

GLOSARIO

Desarrollo regional (Boisier, 2001):

El desarrollo regional consiste en un proceso de cambio estructural localizado (en un ámbito territorial denominado “región”) que se asocia a un permanente proceso de progreso de la propia región, de la comunidad o sociedad que habita en ella y de cada individuo miembro de tal comunidad y habitante de tal territorio. Obsérvese la complejidad de esta definición al combinar tres dimensiones: una dimensión espacial, una dimensión social y una dimensión individual. El “progreso” de la región debe entenderse como la transformación sistemática del territorio regional en un sujeto colectivo (cuestión que muchos, por razones ideológicas, discuten); el “progreso” de la comunidad debe entenderse como el proceso de fortalecimiento de la sociedad civil y el logro de una percepción de pertenencia regional y el “progreso” de cada individuo debe interpretarse como la remoción de toda clase de barreras que impiden a una persona determinada, miembro de la comunidad en cuestión y habitante de la región, alcanzar su plena realización como persona humana. No es el propósito en esta oportunidad entrar a un análisis más detallado del concepto de desarrollo regional, pero es inescapable señalar que el meollo de la cuestión reside en la definición de “región”. ¿Qué es una región? es una pregunta con varios siglos de edad y que ha motivado innumerables debates y publicaciones. No hay sino respuestas convencionales, desde aquellas que enfatizan los aspectos psico sociales, como por ejemplo lo hacía Hilhorst (1980) al preguntarse si acaso las regiones no eran sino construcciones mentales o como lo hace Hiernaux (1995) al sostener que la región es una articulación coherente de articulaciones sistémicas entre diversos grupos y cosmovisiones espacio-temporales, hasta las definiciones más tradicionales basadas en la geografía o en la economía. La posición de este autor, expresada en muchos textos, es que la región es un territorio organizado que contiene, en términos reales o en términos potenciales, los factores de su propio desarrollo, con total independencia de la escala. Así, podrán existir regiones grandes o pequeñas, de facto o de jure, con continuidad espacial o con discontinuidad en la virtualidad del mundo actual, pero con un atributo definitorio: la propia complejidad de un sistema abierto. Pero, entonces, ¿ en qué se diferencia el desarrollo regional del desarrollo local? Esta pregunta quedará pendiente por el momento.

Desarrollo descentralizado (Boisier, 2001):

La descentralización es una cuestión que se plantea con gran fuerza en América Latina desde los años setenta, al comienzo asociada al modelo neoliberal de política económica que acompañó al entronamiento de los gobiernos de facto y posteriormente, vinculada precisamente a la recuperación democrática que se instala definitivamente en todo el subcontinente a partir de Marzo de 1990. Como es claro, para poder servir a dos señores tan distintos, la descentralización, o es un fenómeno de alta complejidad o es una cuestión “difusa y confusa”, como este autor la caracterizó en alguna oportunidad. Hay algo de verdad en ambas lecturas. Es un proceso multidimensional complejo sin duda alguna y hay mucho de confusión y de error en la forma en que se le presenta y discute.

Pero no es este el momento de entrar de lleno en una discusión sobre el contenido del término descentralización. Hay una sobre abundancia de literatura bien conocida en el tema. Lo que interesa acá y en este momento es de un alcance más limitado: se trata de escudriñar un tanto en la relación entre desarrollo territorial y descentralización. Hay que decir para comenzar que descentralización es un concepto que se despliega en tres dimensiones: la funcional, la territorial, y la política. En cualquier caso, descentralizar siempre implica una redistribución de poder y normalmente significa crear instituciones que tienen como características básicas el contar con una personería jurídica independiente de otras figuras jurídicas (como el Estado), con recursos o presupuesto propio y con normas de funcionamiento propias. Por supuesto, que como es ya bien conocido, deslocalización y desconcentración son conceptos que se encuentran en la misma cadena argumental, pero al mismo tiempo son completamente distintos al de descentralización; el parecido lleva a confundirlos a veces, como sucedió en Chile durante largos años, particularmente en relación con la instalación del Parlamento en la ciudad de Valparaíso. La descentralización funcional lleva a la creación de organismos con las propiedades citadas en el párrafo anterior, pero con competencias restringidas a una determinada actividad o sector (como por ejemplo, un Banco Estatal Ganadero). La descentralización territorial también implica la creación o el reconocimiento de entidades con, nuevamente, las características señaladas, pero estando sus múltiples competencias restringidas a un ámbito geográfico determinado (como es el caso de los actuales Gobiernos Regionales en Chile). Finalmente, la descentralización política agrega el requisito de la generación del ente mediante elecciones políticas democráticas (libres, secretas e informadas) como sería el caso de los gobiernos autónomos de las comunidades españolas. Estas tres categorías o dimensiones “puras” de la descentralización pueden combinarse por pares para dar origen a formas mixtas y de entre ellas, la que interesa definitivamente a esta discusión es la descentralización política-territorial, es decir, el establecimiento de entes de gobierno para los territorios mediante su generación por votación popular. El desarrollo descentralizado supone la configuración del territorio en cuestión como un sujeto colectivo con capacidad para construir su propio futuro. Desde luego, no es el territorio como recorte geográfico el que puede operar como sujeto; sí lo es la comunidad que habita tal territorio en la medida en que ella misma se alimenta del regionalismo (regionalismo: un sentimiento de identificación y pertenencia a un territorio, que es permanente en el tiempo y que permite subsumir intereses particulares en un interés colectivo y que genera una cultura de características particulares, que unifica hacia adentro y separa y distingue hacia afuera) y en la medida en que es capaz de darse a sí misma un proyecto de futuro común consensuado para dar cabida a la diversidad. Como se sabe, la idea de un “sujeto colectivo territorial” produce pánico en el marxismo ortodoxo que ha cortado algunas ilustres cabezas por apoyar esta herejía, ya que tal sujeto, pluri -clasista por definición, desplazaría a la lucha de clases como motor del cambio social. Hay, finalmente, una clara intersección entre desarrollo endógeno y descentralizado, puesto que es el poder transferido y también creado a partir de la descentralización el que permite tomar decisiones en relación con opciones de desarrollo y el que permite la apropiación parcial del excedente a fin de realimentar el proceso de crecimiento in situ.

Desarrollo local (López, S/f.):

El desarrollo local hace referencia a un proceso de transformación, circunscripto a un determinado ámbito espacial, en todas las dimensiones involucradas en el concepto. Queremos destacar que no existen teorías del desarrollo local, sino teorías del desarrollo en las que lo local está destinado a jugar distintos papeles, si bien está en discusión si el desarrollo local alcanza el rango de un nuevo paradigma de desarrollo o es un nuevo modelo de desarrollo.

Según Augusto de Franco actualmente y en cierta forma todo desarrollo es local, ya que el concepto de local adquiere una connotación de algo socio-territorial que pasa a definirse como un ámbito comprendido por un proceso de desarrollo en curso (pensado, planeado, promovido o inducido). Normalmente cuando se habla de desarrollo local se hace referencia habitualmente a procesos de desarrollo que ocurren en espacios subnacionales (municipales o microregionales).

Según el mismo autor, otra definición del concepto de local es la inmersa en la idea de comunidad y sostiene al respecto que el desarrollo local “...cambia la generalización abstracta de una sociedad global configurada a semejanza o como soporte del Estado por las particularidades concretas de las múltiples minorías sociales orgánicas que pueden generar futuros alternativos para la colectividad y, sobre todo, anticipar tales futuros en experiencias presentes...”. En este sentido se dice que una comunidad se desarrolla cuando convierte en dinámicas sus potencialidades.

Alburquerque, al referirse al desarrollo económico local, lo define como “un proceso de transformación de la economía y la sociedad locales orientado a superar las dificultades y retos existentes, que busca mejorar las condiciones de vida de su población, mediante una actuación decidida y concertada entre los diferentes agentes socioeconómicos locales (públicos y privados), para el aprovechamiento más eficiente y sustentable de los recursos endógenos existentes, mediante el fomento de las capacidades de emprendimiento empresarial locales y la creación de un entorno innovador en el territorio”. 3

Sergio Boisier lo define como un proceso localizado de cambio social sostenido que tiene como finalidad última el progreso permanente de la región, de la comunidad regional como un todo y de cada individuo residente en ella. 4

El concepto de desarrollo hace referencia al impulso de un proceso de cambio socioeconómico y cultural cuyo atributo básico es la integralidad (Cravacuore, D; 2003).

Seguramente existen otras muchas definiciones de lo qué es el desarrollo local. Las transcriptas en este ensayo tienen el sentido de enfatizar los aspectos comunes que los autores señalan deben estar presentes para hablar de desarrollo local.

En realidad, el descubrimiento de lo local, tiene que ver la aparición de distintos estudios y el interés creciente que adquirió el “desarrollo desde abajo”, en contraposición con el paradigma de desarrollo desde arriba que impulsó la escuela de la Modernización. Todo ello a partir de los trabajos acerca de la Tercera Italia donde aparecían emergiendo ciudades y regiones que se incorporaban al mercado mundial a través de una forma específica de industria que mucho tenía que ver con las características culturales, sociales e institucionales de las ciudades o regiones en que estas experiencias se daban.

Es entonces que, extrapolando estas experiencias exitosas, proliferaron las iniciativas locales como intento para aportar soluciones a los grandes problemas que afectaban a zonas industriales tanto como a zonas rurales. Ante la ineficacia de las políticas macroeconómicas para solucionar problemas de desempleo y sus consecuencias sociales, las comunidades locales comienzan a actuar intentando resolver los problemas que las afectan, al tiempo que reclaman la descentralización del aparato político administrativo para poder hacer frente a las demandas sociales y un mayor espacio de actuación.

Lo local se asocia al contexto institucional de base, al ámbito de experiencia, relaciones e identidad para los individuos, siendo un ámbito específico de referencia para la acción social. “Un territorio con determinados límites es sociedad local cuando es portador de una identidad colectiva expresada en valores y normas interiorizados por sus miembros y cuando conforma un sistema de relaciones de poder constituido en torno a procesos locales de generación de riqueza. Dicho de otra forma, una sociedad local es un sistema de acción sobre un territorio limitado, capaz de producir valores comunes y bienes localmente gestionados”.5

En la época de vigencia de las teorías evolucionistas o las escuelas de la modernización, con un paradigma de desarrollo “desde arriba”, lo local gozó de bajo nivel de legitimidad.

Hoy recupera su protagonismo pero también y en otro extremo, se da a la iniciativa local una importancia desmesurada; es presentado como la “solución a todos los problemas”. Existen discursos acerca de un desarrollo local factible y sostenible a pesar de las fuerzas económicas globales. No siempre lo local es portador de apertura, de innovación; muchas veces lo local puede actuar como un obstáculo para el desarrollo.

Tampoco hay que olvidar que el desarrollo local está condicionado por el entorno externo. Este entorno, más o menos favorable al mismo, se constituye en un marco de referencia insoslayable y respecto del cual poco se puede hacer.

- Algunos aspectos característicos de los procesos de desarrollo local

Siguiendo a Silva Lira (Silva Lira; 2003), algunos de los aspectos característicos de los procesos de desarrollo local son los que se enuncian a continuación:

  1. a) Son procesos de naturaleza endógena: Emergen desde adentro en la medida en que existen, están desarrolladas o se pueden desarrollar las capacidades que permiten su surgimiento como respuesta a la situación actual. Se trata de procesos que se impulsan conscientemente, en los cuales la presencia de algún actor local ha sido relevante para su impulso y activación del potencial de recursos.

  2. b) Basan su estrategia en una solidaridad con el territorio.

    Esto, mediante la afirmación de la identidad cultural como medio para lograr una imagen diferenciada y atractiva que signifique la activación o reactivación de un proceso de desarrollo. Es esencial entender la importancia del territorio y su gente.

    La primera especificidad del desarrollo local respecto de otros modelos de desarrollo se refiere a su ámbito de aplicación espacial. Si bien el término “local” es ambiguo, se debe entender como espacio de dimensión institucional o sociocultural; no es una mera demarcación administrativa, sino un espacio geográfico con unas características similares que se traducen en una problemática socioeconómica común.

  3. c) Responden a una voluntad de gestión partenarial o asociativa entre representantes públicos y privados.

    No es posible desarrollarse aisladamente: no el sector público solo o el privado por su cuenta. Se trata de ver como consensuar una imagen objetivo común de lo que debe ser un proceso de desarrollo a corto, mediano o largo plazo, detrás del cual se encolumnen los esfuerzos. Los procesos de desarrollo endógeno afectan a todos los niveles de la vida; es acertado y necesario involucrar en el proyecto a toda la sociedad civil, para que el proyecto tenga mayor legitimidad.

  4. d) Liderazgo y animación del proceso

    Dinamizar y dirigir a los actores socioeconómicos es fundamental para el surgimiento de iniciativas y su integración dentro de unos objetivos estratégicos y para motivar a la población para que participe en el proceso. La labor de liderazgo requiere algún tipo de soporte político o institucional que generalmente tienen las instituciones gubernamentales, aunque ello no implica que sean sólo ellas las adecuadas, ya que existen varios agentes de desarrollo local (empresarios, líderes sindicales, universidades, etc.) que pueden tomar la iniciativa.

  5. e) La originalidad de las experiencias locales consiste en que permiten recoger y estimular todos los elementos endógenos dinámicos desde una perspectiva integral.

    Esto quiere decir que debe incluir los recursos humanos, físicos y financieros locales y también los externos para realizar nuevos proyectos; esto se traduce en estructuras que valorizan las estrategias de los actores y la solidaridad entre éstos. Se trata, además, de mantener una permanente actitud de diagnóstico, control y seguimiento de lo que está haciendo y de lo que se puede hacer.

  6. f) Difícilmente encajables en modelos o estructuras de gestión muy rígidas o cerradas.

    La naturaleza endógena y espontánea de las iniciativas demandan una postura de flexibilidad y de creatividad para superar con éxito los desafíos.

  7. g) Acciones que se pueden emprender y que se transforman en características específicas de estos procesos.

Son muchas las acciones que se pueden emprender para la consecución del desarrollo local. Depende de las características de cada localidad el determinar las acciones que impulsen el proceso de desarrollo de acuerdo a los lineamientos u objetivos estratégicos de desarrollo que se hayan planteado.

Desarrollo territorial (Boisier, 2001):

La más amplia acepción de desarrollo (desde el punto de vista del tema central de este documento) es la de desarrollo territorial. Acá …se trata de un concepto asociado a la idea de contenedor y no a la idea de contenido. Territorio es todo recorte de la superficie terrestre, pero no cualquier territorio interesa desde el punto de vista del desarrollo.

Como recorte de la superficie terrestre el territorio puede mostrar a lo menos tres características de complejidad creciente. Se habla de “territorio natural” para hacer referencia precisamente a un tipo de recorte primario en el cual sólo es posible reconocer los elementos de la naturaleza, sin que medie aún penetración ni menos, intervención humana. Se trata de lugares vírgenes en el lenguaje habitual. En seguida puede reconocerse un tipo de “territorio equipado” o intervenido, en el cual el hombre ya ha instalado sistemas (por precarios que sean) de transporte, obras de equipamiento (como represas, por ejemplo) y aún actividades productivas extractivas (campamentos mineros, por ejemplo). Finalmente se habla de “territorio organizado” para denotar la existencia de actividades de mayor complejidad, de sistemas de asentamientos humanos, de redes de transporte, pero sobre todo, de la existencia de una comunidad que se reconoce y que tiene como auto referencia primaria el propio territorio y que está regulada mediante un dispositivo político-administrativo que define las competencias de ese territorio y su ubicación y papel en el ordenamiento jurídico nacional, es decir, un territorio organizado tiene una estructura de administración y, en algunos casos, también de gobierno. Estos territorios pasan a ser sujetos de intervenciones promotoras del desarrollo. Así es que la expresión “desarrollo territorial” se refiere a la escala geográfica de un proceso y no a su sustancia. Es una escala continua en la que es posible reconocer los siguientes “cortes”: mundo, continente, país, región, estado o provincia o departamento, comuna, y en ciertos casos, “veredas”, “corregimientos” u otras categorías menores. El término “ingeniería de las intervenciones territoriales” acuñado en el ILPES en los años noventa, no hace distinción alguna entre territorios ya que pretende incluirlos a todos y a cada uno. Hay que recordar en este contexto que el término “país” originalmente no estaba asociado al concepto de Estado-Nación, sino más bien a “lugares” pequeños de características específicas portadoras de una gran identidad. Pays y paysan en francés y paese y paesano en italiano son todavía gentilicios que aluden al “campo”, a lo campesino y a lo “lugareño”, a territorios de pequeña escala.

Desarrollo endógeno (Boisier, 2001):

Casi tan popular como la idea de desarrollo “local” es ahora la idea de desarrollo “endógeno”. Y también es una idea casi tan confusa como el concepto anterior. El concepto de desarrollo endógeno nace como reacción al pensamiento y a la práctica dominante en materia de desarrollo territorial en las décadas de los 50 y 60, pensamiento y práctica enmarcados en el paradigma industrial fordista y en la difusión “del centro-abajo” de las innovaciones y de los impulsos de cambio.

Sin embargo, en las últimas décadas, una nueva acepción de desarrollo “endógeno” aparece de la mano del concepto de crecimiento endógeno, propio de los nuevos modelos de crecimiento económico global o agregado que hacen de la innovación tecnológica un fenómeno interno a la propia función de producción, como en Lucas y en Romer, dejando en el pasado la concepción neoclásica del “factor residual” de Solow, como lo muestra Vázquez-Barquero (1977). Esto ha introducido una considerable confusión puesto que los calificativos de “exógeno” y “endógeno” juegan un papel muy diferente a medida en que se desciende en la escala territorial. Boisier (1997) ha mostrado que en el contexto de la globalización (y de alta movilidad espacial del capital) el crecimiento territorial es más y más exógeno (como regla general) a medida que el recorte territorial es más y más pequeño debido a que la matriz de agentes que controlan los actuales factores de crecimiento (acumulación de capital, acumulación de conocimiento, capital humano, política económica global, demanda externa) tiende a separarse más y más de la matriz social de agentes locales, siendo los primeros en su mayoría agentes residentes fuera del territorio en cuestión. Por el contrario, sostiene el mismo autor, el desarrollo debe ser considerado como más y más endógeno, debido a su estrecha asociación con la cultura local y con los valores que ella incluye. Si el desarrollo es un fenómeno de un alto contenido axiológico, algunos valores son universales (el valor de la vida, o el de la libertad, por ejemplo), pero la mayoría tienen un carácter particular a la sociedad local. Cuadrado-Roura (1995) recuerda que el cambio en el balance de “movilidad y de inmovilidad” producido en los factores productivos desde los años 70 motivaron diversos trabajos que definieron los cuatro elementos que se consideraban responsables del éxito de ciertas economías locales: el talento empresarial, un sistema productivo flexible, economías generadas en los distritos industriales y la existencia de algún agente “individual o colectivo” capaz de actuar como catalizador para movilizar el potencial “autóctono”. Es así como las primeras teorías que consideraban dichos elementos como auténticas causas de desarrollo local surgieron en Italia durante la segunda mitad de la década de los setenta de manera tal que el “desarrollo endógeno” tiene un profundo “aire itálico” debido a su asociación con nombres como los de Bagnasco, Becattini, Brusco, Garofoli, Fuá y otros. Garofoli (1995), uno de los más notables exponentes del “nuevo regionalismo” europeo define el desarrollo endógeno de la manera siguiente:

“Desarrollo endógeno significa, en efecto, la capacidad para transformar el sistema socioeconómico; la habilidad para reaccionar a los desafíos externos; la promoción de aprendizaje social; y la habilidad para introducir formas específicas de regulación social a nivel local que favorecen el desarrollo de las características anteriores. Desarrollo endógeno es, en otras palabras, la habilidad para innovar a nivel local”.

Una figura tan señera de la teoría regional como John Friedmann respaldaba desde antes (1989) definiciones como la de Garafoli diciendo que:

“Only cultural regions have the capacity to develop ‘from within’, because only they have a collective sense of who they are, and because their presence in the world makes a difference”.

Conviene recordar que a pesar de la enorme influencia intelectual de Friedmann y a pesar de su prolífica producción, el concepto explícito de “desarrollo endógeno” no pertenece a su vocabulario, si bien no caben dudas de su vocación “territorial/local”, como de una manera tan expresa se plantea en su concepción de “distritos agropolitanos”. Aunque sin emplear el término preciso de “desarrollo endógeno”, tampoco cabe duda alguna que la propuesta de Stöhr y Todtling (1997) conocida como la estrategia de cerramiento espacial selectivo se ubica plenamente dentro de la idea de desarrollo endógeno.

El “cerramiento espacial selectivo”, lejos de cualquier autarquía según sus propios autores, propone un conjunto de políticas que permitirían canalizar los ampliamente conocidos e incontrolados efectos de drenaje (backwash) de carácter económico, social y político a fin de facilitar una mayor equidad espacial en las condiciones de vida. Tales políticas presuponen varios requisitos: a) la ampliación de las políticas espaciales más allá de la economía para considerar explícitamente los procesos sociales y políticos; b) la reformulación del concepto negativo de fricción de distancia a uno positivo ligado a la estructura de un sistema decisional espacialmente desagregado; c) una mayor atención a las actividades no mercantiles y no institucionales y a los requerimientos de la pequeña escala humana y de las relaciones con el medio; d) un cambio en los poderes decisionales desde las actuales unidades sectoriales (verticales) a unidades territoriales (horizontales). Los autores finalmente proponen varias medidas generales para aumentar el cerramiento espacial selectivo desde el lado de la oferta así como desde el lado de la demanda. Buscando nuevamente en Vázquez-Barquero (1997) definiciones más rigurosas del desarrollo endógeno se encuentran un par de opiniones del mayor interés. En primer lugar, afirma que las teorías del desarrollo endógeno se diferencian de los modelos de crecimiento endógeno en el tratamiento que dan a la cuestión de la convergencia. Consideran que en los procesos de desarrollo económico lo verdaderamente importante es identificar los mecanismos y los factores que favorecen los procesos de crecimiento y cambio estructural y no si existe convergencia entre las economías regionales o locales. Y agrega que las teorías del desarrollo endógeno sostienen que la competitividad de los territorios se debe, en buena medida, a la flexibilidad de la organización de la producción, a la capacidad de integrar, de forma flexible, los recursos de las empresas y del territorio. Según este autor, el desarrollo endógeno obedecería a la formación de un proceso emprendedor e innovador, en que el territorio no es un receptor pasivo de las estrategias de las grandes empresas y de las organizaciones externas, sino que tiene una estrategia propia que le permite incidir en la dinámica económica local. Más preciso es Boisier (1993) quien sostiene que:

“La endogeneidad del desarrollo regional habría que entenderla como un fenómeno que se presenta en por lo menos cuatro planos que se cortan, se cruzan entre sí.

Primero, la endogeneidad se refiere o se manifiesta en el plano político, en el cual se le identifica como una creciente capacidad regional para tomar las decisiones relevantes en relación a diferentes opciones de desarrollo, diferentes estilos de desarrollo, y en relación al uso de los instrumentos correspondientes, o sea, la capacidad de diseñar y ejecutar políticas de desarrollo, y sobre todo, la capacidad de negociar. En segundo lugar, la endogeneidad se manifiesta en el plano económico, y se refiere en este caso a la apropiación y reinversión regional de parte del excedente a fin de diversificar la economía regional, dándole al mismo tiempo una base permanente de sustentación en el largo plazo...En tercer lugar, la endogeneidad es también interpretada en el plano científico y tecnológico, es decir, la vemos como la capacidad interna de un sistema –en este de un territorio organizado—para generar sus propios impulsos tecnológicos de cambio, capaces de provocar modificaciones cualitativas en el sistema. En cuarto lugar, la endogeneidad se plantea en el plano de la cultura, como una suerte de matriz generadora de la identidad socioterritorial”. (Itálicas en el original). De esta manera, según el autor, se va generando un escenario que es ocupado por una variedad de actores públicos y privados de cuya interacción surge la sinergia necesaria. Cuando se piensa en profundidad en la esencia del desarrollo endógeno, viene a la memoria algo que estuvo de moda en todo el mundo hace unos pocos años: aquellos coloridos cuadros formados por una infinidad de puntos de distintos colores que había que mirar de una cierta manera para “ver” como emergía de ese conjunto una figura. En cierto sentido, era necesario ensayar una mirada “holística y sistémica” para descubrir aquello oculto a primera vista, oculto precisamente a una visión analítica (cartesiana) que ve partes y no ve el todo. Este ejemplo ilustra lo que se denomina en análisis de sistemas como propiedades emergentes del sistema (una emergencia sistémica). Pues bien, el desarrollo endógeno puede ser entendido como una propiedad emergente de un sistema territorial que posee un elevado stock de capitales intangibles y sinérgico, siguiendo la última propuesta de Boisier (1999; op.cit.) sobre este concepto. En otras palabras, el desarrollo endógeno se produce como resultado de un fuerte proceso de articulación de actores locales y de variadas formas de capital intangible, en el marco preferente de un proyecto político colectivo de desarrollo del territorio en cuestión. Todo proceso de desarrollo endógeno se vincula al desarrollo local de una manera asimétrica: el desarrollo local es siempre un desarrollo endógeno, pero éste puede encontrarse en escalas supra locales, como la escala regional por ejemplo.

Desarrollo de abajo-arriba (Boisier, 2001):

Otro concepto usado con frecuencia en la literatura es el “desarrollo desde abajo” o “de abajo-arriba” (bottom-up) en contraposición con la corriente dominante desde los cincuenta entronizada en el paradigma de “desarrollo del centro-abajo”.

Stöhr y Taylor (1981) prácticamente dijeron, ellos mismos o sus colaboradores en el libro, todo lo que era aparentemente posible decir acerca de esta propuesta paradigmática. El punto de partida de esta propuesta es el reconocimiento del escaso éxito de las formas consideradas “adecuadas” en la transmisión de innovaciones (tanto tecnológicas como económicas y culturales) basadas en los canales interfirmas propios del insumo-producto, en los canales intra firma propios del modelo organizacional casa matriz/filial y en los canales inter urbanos implícitos en el ordenamiento del sistema de centros urbanos (la regla “rango tamaño” como ordenamiento paretiano óptimo). Cada tipo de canal definía al mismo tiempo un campo de política pública: globales, sectoriales y “espaciales”. Esto es lo que lleva a Stöhr y Taylor a afirmar que: “The available evidence as quoted above indicates that traditional spatial development policies (predominantly of the centre-down-and-outward type) in most cases have not been able—at least within a socially or politically tolerable time-span—to improve or even stabilize living levels in the lest- developed areas of the Third World countries. Alternative spatial development strategies therefore should be urgently considered...Development “from below” needs to be closely related to specific socio-cultural, historical and institutional conditions of the country and regions concerned.[...].The guiding principle is that development of territorial units should be primarily based on full mobilization of their natural, human and institutional resources”.

En este contexto los autores definen los siguientes elementos como componentes esenciales de estrategias de desarrollo “desde abajo”: 1) El establecimiento de un amplio acceso a la tierra y a otros recursos naturales del territorio, como factores claves de producción en la mayoría de las áreas menos desarrolladas en el mundo; 2) La introducción de nuevas estructuras decisionales organizadas territorialmente (o el restablecimiento de antiguas estructuras) para garantizar la equidad en la comunidad; 3) La concesión de un nivel más elevado de auto-determinación a las áreas rurales así como a otras áreas periféricas para generar una institucionalidad propia; 4) La elección de una tecnología “regionalmente adecuada” orientada a economizar recursos escasos y a maximizar el uso de los recursos abundantes; 5) Prioridad a los proyectos que satisfacen necesidades básicas de la población; 6) Introducción de políticas de precios nacionales que favorezcan los términos de intercambio de las regiones periféricas; 7) Ayuda externa admisible como compensación de los efectos de erosión causada por dependencias previas; 8) El desarrollo de actividades productivas que excedan la demanda regional sólo si ellas conducen a una amplia mejoría en las condiciones de vida de la población. 9) Reestructuración de los sistemas de transporte y del sistema urbano para mejorar y hacer más equitativo el acceso de la población en todo el territorio; 10) Mejoramiento del transporte y de las comunicaciones rural-rural y rural-aldea, 11) Estructuras sociales igualitarias y una conciencia colectiva son, a juicio de los autores, elementos importantes para una estrategia “de abajo-arriba”.

Como suele suceder, a veces la buena intención termina por generar proposiciones demasiado ambiciosas, si no en contenido, en alcance, y ello conspira en su contra. La propuesta estratégica “de abajo arriba y hacia adentro” tiene un gran valor intrínseco y se inserta plenamente en el contexto del desarrollo local endógeno. Sin embargo, posiblemente Stöhr y Taylor pecaron de optimistas al suponer un franco declinio en las formas “modernas” de transmisión de innovaciones, puesto que, al contrario de lo que podría haberse supuesto, la globalización ha significado un marcado incremento en la importancia de la transmisión intra firma al acentuar tanto la segmentación geográfica de un mismo proceso productivo (dando origen a una red de establecimientos) como la fusión de grandes conglomerados internacionales (como por ejemplo, la reciente compra de la Volvo por parte de la Ford) y la revolución científica y tecnológica, parte integrante de la misma globalización, ha significado una densificación de las relaciones de insumo-producto o sea, de la transmisión de innovaciones inter firmas, en parte debido a la subcontratación. Paralelamente, la agudización de los fenómenos de metropolización, en algunos casos, o de crecimiento muy irregular de los sistemas urbanos, parcialmente debido a la diferente capacidad de adaptación de las ciudades al nuevo entorno (falta de desarrollo local) ha significado una menor importancia de los mecanismos interurbanos de transmisión de innovaciones. Así, la propuesta de desarrollo “de abajo arriba” no encontró un escenario adecuado para su propio desarrollo como alternativa.

Conceptos varios proporcionados por López (S/f.):

Por ejemplo, se habla de “desarrollo humano”, noción propiciada por el PNUD y que mide a través del Índice de Desarrollo Humano (IDH) los adelantos medios de un país en tres aspectos básicos del desarrollo humano: - una vida larga y saludable, medida por la esperanza de vida al nacer - conocimientos, medido por la tasa de alfabetización de adultos y la combinación de matriculación primaria, secundaria y terciaria. - Un nivel de vida decoroso, medido por el PBI per cápita. También comienza a hacerse referencia al “desarrollo sostenible”, como aquel desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias. Es un concepto que, dando cuenta sobre todo de los daños ambientales generados por el modo de desarrollo prevaleciente, busca que los modelos de crecimiento económico preserven el equilibrio intergeneracional en el uso y aprovechamiento de los recursos. En este sentido el desarrollo sostenible se apoya en el reconocimiento de la función que cumplen el medio ambiente y los recursos naturales como base de sustentación material, ecosistémica, ambiental y energética de los procesos económicos, siendo la gestión ambiental una dimensión esencial para el desarrollo sostenible.

Otro aspecto que se añade a la noción de desarrollo y que está íntimamente ligado al desarrollo endógeno, tiene que ver con la existencia de capital social. Capital social refiere a las “instituciones, relaciones y normas que conforman la calidad y cantidad de las interacciones sociales de una sociedad”. Muchos estudios demuestran que la cohesión social es un factor crítico tanto para la prosperidad económica, como para que el desarrollo sea sostenible.

Hay quienes ponen énfasis en la “dimensión institucional del desarrollo”. Las instituciones -las reglas de juego formales e informales que pautan la interacción entre los individuos y las organizaciones- son el marco de constricciones e incentivos en que se produce la interacción social y que se corresponden con determinadas correlaciones o equilibrios de poder y viven y se apoyan en modelos mentales, valorativos y actitudinales. Existen autores como Douglas North que explican la distinta trayectoria de desarrollo de los países en función del marco institucional en que han operado.

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NOTAS

1 Los hechos presentados no representan una descripción exhaustiva de la historia social, moderna y contemporánea, son una selección y un recorte de aquellos momentos y sucesos que suelen ser retomados en otros espacios curriculares. En ese sentido, invitamos a completar y a ampliar el recorrido propuesto, a los fines de alimentar una perspectiva más acabada de la historia de las teorías del desarrollo.

2 O la “tercer fase de dominación”, luego del colonialismo e imperialismo.

3 Por no decir estigmatizadas.

4 O bien…No se buscan estrategias de desarrollo, si no, alternativas “al” desarrollo.

5 Eran objetivos de desarrollo para los países en desarrollo, una agenda de lucha contra la pobreza, ejecutada por medio de la cooperación internacional. Se entendieron como objetivos de desarrollo no interrelacionados y no se tuvieron en cuenta la situación de partida de cada país, de cada territorio, ni sus capacidades, prioridades o recursos para alcanzar las metas propuestas.

6 En el capítulo 5, retomamos esta interpelación a los ODS, desde la crítica de Rivero Cuadrado (2018).

7 Las reuniones del FSM no tienen un carácter deliberativo. Es decir, nadie está autorizado a manifestar, en nombre del Foro y en cualquiera de sus encuentros, posiciones que fueran atribuidas a todos sus participantes. También es válido aclarar que el FSM cuenta con una estructura compuesta por un comité organizador (de cada evento anual), un consejo internacional (de carácter deliberativo: es permanente, no representativo y estratégico) y una secretaría (de carácter administrativo).

8 Cuando Escobar (2005) se pregunta si la globalización constituye la última etapa de la modernidad capitalista o es el comienzo de “algo nuevo” interpreta, desde la vertiente social, al FSM como un espacio para pensar “fuera de los paradigmas establecidos”. En síntesis, el autor da cuenta de un “posmodernismo oposicional” que pretende, dada la crisis mundial actual, alcanzar condiciones para sobreponernos a los problemas, más allá de la modernidad. En ese contexto, también habla de “desarrollos alternativos” a través de conceptualizaciones propias de algunos procesos de “postdesarrollo”, por ejemplo, el Proceso de Comunidades Negras del Pacífico Sur colombiano, que realiza una forma de “contra-labor”. Es decir, lleva adelante una propuesta “híbrida” que incorpora “creativamente” conocimientos y prácticas modernas (evolucionistas) y locales (historicistas). Si bien coincidimos con los pensadores del postdesarrollo, Santos (en Escobar 2005), admite que las condiciones sociales necesarias para instaurar “nuevas visiones alternativas”, hasta el momento, no se han dado. Básicamente, considerando la nueva cara del imperio global y un creciente “fascismo social”. De todos modos, invitamos al lector a profundizar sus estudios sobre estas corrientes ya que, por cuestiones prácticas, no forman parte de nuestro recorrido histórico del concepto de desarrollo.

9 El mgter. Gustavo Zilocchi ha sido el principal precursor en la apertura de la Licenciatura en Desarrollo Local-Regional en la UNVM.

10 Ver glosario en capítulo 3.

11 Verticalidad, jerarquía, sectorialización, descompromiso.

12 Trabajo en equipos, formación de los recursos humanos, horizontalidad, flexibilidad, implicación del personal, incentivos. Articulación regional con otros municipios.

13 En el capítulo 6, ampliamos este concepto, incluso, contextualizamos las instituciones no solo como mecanismos para aumentar el margen de maniobra del Estado, si no también, en su impacto sobre los procesos de desarrollo.

14 Ver en el glosario el concepto de desarrollo regional.

15 Claro que, sujetos a lógica globalizante, un municipio, sea cual sea su escala, constituye un espacio local mirado desde un país, desde un continente o desde cualquier parte del mundo y no, únicamente, desde el contexto inmediato, en donde está inmerso.

16 Por más “tímida” que esta haya sido.

17 Producto de incrementos en las recaudaciones, mediante el aumento de tributos.

18 La capacidad organizativa y de articulación público-privada, la innovación de las empresas e instituciones locales.

19 Donde los impulsos exógenos se incorporan a un territorio que mayor provecho obtendrá cuanto más organizado se encuentre, con una estructura de relaciones establecidas y consolidadas.

20 Entendidos como la manera en que se han dado los procesos de descentralización o…desconcentración, es decir, un desfasaje entre funciones y recursos, que se tornó estructural, tal como vimos en el capítulo anterior. También, implica los impactos que la globalización supone para muchas localidades.

21 Cuando su reproducción, como vimos en el apartado anterior, se da, predominantemente, dentro del ámbito local.

22 En este sentido, es importante diseñar la profesionalización de los agentes teniendo en cuenta los contenidos teóricos y metodológicos necesarios para poder organizar la curricula de un programa de formación que tenga en cuenta todos los procesos complejos que se producen en el territorio y que demandan por lo tanto nuevas estrategias de conocimiento y acción.

23 Ya que el trabajo de este perfil profesional es de tipo generalista, no está atado a una disciplina en especial y debe alimentarse de distintos aspectos multidisciplinarios.

24 Un actor es como un jugador de ajedrez que tiene que jugar con muchas piezas ligadas entre sí por cintas elásticas, de modo que es imposible mover una sola figura. Además, sus figuras, y las de su rival, se mueven por sí mismas, siguiendo reglas que no conoce exactamente o sobre las cuales tiene falsas suposiciones...Y para colmo una parte de sus figuras y de las de su rival se encuentran en una zona de niebla y no son reconocibles, o apenas si lo son. (Dietrich, 2009: 129)

25 Y…multidisciplinaria a través de la cual se definen los objetivos de desarrollo de una comunidad, a raíz de un diagnóstico amplio en función sus recursos (materiales e inmateriales) y de las características particulares internas (fortalezas, debilidades) y del contexto externo (oportunidades y amenazas (Güell, 2007).

26 Desde la óptica de Cravacuore (2017), desarrollada en el último apartado del capítulo anterior, el esquema de retenciones puso a disposición, del Gobierno Federal, cuantiosos recursos que se utilizaron “con discrecionalidad”. De todos modos, nuestro interés consiste en comprender el carácter estructural que pueden tomar este tipo de medidas, y su impacto sobre las realidades locales, fundamentalmente, en regiones como la pampa húmeda. En ese marco, resulta imperioso desarrollar iniciativas para mitigar los efectos negativos y dinamizar los positivos.

27 Esto se transforma en la piedra angular del proceso, ya que se parte de la motivación individual y grupal de los propios actores y se generan beneficios colectivos, mediante la creación de nuevos puestos de trabajo, mayores niveles de reinversión y aumento de la productividad lo que redunda, en definitiva, en el aumento del nivel de competitividad territorial (Pérez Campanelli, 2016).

28 Ver, en el capítulo 6, a Bernazza (2015) cuando, en el primer indicador que propone para medir las capacidades estatales, se refiere a “distinguir un plan, del documento del plan”. Principalmente, habla de la acción, o discurso en acción, y que el “documento anillado” o plan estratégico, es producto de una planificación desactualizada y normativa de los años 60. En definitiva, plantea que no hace falta un “gran libro”, más bien, proyectos inferidos a través de la acción.

29 Introducción a la economía y economía política y territorio.

30 “Ciencia que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas”.

31 Para Orgulloso Martínez (2004), algunos también incluyen a Carl Marx, en la medida en que este toma, de los “clásicos”, las bases de su teoría del valor basada en el trabajo, y en el estudio sobre el funcionamiento y la naturaleza del capitalismo de la época. Del mismo modo, dado que, en nuestros espacios curriculares, Orgulloso Martínez (2004) integra la bibliografía obligatoria sobre este tema, respetamos el recorrido temporal y de autores que este propone.

32 El autor se refiere a, por ejemplo, W.S Jevons, L. Walras, J. Bentham, etc.

33 Desde las cuales cuentan con fácil acceso a las vías marítimas, para la exportación de sus productos, y la relativa cercanía entre ellos, en favor de las corrientes de capitales.

34 La Carta Encíclica “Laudato Si’: sobre el cuidado de la casa común” del papa Francisco es el documento magisterial con mayor aceptación en la historia.

35 Superficie ecológicamente productiva de la tierra que necesitamos para respaldar nuestra demanda de recursos y absorber nuestros desechos.

36 Según la perspectiva de la huella ecológica, cada persona no debería “consumir” más de 1.8 hectáreas.

37 En el presente apartado, como también, en el siguiente.

38 O cumbre de la tierra.

39 El antecedente más importante es la Ley de Protección Ambiental de Suecia (1969), legislación pionera en Europa en materia de Evaluación de Impacto Ambiental (EIA).

40 La publicación de “La Primavera Silenciosa” (1962) de la bióloga estadounidense Rachel Carson.

41 World Wildlife Fund (Suiza, 1961), Amigos de la Tierra (Estados Unidos, 1969), Survival International (Inglaterra, 1969) y Greenpeace (Canadá, 1971).

42 Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES) de la Universidad Central de Venezuela, así como los equipos técnicos que colaboraron en la elaboración del Plan INCA de Perú.

43 La recepción de este Informe, en América Latina, fue interpretada como una propuesta neomalthusiana, orientada a detener el desarrollo autónomo de los países del tercer mundo.

44 Desde estos aportes, notamos grandes coincidencias con los postulados, fundamentalmente el quinto, de Max-Neef (2014), presentados en el apartado anterior.

45 Incluso, y como mencionamos desde el argumento de Svampa (2014), los principios jurídicos, como otro de los hitos importantes referidos a la cuestión ambiental, tampoco lograron escapar de la filosofía moderna y positivista, que considera a la naturaleza como un objeto de conocimiento y dominación. Es decir, el entorno natural es visto como la sumatoria de partes ignorando una visión totalizadora. Para la autora, el Derecho ambiental se pierde en cuestiones analíticas, ya que apunta a proteger, de modo particionado, al agua, el aire, los glaciares y los bosques nativos, sin alcanzar un abordaje holístico del ecosistema. En consecuencia, los principios jurídicos ambientales resultan débiles respecto a las consecuencias de los modelos extractivistas que expresan el “desarrollo” en los países periféricos.

46 Sobre esto, Svampa (2014) señala que no estamos frente a los diagnósticos y las respuestas urgentemente requeridas, más bien, estamos ante un “sofisticado” esfuerzo por demostrar que es posible resolver los problemas de la crisis ambiental del planeta sin modificar las estructuras globales de poder, ni las relaciones de dominación y ni la explotación existente en el sistema mundo.

47 Algo similar a lo que ocurre con la “economía verde” donde, con los mismos mecanismos de mercado y patrones científicos y tecnológicos y con la misma lógica del crecimiento sostenido, se pretende salvar la vida en el planeta. Según Svampa (2014), no resulta casual que diversas organizaciones y movimientos sociales hayan rechazado la economía verde. De hecho, la han rebautizaron como “capitalismo verde” considerando que, lejos de representar un cambio positivo, se orienta a una mayor mercantilización de la naturaleza.

48 Para Svampa (2020) es necesario elaborar y poner en práctica un gran pacto ecosocial y económico, desde el sur, en clave nacional y latinoamericana, que sea convertido en la bandera para combatir el pensamiento neoliberal. Para lograrlo, platea la autora, habrá que asumir el riesgo y dar un paso más para conectar las agendas de las diferentes escalas, es decir global, regional, nacional y local. Con esto no se refiere a una “propuesta verde”, sino, a la creación de agendas integrales que articulen la justicia social con la justicia ecológica, étnica y de género.

49 Haciendo referencia a lo visto en el último apartado del primer capítulo.

50 Cuando, desde García Delgado (1997), hicimos referencia a los nuevos roles municipales, en el marco de la descentralización del Estado y de la globalización económica.

51 Y “obligatorio”.

52 El sistema de justicia y la eficacia de los mecanismos de protección de los derechos humanos son fundamentales para que los individuos decidan sin coacción y amplíen sus libertades al máximo posible.

53 En toda democracia, rendir cuentas implica que las decisiones y acciones públicas de los gobernantes deben tener consecuencias de algún tipo; es decir, pueden ser evaluadas y, dado el caso, sancionadas por los gobernados. Sin este escrutinio se corre el riesgo de que surjan conductas que no persigan el interés colectivo, como la corrupción o el clientelismo.

54 El carácter multidimensional del desarrollo humano implica la competencia de distintos ámbitos gubernamentales, ya que su promoción no es facultad exclusiva de un solo orden de gobierno.

55 El rezago social de la mayoría de las democracias en vías de consolidación, hacen del desarrollo una tarea compartida entre gobierno y sociedad. Aunque el Estado, en todos sus órdenes de gobierno, sigue siendo el actor central, desde un enfoque de gobernanza es innegable la insuficiencia de sus capacidades institucionales para resolver los complejos problemas del desarrollo (Aguilar, 2007). Por tanto, las políticas públicas tienden cada vez más a incorporar nuevos actores no gubernamentales en distintas etapas, desde la formulación hasta la evaluación.

56 La desigualdad institucional entendida como la diferente capacidad de respuesta gubernamental a demandas sociales específicas.

57 Como mencionamos anteriormente, la recepción del Informe Meadows en América Latina fue interpretada como una propuesta neomalthusiana, orientada a detener el desarrollo autónomo de los países del tercer mundo. Las recomendaciones de limitar el crecimiento económico y aplicar políticas de control de natalidad se asociaron directamente con algunos de los objetivos previstos, por ejemplo, en el programa Alianza para el Progreso, implementado en América Latina durante los años 60 por los Estados Unidos. En este contexto, emergieron algunas elaboraciones teóricas a los efectos de replicar al Informe Meadows desde una mirada situada, que incorporaron además una perspectiva diferente respecto a los modelos de desarrollo, el rol de la ciencia y la técnica, y la relación entre la sociedad y el medioambiente. Algunas de las instancias más destacadas en la instalación serían la Fundación Bariloche y su Modelo Mundial Latinoamericano y los “Estilos de Desarrollo” de Oscar Varsasvsky. (Mendoza, 2018:12).

58 Esta expresión está inspirada en un conjunto de activistas e intelectuales, de larga trayectoria, nucleados en la Asociación por la Tasación de las Transacciones Financieras y por la Acción Ciudadana (ATTAC) que, bajo la consigna “Depende de nosotros” publicó el Manifiesto por una relocalización ecológica y solidaria. Sin embargo, la connotación que pretendo para esta frase, como puede apreciarse aquí y en las consideraciones finales, está estrechamente ligada con la centralidad que atribuyo a una reforma urgente del sistema educativo, necesaria para la puesta en marcha de alternativos “al desarrollo”.

59 Esta expresión emula la propuesta de Albert O. Hirschman cuando, desde un análisis sobre la manera en que los seres humanos actuamos, cuando estamos insatisfechos con una situación, se refiere a la salida como una opción donde, si algo ha dejado de gustarnos, simplemente lo abandonamos y nos pasamos, por así decirlo, a la “competencia”.

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Año. 2022

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