Ese lugar que es la patria

Ese lugar que es la patria

27/01/2023

Texto leído a propósito del lanzamiento y presentación oficial del libro Lejana y oscura, uno de los dos primeros títulos de la Colección Caterva, dirigida por Antonio Oviedo y editada por Eduvim. El evento se realizó en el marco de la Feria del Libro Córdoba 2022, y tuvo lugar el martes 4 de octubre a las 18:00 horas, en el Patio de la Agencia Córdoba Cultura.

En una nota publicada en 2015, convocada por la sección “Mundos íntimos” del diario Clarín, Susana Aguad contó que fue en Francia, durante sus años de exilio, donde comenzó la gestación de la novela que hoy recibimos y que publicó por primera vez en 2010, ocho años antes de su fallecimiento. Un arco se abre y se cierra: porque esos escritos serían los primeros esbozos que anticipan su consolidación como escritora. Aunque ya en 1970 y junto a Daniel Moyano, entre otros integrantes del Taller del Escritor, textos suyos aparecieron en Memorias de pequeños hombres, sería a su regreso a la Argentina en 1984 cuando Aguad daría una continuidad prolífica a su labor literaria. Vocación inseparable de su militancia política en la izquierda, que sostuvo activa hasta el final de sus días. En ejercicio de su profesión como abogada de sindicalistas y presos políticos, sufrió encarcelamiento en tres ocasiones: durante el gobierno de Onganía, en el ‘69 y tres años más tarde, cuando representaba a René Salamanca, el dirigente de SMATA Córdoba, que sería fusilado por Menéndez en La Perla.  Aunque lo peor llegaría con su tercera detención, en noviembre de 1974, que se prolongó, desde Córdoba a la cárcel de Devoto, durante casi un año y medio. Aguad fue la última argentina que pudo salir del país ejerciendo el Derecho de Opción como prisionera a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN), antes de que la dictadura del ‘76 lo interrumpiera.

Serán la lejanía y el tiempo transcurrido en el exilio, “ese duro oficio”, como lo definió Nazim Hikmet, citado en la novela, las coordenadas entre las que se mueve la memoria en la ficción. Sin dejar de problematizar ese pasado, que abreva de la autobiografía pero no se ciñe a ella. Es en el juego del verosímil, en la frontera porosa con la propia experiencia, donde el pasado puede ser revisitado en perspectiva y hacer ingresar otras voces, otros modos de narrarse y narrar. Pasado que “ni siquiera es pasado”, como advierte Faulkner en uno de los dos epígrafes que preludian Lejana y oscura. Pasado que invoca y, como dijimos, problematiza ese lugar que es la patria. A la que se puede renunciar, escribe Kafka a su amada en Cartas a Milena, “y quizás sea lo mejor que se puede hacer con ella. Especialmente porque a lo que hay en ella de irrenunciable no se renuncia realmente nunca”. Quizás, nos preguntamos, lo único que podamos hacer sea inventarla.

Cómo decir la patria, entonces, ese lugar de familiaridad al que una dictadura feroz transforma en expulsivo y hostil. Cómo recordar un pasado que perdura como testimonio de una generación, de sus derrotas y ausencias. De sus luchas, que continuarán por otros medios en el país adoptante. La lejanía marca el clima emocional que envuelve el relato de las peripecias de la odisea familiar en diáspora, en contrapunto con la recordación de los días que quedaron atrás, en las estaciones tempranas de la vida en Córdoba: “Esos años de vino y rosas… años veloces como ráfagas de plata en el mar negro del mundo”, en palabras de Palo, uno de los personajes de la constelación afectiva que sobrevive al naufragio.

Será acaso la extranjería la condición que llama a la creación de “un pueblo que falta”, parafraseando a Gilles Deleuze: el que fue, el que pudo haber sido, el que no fue, el que, no obstante, puede sobrevivir en las páginas de una novela, de la novela de una vida que es muchas.

II
El pueblo de la memoria se cuenta en dos tiempos. Y en cada uno de ellos, dominan las voces de Cecilia y Carla, las mayores de las cuatro hermanas de la familia, a quienes se suman Deborah, la más rebelde del grupo y Virginia. Cecilia sostiene la narración hasta su ingreso en la clandestinidad. Sabremos de ella, por última vez, que viaja a Francia, por una carta con su firma. Junto a los que se quedaron, su compañero, la otra hermana menor, la madre, Cecilia representa la frontera entre los de allá y los de aquí. Allá y aquí son términos intercambiables para quienes debieron partir y quienes optaron o no pudieron sino permanecer. Y si para el presente de la novela "aquí" es el suelo extranjero, lo es también su paradoja. “En esa vasta y trágica tierra que supuestamente era suya”, piensa Carla que Cecilia y su madre “corrían un riesgo tan grande como el de los judíos en el París ocupado”.

Cecilia es la portavoz en primera persona de los recuerdos de la infancia y juventud. Abuelas y tías modelan en clave femenina el universo familiar del grupo. Los tiempos de la niñez transcurren en una casa alquilada del centro de Córdoba, donde las hijas del doctor interactúan con las de sus vecinos, mejor dotados económicamente, aunque no tuvieran el capital simbólico que validaba el estatus profesional del padre. Su adicción al juego también produjo quebrantos. Y el temor de las mayores de quedarse en la calle, de perderlo todo, sin imaginar entonces lo que el destino les depararía en su adultez.

Llegarán épocas mejores cuando la familia se traslade desde el centro al Cerro de las Rosas, un barrio de clase acomodada. El cambio de contexto le imprime otra dinámica al relato de los años juveniles, atravesados por los vientos de la historia, los revueltos y cruciales ‘60.

La memoria traza cartografías. El comienzo de la novela nos invita a recorrer las calles céntricas de la ciudad, durante la celebración de Semana Santa, “cuando éramos o parecíamos una familia normal como lo eran en aquel tiempo las familias provincianas que se negaban a la evidencia de su paulatino e inexorable derrumbe”.  El eco de Tolstoi y su frase sobre las familias felices resuena aquí, como señala oportunamente Antonio Oviedo en el prólogo.

Con unas pocas pinceladas, Aguad nos instala rápidamente en la Córdoba clerical, en sintonía con el personaje de la madre: “el espacio por el que se desplazaban tenía la impronta de la colonia en el trazado de sus calles, de sus previsibles manzanas cuadradas en las que sobresalían, en medio de casas bajas y negocios sedentarios, los campanarios y las torres de las iglesias”. Y completa el cuadro deteniéndose en el monumento a San Martín, “cuyo brazo no señalaba la invisible cordillera de los Andes, sino la entrada de la imponente iglesia que los guaraníes, educados por los jesuitas, habían construido”.

A cada territorio le corresponde un hito vital. Los detalles importan y arman una escenografía de época y de los modos de habitarla. Una bitácora de los consumos culturales, recreativos, modales. De las lecturas, sobre todo de las lecturas. Lorca, Vallejo, Trotsky, Rosa Luxemburgo y tantos, nombres que configuran el corpus ideológico que modeló políticamente a los personajes. 

De paso, y ya que hablamos de Lorca, hay unos versos suyos citados por invocación de Martha, la hija del republicano español, con resonancias de esa suya y nuestra Córdoba, lejana y compartida, en su Canción del Jinete: “Córdoba, lejana y sola. Jaca negra, luna grande y aceitunas en mi alforja. Aunque sepa los caminos yo nunca llegaré a Córdoba”.

Y también los franceses: Baudelaire, Proust, Rimbaud, Lautremont. Para esa Francia leída y confrontada con sus luces y sombras.

El linaje inmigrante de ambas familias, árabe por línea paterna, italiano por la materna, se replica como espejo invertido en la situación de sus nietas cuando ellas también deban emigrar, aunque en condiciones más dramáticas que las de sus mayores. En un París con sus tensiones propias dentro de las comunidades migrantes, Carla se reconoce tan árabe como sus vecinos del barrio pobre que se les ofrece a los refugiados. Y por allí, sentirse pobre como Vallejo en la Ciudad Luz, les brinda algún irónico consuelo. 

Decíamos que Cecilia era la portavoz de los años cordobeses. Así como Carla, y ocasionalmente Luis y Palo, lo serán de los años extranjeros, narrados en tercera persona. Los tiempos se aceleran y aproximan, van al encuentro el uno hacia otro. Y en ese encuentro, a partir de París, ya no será una sola su guía por los laberintos emocionales del destierro. Con ellos los que se fueron y las voces que llegan a través de las cartas, el género de la distancia, podemos sentir el peso de la diáspora, el espejo roto en el que unos pueden reconocerse en los otros sobrevivientes. La evocación del Cordobazo, inserta entre los últimos capítulos de la novela, es su luminoso y, a la vez, dramático reverso.

Aguad narra y formula preguntas. Como el costo emocional para los hijos del exilio. La pérdida de sus raíces. Se lo pregunta Carla, se lo pregunta Déborah, las mujeres de la historia. La hija de Déborah será Andrea en Córdoba y mutará rápidamente a Andrée, de Francia a Barcelona.  El nombre se adapta a las circunstancias de la extranjería forzada. La hija, en la encrucijada de las dos patrias. Y, a la vez, el puente entre ambas.

Los personajes recuerdan, actúan, discuten. “¿Acaso una revolución puede ser sensata?”, pregunta Luis a sus amigos exiliados desde otras tierras. Resuena entonces en mí la pregunta que el Castelli de Andrés Rivera escribe en su diario: “¿Acaso hay alguna revolución que pueda compensar la pena de los hombres o se trata, simplemente, de un sueño imposible?”

III
Antonio Oviedo, director de la colección y autor del prólogo a esta edición, nos acerca al corpus de propuestas narrativas referidas a Córdoba, de Arturo Capdevila a Raúl Dorra, Tununa Mercado, Carlos Dámaso Martínez, Ulises Guiñazú, Antonio Marimón, Fernando López, Juan Filloy, Daniel Moyano. Y destaca en todos estos autores y autoras algo que me pareció clave, y es la renuncia a la nostalgia fácil, a favor del ejercicio sutil de los registros de la memoria.

En Lejana y oscura esta sutileza se expresa en momentos de alta vibración poética. Cifras de la experiencia, citas que iluminan los episodios que cada estación de la trama desarrolla, los títulos de los capítulos ofrecen un plus de belleza e intensidad. Podríamos armar un poema con ellos. Y una lectura en filigrana. Recordemos algunos: El rastro de una nube; La ligereza del ciervo; Un lugar para el sol; Agua derramada; El país lejano; A filo de espada; Como hierba seca; Corazón de cera; Los días veloces; Todo hombre es un suspiro; El lugar de la ausencia; El eco de los sueños perdidos; El alma de los muertos de quienes salimos, debido a Proust este último.

Para terminar, me gustaría compartir algún fragmento de Lejana y oscura, para que sea Susana Aguad quien tenga la última palabra. Elijo, entre ellos, el relato de una epifanía. Que superpone los parques de ambas patrias: Montsouris/Sarmiento. Un portal, un pasaje a la memoria, una composición de ese lugar que podría ser la patria.  

“Atravesó una explanada verde que se continuaba en el parque entre callejuelas empedradas. En la oscuridad de esos jardines de estilo inglés recordó al Parque Sarmiento, descuidado, amarillento, con su lago seco bajo las sombras de paraísos y eucaliptus. Recordó las barrancas donde iban los enamorados para ver la ciudad desde arriba, en la noche, con el cielo estrellado. Nunca le había dedicado uno solo de sus pensamientos a ese parque (…) ¿Cómo puedo comparar esta beatífica imagen con los indisciplinados yuyales del parque Sarmiento?, pensó. Y sin embargo, qué no daría por aquel desorden, aquellos senderos enmarañados y los montones de hojas sueltas, sin barrer. Con qué gusto lo recordaba ahora, poblado de pájaros y niños en todas las estaciones del año, bullicioso, ajetreado, con flores moribundas. Acá no se les ocurriría abandonar las plantas a su suerte, cada flor de invierno es carne viva, y a uno le parece estar dentro de un invernadero. Pero aquello, la polvorienta visión de los desmañados eucaliptus al borde del lago seco estaba preservada de todo olvido, nítida y profunda”.

Bibliografía
- Aguad, Susana. Lejana y oscura. Eduvim (Editorial Universitaria Villa María), Colección Caterva. Prólogo y dirección de la colección: Antonio Oviedo, Córdoba, 2022.
- Deleuze, Gilles. Crítica y clínica. Anagrama, Barcelona, 1996.
- Rivera, Andrés. La revolución es un sueño eterno. Alfaguara, Buenos Aires, 1994.

Autor(es) del contenido

Andrea Guiu

Andrea Guiu

Escritora, periodista cultural, crítica literaria y artista visual y plástica. Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba. Entre 1992 y 1998, fue co-editora del Suplemento Cultural de La Voz del Interior. Es autora de los libros El árbol de los muertos (Alción, 2002) y Libro de ojos (Alción, 2006). 

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